15 de julio de 2016

Los personajes del Ulises

Ante el fracaso de mi primer intento de abordar el Ulises, acudí a la biblioteca de la universidad dispuesto a leer los pocos libros que tenían entonces sobre la obra de James Joyce. Después, armado de cuanta información me fue posible, volví a sumergirme en ella parando antes de cada capítulo para releer previamente la técnica empleada, las referencias homéricas, el estilo elegido y los acontecimientos que iban a narrarse. De esta manera conseguí leer aquella novela que amenazaba con lapidarlo a uno bajo la propia insignificancia. Mi primera lectura fue más un estudio, una intención esforzada, que un placer, aunque quedara maravillado por las múltiples interpretaciones, niveles y teorías que cabían en ella. Tras acabarla, sin embargo, tuve una experiencia más sencilla pero más reveladora de la importancia de la novela. Los personajes que leía en otras ficciones me resultaron acartonados, sacados de un decorado falso y puestos a funcionar como autómatas serviles. Fue un descubrimiento a posteriori que debió de germinar en algún momento impreciso de la lectura del Ulises, mientras estaba pendiente de comprender su estructura múltiple y compleja. 

Resulta evidente que el material con el que Joyce compuso sus personajes es idéntico al de todas las demás novelas, es decir, palabras, palabras, palabras, y signos de puntuación, claro, o ausencia de ellos. Pero entonces ¿cómo consiguió ese efecto de realidad más profundo que el de las novelas realistas que le antecedieron? Umberto Eco, en su libro Las poéticas de Joyce, situaba a Henry James, con su novela The American, de 1877, como el iniciador del cambio esencial para entender la novela de Joyce, afirmación que bien vale para toda la novela modernista. Al hacer desaparecer al narrador omnisciente, juez aunque aparezca agazapado tras la objetividad, la nueva novela se construía a partir de los puntos de vista de sus personajes, que participaban de los hechos novelísticos imponiendo sus propias perspectivas y estados de ánimo, creando así un contraste entre ellos que alcanzan la ilusión de representar la realidad de una manera más fidedigna. Ni Henry James ni más tarde James Joyce ni Virginia Wolf abandonaron del todo la tercera persona, pero esta quedó impregnada hasta el tuétano por la subjetividad de sus personajes. 

Joyce llevaría esta técnica al máximo de sus posibilidades gracias al monólogo interior, esas frases por lo general cortas y directas que se continuaban carentes de organización lógica pero que reflejaban más fielmente la psique íntima de los personajes. Aunque hoy se pone en duda el fluir de la conciencia como un modelo real de la mente (NYT May 8, 2015), tal y como fue postulado en 1890 por el psicólogo americano William James, hermano de Henry James, el acierto literario desarrollado por Édouard Dujardin y posteriormente utilizado por Joyce para capturar la experiencia subjetiva hace a sus personajes más convincentes. Además de por el cruce de perspectivas, los tres personajes principales de la novela se distinguen por la forma en que piensan, por cómo se expresan o discurren. Esta distinción psicológica, ligada a diversas técnicas y puntos de vista que configuran la estructura múltiple de la novela, dota a sus personajes de una sensación más real y profunda, más dinámica y evanescente. Sus personajes quedan por tanto irremediablemente unidos a la forma de una novela que los muestra más complejos cuanto más distintas son las estrategias de su estilo y sus técnicas.

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