15 de marzo de 2022

Las amistades peligrosas de la política

Al contrario que muchos otros escritores, cuyas novelas son expansiones de una misma búsqueda con el fin de desarrollar y exprimir sus posibilidades, las obras de Carlos Fuentes tienen una versatilidad de formas desconcertantes, siempre probando una distinta, en un constante ponerse a prueba a sí mismo como artista que se lanza al vacío en una insaciable investigación por caminos ignotos. No conozco, por lo menos en nuestra lengua, otro novelista tan cambiante desde este punto de vista técnico, capaz de renovar su planteamiento en cada obra. Desde una vida contada hacia atrás en La muerte de Artemio Cruz al fascinante rompecabezas temporal de Terra Nostra. Desde la construcción detectivesca de La cabeza de hidra a ese contar a través de recuerdos en Gringo Viejo. Desde la linealidad temporal y la primera persona casi biográfica con personajes reales como Luis Buñuel en Diana o la cazadora solitaria a la narración en tiempo futuro y segunda persona del relato breve y magistral Aura. Desde el fresco de un siglo en Los años de Laura Díaz o las tres generaciones, con profusión de personajes y distintas capas sociales, en La región más transparente a la intensidad de unos pocos días en la ya mencionada La Cabeza de hidra. Y si esto puede decirse de su tratamiento del tiempo y de la estructura, también vale para su estilo, desde la prosa larga, elegante y cargada de referencias culturales musicales, cinematográficas y del paisaje mejicano de algunos de sus primeros cuentos en Cantar de ciegos a las frases cortas, asincopadas, cortantes como navajas de algunos de sus últimos relatos incluidos en El naranjo. Carlos Fuentes fue un escritor ambicioso, de ese tipo al que Susan Sontag decía admirar y de quienes deseaba rodearse, gente con ideas y proyectos, y también de una versatilidad y recursos que resaltan mejor bajo la luz de una consideración general de su obra. 

La silla del águila no es una excepción, sino otra constatación más de la insaciable búsqueda creativa de Carlos Fuentes. Se trata de una novela epistolar que transcurre en unas circunstancias peculiares en el 2020. El hecho de que se haya vuelto al papel debido al corte de las comunicaciones que los estadounidenses han impuesto sobre Méjico es la situación necesaria para justificar esta novela epistolar sin que este acontecimiento tenga mayor transcendencia en la historia que el limitar el marco narrativo. A partir de esta situación encontramos una novela polifónica en la que unos dieciocho personajes se cruzan setenta cartas, aunque con distinta frecuencia, de tal modo que hay personajes que mandan o reciben muchas y otros que, aunque decisivos, apenas se cartean. A través de esta construcción leemos sus intrigas para hacerse con el poder y descubrimos a los personajes no sólo por lo que dicen sino por lo que otros dicen de ellos, como si estuviéramos ante un cuadro poliédrico de referencias cruzadas en el que la bondad brilla por su ausencia, en el que la única ley es la lucha por el poder, descarnada y frívola. No es una novela que invite a sentirnos identificado con ningún personaje, ni perdedores ni supuestos ganadores, más bien para tomar distancia crítica sobre los tejemanejes del poder. En la contraportada de la novela he leído que se trata de una sátira, pero lo es de tal naturaleza que resulta más grave y macabra que, por ejemplo, Our Gang de Philip Roth, y por tanto mucho menos graciosa. Sobresale el cinismo en la política, hasta el punto de que no se habla de ninguna o de casi ninguna medida para la reforma o mejora del país sino que su tema exclusivo es la lucha del poder, cómo conseguir esto o lo otro, cómo utilizar a este o al otro, cómo defenderse de este o aquel. 

