15 de marzo de 2021

De la cultura de la dignidad individual a la cultura del victimismo colectivo

Jonathan Haidt se encuentra, junto con los canadienses Steven Pinker o Jordan Peterson, entre ese grupo de psicólogos norteamericanos que están combinando investigaciones propias y divulgación de la psicología con un gran éxito comercial pero alejados, a pesar de algunos de sus títulos, de los libros de autoayuda. Mientras los ensayos de Steven Pinker tienen un sustrato de psicología evolutiva y del estudio del lenguaje, y en los de Jordan Peterson resaltan las interpretaciones de los arquetipos y la religión, los de Jonathan Haidt surgen a partir del estudio de la psicología moral y, sin embargo, desde perspectivas diversas dentro de la psicología, e incluso desde posiciones políticas ligeramente distintas, coinciden a veces en los mismos temas. Esto se debe, creo, a la intención de estos psicólogos de que sus estudios y conocimientos iluminen en mayor o menor medida la actualidad del mundo contemporáneo en la cultura occidental y, concretamente, en la vida política, institucional y académica en los Estados Unidos. Este interés por lo contemporáneo los hace coincidir incluso en ciertas conclusiones, como cuando subrayan la necesidad de que tanto los conservadores como los progresistas dialoguen de una forma constructiva dado que sus preferencias políticas son, en buena parte, consecuencia de perfiles psicológicos complementarios y, por tanto, resultan ambos esenciales para que una sociedad democrática y abierta tome medidas que limiten los riesgos de sus distintas filosofías políticas y caracteres, y se aproveche lo mejor de cada una. Quizá la novedad o el interés suscitado en tantos miles de lectores radica en que los tres parten de la psicología, es decir del estudio y el conocimiento de la mente humana, para explicarnos la sociedad en la que vivimos, o incluso cómo estar en ella. 

Aunque había escuchado a Jonathan Haidt en podcasts y videos en distintas plataformas a través de internet, no fue hasta hace poco que escuché su libro del 2012 The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion?, en el que describe a los seres humanos como mayormente emocionales y lanza la hipótesis de que la razón no ha evolucionado para la búsqueda de la verdad sino para defender nuestras posiciones, de tal forma que alguien muy inteligente es capaz de dar muchos argumentos en favor de sus creencias pero no necesariamente significa que estas sean ciertas, es decir, nuestros razonamientos corroboran nuestras impresiones primarias a posteriori, con mayor o menor virtuosidad y elegancia pero con una clara base emocional. La propuesta más original del Haidt en ese libro eran sus fundamentos morales, que son una serie de parámetros (cuidado, justicia, lealtad, autoridad, santidad, libertad) que, de forma similar a los rasgos de la personalidad para nuestra forma de ser, decantan nuestros juicios y, de su combinación, surge nuestra representación moral del mundo. Pero quizá la más turbadora de sus ideas, aunque no por ello novedosa, sea la de la facilidad con la que los seres humanos nos dividimos y formamos facciones, y cómo esa misma unidad en grupos nos hace solidarios dentro de esa facción a la vez que nos hace rivales con otros grupos, de tal forma que somos altruistas pero entre los que consideramos los nuestros. Lo mismo que nos une y fomenta la cooperación nos divide y nos ciega. Aunque las implicaciones políticas y religiosas de estas ideas contrastadas en distintos estudios resulten desasosegantes, lo cierto es que también proporcionan un puente de entendimiento con los otros, ya que nos explica las razones de nuestras diferencias políticas y nos hace estar atentos ante nuestras limitaciones.  

En su libro más reciente, The Coddling of the American Mind, del 2018 y escrito junto a Greg Lukianoff, Haidt encapsula su tesis en el subtítulo, como ya hiciera en su libro anterior y como era costumbre durante la ilustración: How good intentions and bad ideas are setting up a generation for failure. El título, reclamo directo, ha sido traducido por La transformación de la mente moderna, alejándolo así del original, pero se ha conservado literal el subtítulo, con lo que se ha mantenido intacta la idea principal. Sin embargo, llama la atención la traducción de “coddling”, que es consentir o mimar a alguien, es decir sobreprotegerlo, con una connotación negativa que desaparece con la neutralidad de “transformación”, y también resulta llamativo que se pierda la referencia a la mentalidad estadounidense, con su limitación geográfica y política, por una mucho más amplia, sin duda por razones comerciales pero también justificada en el hecho de que los Estados Unidos ha sido un referente de modernidad para muchas de las ideas que luego han calado en el mundo occidental. El detonante de este libro se remonta al hecho asombroso de que muchas universidades estadounidenses estén recortando los currículos o avisando a los alumnos del potencial daño de sus contenidos como si estos fueran incapaces de reflexionar y debatir sino que debieran ser protegidos del sufrimiento que ideas, o incluso palabras, pudieran causarles. Para Jonathan Haidt, como también ha señalado el psicólogo clínico Jordan Peterson, este rechazo a materiales considerados hirientes hace que se reduzca considerablemente la exposición a debates o ideas distintas justo en el lugar en donde más deberían ser expuestas, la universidad, lo que debilita aún más a los alumnos a quienes se ha querido proteger o han rechazado escucharlas. 

