Walter Benjamin fue uno de esos tantos intelectuales que viajó y dejó constancia de sus impresiones y experiencias en los primeros años de la Unión Soviética y que, hoy en día, bien pasados los fulgores ideológicos de la guerra fría, resultan de interés histórico para comprender el acercamiento a la revolución de pensadores como él y para revelarnos detalles de la vida cotidiana y de sus gentes, con los ojos de un observador atento, perspicaz y ávido por entender el experimento social que se estaba llevando a cabo en su tiempo. Su viaje a Moscú transcurrió entre diciembre del 26 y febrero del 27, años de relativa calma en la Unión Soviética antes del inicio de la gran represión de Stalin. Sus impresiones quedaron plasmadas en dos textos emparentados, con reflexiones y anécdotas repetidas, pero tratados diferentes, casi de una manera opuesta, como corresponde a dos géneros, y por tanto a dos formas, distintos. Uno es un artículo extenso titulado “Moscú”, recopilado en el libro Imágenes que piensan y también, en un fragmento menor, en Escritos políticos, de la misma editorial y serie. El otro texto es un diario de viajes, conocido como su Diario de Moscú, en el que percibimos el fluir errante de las experiencias que lo llevaron a las puertas de las ideas cristalizadas en el artículo, pero que está impregnado de sus emociones más íntimas hacia sus conocidos y lugares visitados, de reflexiones artísticas acompañadas de las vivencias que las provoca y observaciones de la vida según aparecen en sus paseos por la ciudad.
Mientras en el artículo cada uno de sus bloques está regido por un tema o idea, con un desarrollo y una conclusión que a menudo aparece al principio, su estructura trabajada y perfectamente delimitada desaparece en el diario ante la prevalencia de los acontecimientos diarios. Aunque en Walter Benjamin nada es exactamente blanco o negro, sino una serie de observaciones y reflexiones que dejan al lector una visión llena de claroscuros, Moscú está representada de forma mucho más optimista y entusiasta en el artículo que en su diario, en donde la pobreza, la censura o la falta de inteligencia de los dirigentes afloran en diversas ocasiones. La razón de esta diferencia en el tono puede estar en el distinto lector a quien van destinados los textos o en el compromiso público del autor con la revolución, que dejó las impresiones más críticas para su diario, o en cualquier otra conjetura que soy incapaz de imaginar. El hecho es que muestra mucha mayor vitalidad en el artículo que en el diario. En el primero hace descripciones meticulosas de los objetos a la venta en las tiendas y en exposición de los museos o muestra sus esperanzas en las medidas del gobierno bolchevique, mientras en el segundo las menciones a tiendas son muchas pero efímeras, como quien hace una recopilación en donde apenas se especifica si ha encontrado algo interesante y, sin embargo, está lleno de anotaciones sobre sus muchos momentos de cansancio producidos por el esfuerzo físico de caminar tanto o por el frío que hiela o por permanecer de pie mucho tiempo o por estar rodeado de gente que habla un idioma que no conoce, y cómo todo esto le afecta y lo limita enormemente.
A mí me parece que el diario ha sobrevivido mucho mejor, tanto por el seguimiento emocional e intelectual que podemos hacer de su autor como por los hechos que han venido a demostrar el abuso y el horror del bolchevismo. Ha sido la lectura del diario lo que me ha animado a releer el artículo y a escribir estas líneas sobre Walter Benjamin, quizá porque el diario posee, además, varios componentes de carácter novelesco, que lo cohesionan y le dan coherencia: Su amor por la actriz Asja Lacis y su amistad con el dramaturgo Bernhard Reich. Los cambios de humor de los tres, sus encuentros y desencuentros, las peleas entre ellos, las malas respuestas, los actos de amistad y preocupaciones de unos hacia otros contribuyen a crear un pequeño drama que no aparece central al diario hasta bien avanzado, cuando adquiere una dimensión preponderante. Sus primeros intentos de acercarse a Asja y recibir un beso de ella, generalmente sin éxito, son casi anecdóticos, pero poco a poco el diario se llena de un tira y afloja entre besos de distinta intensidad, abrazos repentinos, recuerdos de un pasado erótico común y cogidas de mano que resultan a la vez intensas y conmovedoras, con ese extraño poder sensual de la castidad. Es un diario de amor, de un amor que pudo ser pero que dejó pasar en su momento por el afán intelectual y viajero, y que ya, en las nuevas circunstancias, difícilmente puede reavivarse. La impotente constatación, con sus esperanzas rotas y anhelos de promesas deshechas, de la imposibilidad de retomar aquellos otros días de pasión en Nápoles.
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