15 de mayo de 2020

El primer informe moderno de la historia de derechos humanos

John Elliott afirmaba que el papel de Fray Bartolomé de las Casas, y de otros religiosos como él, es prácticamente único en la historia de los imperios y que en vez de ser sus denuncias propias de una situación excepcional en las conquistas había que considerarlas dentro del elevado desarrollo y la capacidad de autocrítica del imperio más poderoso del Renacimiento, en el que no sólo se comunicaban al rey los excesos de sus súbditos sino en el que emergía una consideración de la dignidad del otro, tal y como reflejan los debates en las universidades castellanas, las leyes promulgadas como consecuencia de esta labor y el prestigio y la posición cercana a la corona adquiridas por este dominico. A partir de que en 1511 escuchara el sermón de fray Antonio de Montesinos en el que denunciaba el trato brutal a los indios, Fray Bartolomé de las Casas, antiguo soldado, liberó a los indios de su encomienda de colono y se dedicó a su defensa y a la religión. Aunque no fue escuchado por Fernando el católico, ya mayor, su reunión con Carlos I en 1540 convenció al emperador de promulgar las Leyes Nuevas en las que abolía la esclavitud de los indígenas, se diluían las encomiendas y se obligaba a que en cada internamiento y comitiva en tierras nuevas las tropas debían ir acompañadas de al menos dos frailes. De hecho, la idea de recopilar las noticias sobre las vejaciones y crímenes en América partió de esta audiencia que dejó a todos en “éxtasis y suspenso”, por lo que se le pide la redacción de un informe para mantener al emperador en conocimiento de la situación. José Miguel Martínez Torrejón, quien prepara el estudio y notas de esta excelente edición de Galaxia Gutenberg y la Asociación de academias de la lengua española, afirma en su introducción que se trata del primer informe moderno de la historia de los derechos humanos. No en vano, la Brevísima relación de la destruición de las Indias tiene una indudable trascendencia, influida por distintas tendencias y tradiciones y también simiente de muchas otras en el futuro, que por su polémica conviene ser leída con abundantes y rigurosas notas que aclaren desde el sentido distinto al actual que tuvieron algunos de sus términos hasta la explicación de dónde hay expresión retórica, dónde un hecho real y dónde un debate o dudas contrastadas sobre las afirmaciones vertidas, a menudo debido a estar escritas de oídas. El texto no fue ignorado ni apartado, avivó un debate público que ya existía, en el que Las Casas no era una figura solitaria sino la más destacada de un fuerte movimiento de lucha por la justicia en América que, según el historiador Lewis Hanke, fue continuo durante el periodo colonial y en el que participaron miembros de distintos estamentos y de todos los niveles del poder. Así como inspiró una serie de leyes para cambiar la situación de los indios que, a decir de John Elliot otra vez, fueron extremadamente avanzadas para su tiempo y sin parangón en la historia de otros imperios.

Hay un primer hecho resaltado, las islas del Caribe quedaron prácticamente despobladas de indígenas desde la llegada de los españoles, de quien Las Casas dice que llegaron como lobos y tigres y leones hambrientos. Las brutalidades asoman pronto, en tanto número y aberraciones, que uno no puede sino horrorizarse ante la bestialidad de aquellos hombres recién llegados en pequeños grupos que mataban cruelmente a los indios, y a quienes califica de bestias salvajes, malvados y carentes de compasión, hasta el punto de asesinar a quienes entre los suyos querían salvar a niños de las masacres. A quienes no mataban a espada o quemaban en grupo con engaños los esclavizaban, sin piedad con niños y mujeres, y así una serie de brutalidades tales que aún siendo cierto menos de la mitad de lo enumerado la barbarie resulta escalofriante. Por el contrario, Fray Bartolomé de las Casas asegura que se queda corto a la hora de contar los tormentos infligidos a los indios y apunta que todas estas bestialidades se incrementaron a la muerte de Isabel porque como bien se sabía a la reina le preocupaba la salvación de las almas de esas gentes y, por tanto, le tenían oculto lo que allá sucedía. El hecho de que en los cinco reinos la dinámica de destrucción fuera parecida, de tal forma que no puedan justificarse o entenderse como resultado de desalmados solitarios o siniestras reacciones anecdóticas de unos pocos, evidencia cierta dinámica común y unas mismas circunstancias propiciatorias repetidas en cada nuevo lugar al que llegaban: arrasar, matar y apoderarse del oro, por poco que fuera. Así el primer paso solía ser provocar una matanza nada más llegar a una tierra nueva con la intención de asustar a los habitantes de la región, o también encarcelar y torturar a los reyes y jefes aborígenes hasta que los suyos, por lealtad a sus líderes, les traían oro, aunque aún tras cumplir con sus deseos los descuartizaban, ahogaban o quemaban. Uno por uno, y gracias a las noticias recogidas por obispos y frailes afines, Fray Bartolomé de las Casas va describiendo las distintas barbaridades que a partir de 1514 se hicieron en el continente para sacarle oro a los indígenas o para obligarlos a trabajos forzados como el de la pesquería de perlas, trabajo que describe como aún peor que el de las minas, y todo por codicia. Las Casas critica continuamente que se llamen cristianos a sí mismos quienes cometen tales atrocidades, a quienes acusa de decir que van a poblar cuando en realidad van a robar y a matar. Y no duda en tildar de castigos divinos los daños sufridos por los españoles que habían hecho mal o los naufragios de varios barcos debido a las tormentas, y considera justo el que los indios los maten cada vez que puedan, a la vez que considera a estos débiles, bondadosos y de una austeridad tal que son los más aptos para la fe, descripción que será el fermento de la idea posterior del buen salvaje. 

