15 de julio de 2020

El conformista

Como muchos de mi generación, he visto historias en el cine antes de leerlas en papel, por lo que algunas de ellas, creyendo conocerlas, sabedor de lo que iba a ocurrir, las descartaba o relegaba para un futuro incierto. Al fin y al cabo una película se ve en menos de dos horas y requiere de un menor esfuerzo. Il conformista era una de ellas. La había visto hace unos veinte años, subyugado por un Bernardo Bertolucci que parecía explorar planos de París para su próxima -y magnífica- película y algo confundido por las motivaciones de los personajes en su seductor mundo de imágenes. La película tiene unos saltos temporales que, pasado el desconcierto inicial, le dan vivacidad y cohesión narrativa a una historia que, novelada, se detiene en la infancia del personaje para concentrarse posteriormente en unos pocos días de su madurez de forma lineal. Pero es al describir las emociones y pensamientos de sus personajes, en especial los de alguien tan poco atractivo como el de un burócrata fascista que ansía el convencionalismo en cada una de las facetas de su vida, cuando la novela de Alberto Moravia destaca por los detalles significativos en cada personaje, tanto los internos como, sobre todo, los producidos en los encuentros con otros. Se demora así en lo psicológico sin resultar lenta, animada por la frecuente interacción entre unos pocos personajes, narrada con una prosa rica y bien construida que ni se vuelve barroca ni se entrega a divagaciones ni hace experimentos formales llamativos, sino que queda sometida a la finalidad de la historia sin depurarla de su complejidad, lo que la dota de un equilibrio clásico. Se trata de una novela de espías y un asesinato político pero también es la historia de una pareja de viaje de novios que, a pesar de sus traumáticos recuerdos, o debido a ellos, se ve reflejada a sí misma en un ideal de normalidad que no es sino una imitación de las creencias sociales y políticas de sus semejantes. 

Que el título sea precisamente una palabra que designa este temperamento, el del conformista, no sólo define al personaje sino que deja claro en quién se centra la novela, a quién sigue su narrador en tercera persona y cuál es el punto de vista que adopta. Marcello se nos presenta como un hombre normal, con sus emociones equilibradas y su indumentaria correcta y formal, incluso los muebles de su casa enfatizan su normalidad, de una burguesía modesta, y sobre todo la relación con su prometida. Pero tras lo convencional de sus aspiraciones se esconde una experiencia traumática de la que siempre ha querido huir y una naturaleza contradictoria. A pesar de ser cómplice y cooperador del Estado fascista y sus crímenes la narración evita enjuiciarlo, postergando decantarse hasta su simbólico final, y nos ofrece a un hombre frío que carga una culpa cuando en realidad había sido víctima. No es un fascista iluminado por el fanatismo como lo son su propio padre recluso en un manicomio o el asesino sin escrúpulos que hace los trabajos sucios, Orlando, a quienes les brilla en la mirada el fulgor de la exaltación patriótica e ideológica, él es sin embargo capaz de ser escéptico y hasta crítico con el gobierno al que sirve. Marcello resulta además muy perceptivo, aunque para ser justos sólo llegamos a conocerlo a él, a sus pensamientos y emociones. Salvo su mujer, también lo parecen otros de los personajes principales, perspicaces y manipuladores, capaces de usar sus dotes intuitivas para lograr sus fines, y sin embargo, como en cualquier comedia o tragedia, en el fondo no logran entenderse entre ellos. Resulta fascinante el arte de Moravia para manejar a los personajes en la mesa de una cena, en la antesala del despacho de un ministro o en un local nocturno, con sus acciones, pensamientos e insinuaciones, manteniendo la tensión en cada una las interacciones, tanto en los principales como en los secundarios.

Ilustración: De la versión fílmica
de Bernardo Bertolucci
Esta destreza para describir personajes y sus interacciones, así como el uso del tiempo y el espacio, hace que cada capítulo resulte redondo en su realización, con un arco narrativo cerrado y autónomo, a la vez que se somete al conjunto de la historia en armonía. Y es que en esta novela todo cuadra a la perfección. Algunas escenas o personajes aparecen para recordarnos a otro anterior, o el anterior había aparecido para que luego el siguiente cobrara sentido. El protagonista es consciente de esto y se entretiene pensando en analogías como si la vida se las hubiera puesto delante o a él le gustara encontrarlas en la vida, funcionando en ambos niveles. El hecho es que la narración nos recuerda los sucesos de la infancia de Marcello gracias a coincidencias y paralelismos que van desde los pequeños detalles a los sucesos más relevantes de su vida. El efecto es una frecuente reverberación de los acontecimientos pasados que genera cohesión narrativa y, a veces, la impresión de un azar algo artificial. A la bella y decidida Lina, la mujer de Quadri, cree haberla conocido de antes, intentando rescatarla de la memoria, para darse cuenta de que simplemente le recordaba a la prostituta con la que su compañero Orlando había estado no hacía mucho. Lina le recuerda inevitablemente, además, al nombre de Lino, el pederasta que de joven intentó abusar de él, causante del trauma que aún le acompaña en la edad adulta. Y una escena en París con un viejo inglés subiendo en un automóvil después de intentar atraer a un muchacho le recordará también al pederasta de su infancia en Italia. 

Tanto el brumoso y falso recuerdo como el nombre casi coincidente de los personajes o como la escena sin relación con el resto de la trama están puestos para recordarnos el sufrimiento pasado de su personaje a la vez que dotan a la ficción de unidad en un nivel simbólico o psicológico: Marcello es un hombre atrapado por su trauma. Pero al contrario del efecto sanador de la revelación presupuesto por el psicoanálisis, Marcello no siente nada al descubrir la verdad casi al final de la novela y no se produce ningún cambio en él. El daño ya está hecho, incluso puede que los pasos seguidos en su vida hubieran sido los mismos de no haberle acontecido lo que le ocurrió. Nunca sabremos exactamente la relación entre ese pasado de su infancia, con tantos ecos en su vida posterior, y la indiferencia e insensibilidad con la que se ofrece cómplice para asesinar a un antiguo profesor suyo en nombre de supuestas razones de Estado. Lo político y lo personal corren en paralelo sin mezclarse ni equivocarse pero en grados tan bien conjugados que uno no sabe si se trata de una novela política y de espionaje con una extraña luna de miel o viceversa. Lo que sí parece haber es una disección del hombre convencional entregado a un statu quo que por su propia esencia histórica es cambiante, dejando fuera de juego a quienes han buscado la normalidad, y lo que eso puede conllevar en el gregarismo político y social. Como le dice el médico a Marcello tras la visita a su padre en el manicomio, curiosamente los locos se interesan por la vida social, quieren conectar con ella y tienen sus locuras según los eventos de cada época. Antes de la guerra se creían generales, cuando las noticias de la expedición fallida al polo norte aseguraban saber dónde estaban los supervivientes y cómo poder rescatarlos, ahora muchos se apuntan a fascistas o a ser el Duce mismo, y el médico acaba por sugerir si no será que todos en el país se han vuelto locos con su líder.

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