Ilustración: Leonel Sagahón
/ La Máquina del Tiempo
Las cartas no sólo son cínicas, también son una especie de tratado sobre el poder en el sentido maquiavélico de mostrar sin juzgar, en el que se decantan una serie de reflexiones como si el escritor hubiera vertido en el libro su conocimiento de su experiencia diplomática y de interés de toda una vida en la política. Hay consejos sobre cómo mentir a la población para salir del paso, o cómo tratar a estudiantes y obreros para no cometer errores del pasado, reflexiones sobre las limitaciones de las medidas populistas que tan fácilmente pueden volverse en contra o sobre la dialéctica entre los ideales y la realpolitik, entendida esta última en su acepción más sórdida y cínica. Hay quien aconseja al presidente no cerrarse en el palacio sino abrirse al pueblo o quien le advierte de que la situación es tan delicada que una mala actuación no sólo puede acabar con su mandato sino con la democracia misma en el país. Hay quienes lo aconsejan sobre cómo tratar con los distintos poderes regionales y cómo la historia de cada país marca formas prácticamente imposibles de extirpar, a las que el poder debe adaptarse y conllevar. De vez en cuando, aparecen máximas al estilo de reglas preciosas sobre el poder. Pero en esta novela nadie puede fiarse de nadie y hasta los mejores consejos tienen un doble filo, una intención velada que usa de las técnicas de persuasión para conseguir sus fines personales. Incluso quien te da los mejores consejos puede ser tu enemigo y pierde quien peca de ingenuo o comete un error. Los consejos están tan entremezclados con los intereses y los turbios manejos personales que se diluye el sentido moral para afinarse el hierro de las puñaladas cruzadas en una telaraña de hipocresía, juego sucio y espionaje. 

La clave de esta búsqueda del poder sin escrúpulos radica en el conocimiento de distintos secretos que tardarán en revelársenos pero que van a ser fundamentales. Los secretos son la fuente de los giros en la novela, lo que se revela nos hace cambiar la perspectiva sobre lo que estamos leyendo, y cuando parecía que habíamos reajustado nuestra mirada se nos vuelve a sorprender con otro secreto, y así sucesivamente. Primero circulan rumores de la existencia de algún secreto para luego, según nos acercamos al final, sucederse estos en cascada. Los personajes los utilizan para atacar, para defenderse, para blindarse en sus puestos o para desbancar al otro de su puesto o de sus intenciones de poder. Es el arte de buscar la debilidad en el enemigo escondiendo la propia, de maniatarlo con su secreto para que no medre y así poder hacerlo uno. Sólo un secreto parece lo suficientemente disparatado para elevar el texto al rango de sátira, aunque todos juntos también ofrecen esa sensación por efecto de acumulación. Los trabajos sucios siempre deben hacerlos otros, por supuesto, pero no hay acto, sin embargo, que no conlleve su castigo, y no hay deseo de desposeer que no atraiga el deseo de que te desposean en el futuro, en una espiral de venganzas. Me pregunto cómo escribió Fuentes esta novela, ¿se formuló la historia con todos los flecos bien atados y luego la escribió como supongo que se hacen las de detectives e intriga? Esta es una de esas obras que, a mi parecer, no pueden haber salido de quien, con un vago arco narrativo en mente, se sorprende a sí mismo con los pasos dados en la escritura, guiado por la intuición. Hay tantos secretos entrelazados y agazapados que Fuentes demuestra una gran imaginación además de la planificación. 

A este retrato político maquiavélico -el personaje masculino más destacado se llama Nicolás- se añaden los resortes del sexo, de una forma tan intrincada con el poder que apenas puede diferenciarse el uno con el otro. En ese campo la tejedora más perversa es sin duda María del Rosario Galván, que dada la proporción de cartas que envía y que recibe se erige entre los tres personajes principales de esta novela polifónica. Usa la sexualidad con un fin político, como incentivo y como arma para sacar trapos sucios ajenos. No busca el poder para ella sino para elegir quién lo tendrá, es deseada por varios pero su deseo no es sexual sino político aunque utilice el sexo para manejar a los demás, en una mezcla interesada. Al cinismo político se une una perversidad erótica que resulta paralela a esa otra novela epistolar de Pierre Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas, con una proposición inicial muy similar y un desenlace de esa línea narrativa no tan distinto, pero aquí la política y el poder están mucho más acentuados, como si la historia se hubiera articulado sobre ciertos puntos claves de su predecesora, reverberantes, pero alejándose de ella para indagar en otro campo. La novela de Fuentes está abierta a muchas más voces, ofreciendo un amplio espectro político, que es capaz de cerrar gracias al uso de las sorpresas bien planificadas y que apuntan a otros temas tan propios de él como la historia y el mestizaje de la América hispánica, esta vez desde un punto de vista desolador. La sátira se nos presenta pues como un tratado maquiavélico en el que la política y el sexo se mezclan para convertirse en un drama familiar de ecos clásicos, protagonizado por personajes de nombres extravagantes -otro ingrediente que nos lleva a la sátira- cogidos de filósofos de la antigüedad, humanistas del renacimiento y personajes de la historia de Méjico.

No hay comentarios:

LAS CONFERENCIAS

LA SOMBRA

KEDEST

CONVIVENCIA

LOS GRILLOS

RELATOS DE VIVALDI