Esta hipersensibilización es, en palabras de Haidt, una exageración de los alumnos generada en parte por quienes les han prevenido del potencial hiriente en esas ideas, ya que se les ha puesto en un marco conceptual en que estas se interpretan como tales. Este ambiente está relacionado con lo que se conoce como la cultura de la cancelación, es decir alumnos que protestan o presionan para que ciertos ponentes con los que no están de acuerdo no acudan a la universidad, a veces con actos violentos, o afirman sentirse heridos por algo que ha dicho o propuesto el profesor y piden por ello su dimisión. Para mayor complejidad, esta situación coincide con un aumento alarmante de casos de ansiedad y depresión entre la juventud americana. Haidt detecta tres ideas falsas de fondo, tanto desde el punto de vista de los últimos descubrimientos psicológicos como desde el punto de vista de las tradiciones más ancestrales que ya estudió en su primer libro The Happiness Hypothesis. La primera afirmaría que todo aquello que no te mata te hace más débil, justo lo contrario de lo que ocurre, siempre y cuando sea en dosis proporcionadas a cada edad del crecimiento, desde la exposición a alergénicos a la importancia vital del juego al aire libre y la sociabilización con otros pares fuera de la supervisión de los adultos. La segunda de estas ideas erróneas de fondo sería uno de esos eslóganes cursis que de tanto escucharlos han pasado a ser un cliché: confía siempre en tus emociones, como si las primeras intuiciones al respecto de algo o de alguien no estuvieran plagadas de errores que podemos observar a diario, y cuya peor consecuencia sería el razonamiento emocional, caracterizado por la tendencia a dramatizar, a etiquetar a los demás y a generalizar. La tercera sería la creencia maniqueísta de que la vida es una batalla entre los buenos, por supuesto en donde estamos nosotros, y los malos. 

La mezcla de estas tres malas ideas, algunas de ellas surgidas de un interés genuino por proteger a los niños, cristalizan en la universidad en una justificación perfecta para no enfrentarse a temas morales difíciles, ya que el supuesto daño producido por ciertas ideas se justifica al considerar nuestras emociones como verdad incontrovertible y con el sentimiento de que quienes no piensan como nosotros son casi la encarnación del mal. En definitiva, falta de madurez. Haidt llama la atención sobre el peligro de llamar agresión a actos que no son de violencia física y apunta a los riesgos y problemas de expresiones triunfantes como microagresiones, ya que, dadas las ideas mencionadas anteriormente, casi cualquiera podría alegar sentirse agredido por casi cualquier otro, bajando los umbrales de sentirse ofendidos a niveles realmente triviales. Artículos académicos, correos electrónicos o incluso palabras sueltas sin intención de dañar generan reacciones exageradas en los que se califica a ciertas ideas como agresiones. Todo esto, como había explicado en su libro anterior, The Righteous Mind, genera unión de grupo pero también un ambiente hostil hacia quienes piensan distinto, tanto a la derecha como a la izquierda. Los casos narrados de profesores universitarios acosados resultan delirantes. Todos coinciden en que son inesperados, son señalados por agredir a lo colectivo, se originan en ofensas triviales o fabricadas y quienes confiesan en privado no estar de acuerdo se callan por miedo o incluso se unen a la masa. Para explicar estos linchamientos mediáticos Haidt indaga en una serie de factores que van desde el estrés social al sobreproteccionismo de los padres en las últimas décadas, o desde la homogeneidad ideológica de las universidades al uso excesivo de las pantallas y las redes sociales, y sus efectos adversos. 

No hay comentarios:

LAS CONFERENCIAS

LA SOMBRA

KEDEST

CONVIVENCIA

LOS GRILLOS

RELATOS DE VIVALDI