En su esfuerzo por convencer al emperador, Fray Bartolomé de las Casas subraya que la conquista no solo es injusta sino que la desaparición de los indios causa graves problemas económicos para la corona, la cual, además, es constantemente engañada por los ricos que no le pagan lo que debieran. Las Casas parece querer desactivar la contradicción de su defensa con la necesidad de oro y plata del emperador, que conlleva la mano de obra barata, para mantener la hegemonía mundial, culpa que también le achaca Geoffrey Parker, aunque solo durante los primeros años, en su reciente biografía Emperor, a New Life of Charles V. Sin embargo, como ejemplo de la complejidad de la historia, la  sesión de grandes tierras a los indígenas reforzaba la política de la corona de no hacer demasiado fuerte a ningún conquistador como para que este pudiera hacerle sombra al rey, estrategia que, según cuenta John Elliot en su Imperial Spain, aprendieron los Reyes Católicos tras la conquista del sur de España. En su crítica a las causas sistémicas que permiten la injusticia Fray Bartolomé de las Casas arremete también contra quienes, como los oidores, encargados de hacer justicia, tenían sus intereses y beneficios en el reparto de esclavos autóctonos y encomiendas, por lo que defendían sus propios intereses sin hacer caso de las quejas de los religiosos. No puedo evitar entablar aquí ciertos paralelismos con la conquista de Canarias acaecida previamente: las ventas de esclavos eran un gran negocio -lo fueron también antes para los berberiscos desde que las islas reaparecieron en un mapa mallorquín- y cuando algunos religiosos se quejaron ante los consejos de la corona de que los conquistadores esclavizaron a quienes ya habían sido cristianizados, como en el caso de los obispos de Canarias Juan de Frías y Miguel de la Serna en defensa de los gomeros, se decretaron sentencias favorables que obligaban, cuando se podía, a devolverles sus derechos, en una dinámica en la que observamos patrones comunes como la búsqueda de beneficios a través de la esclavitud por parte de los conquistadores, la defensa de los derechos de los aborígenes cristianizados por parte de la iglesia y los dictámenes de la corona al respecto, tarde para muchas de las víctimas pero que establecieron directrices y normas. La dimensión y consecuencias de la conquista de América otorgó un papel destacado a Fray Bartolomé de las Casas, cuya figura ha levantado pasiones encontradas, y aún lo hace hoy cuando alguien como Elvira Roca Barea lo tilda de mentiroso y exagerado, movida por el uso posterior que se le dio a este informe para fomentar la leyenda negra contra la monarquía más envidiada y temida de la época. En efecto, la Brevísima no sólo sirvió como propaganda contra los españoles, así como contra los católicos, e incluso contra los castellanos según las tesituras políticas de cada etapa histórica futura, tal y como se explica en el riguroso estudio de esta edición, sino que al constatarse que su uso era empleado en contra de la monarquía hispánica fue disimulada infructuosamente por los herederos de quienes la habían solicitado para el conocimiento y control de aquellos vastos y lejanos territorios en donde las comunicaciones eran tan lentas y precarias.

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