15 de noviembre de 2018

La libertad según John Stuart Mill

Desde el principio del ensayo On Liberty, John Stuart Mill deja clara su intención de tratar los límites del poder de la sociedad sobre el individuo, del que afirma que se trata de un viejo dilema, ya muy tratado, aunque en su tiempo se dé de forma distinta, pero del cual no duda en calificar como clave para el porvenir. Empieza con una breve y esquemática visión histórica de la lucha de la libertad contra el poder del gobierno y sus gobernantes, que si bien eran útiles para la defensa de amenazas exteriores y ciertos niveles de organización internas podían resultar peligrosos para el pueblo. Para defenderse, los hombres crearon libertades, derechos y constituciones, hasta que se dieron cuenta de que podían prescindir de aquellos gobernantes, cuyos intereses eran percibidos como distintos a los suyos, y sustituirlos por quienes tuvieran intereses similares a los propios. Pero este nuevo gobierno del pueblo para sí, una vez sacado de la idealización de los libros, presenta a su vez ciertos riesgos, ya que no defiende a las minorías de verse igualmente aplastadas por la mayoría. La tiranía de los pueblos, considera Mill, si bien no tiene los medios coercitivos del gobernante autoritario, puede ser más dañina al penetrar hasta los usos cotidianos y las costumbres de la gente. 

Para Mill, la lucha contra esta o cualquier otra opresión del gobierno y de la sociedad hacia la libertad del individuo debería ser un axioma básico, cuya dificultad radica en delimitar con claridad lo que son asuntos sociales de los individuales. Por desgracia, según nos indica, cada pueblo y cada época hace sus distinciones y a todos nos parece fijado en el tiempo lo que sólo es producto de la costumbre, de tal forma que parecería primera naturaleza lo que realmente es segunda. Además, no se ha logrado una delimitación nítida y sistemática para la moral social, que según Mill ha emanado siempre de los intereses de las clases dominantes y crece gracias al servilismo característico de la especie humana. La tolerancia sólo se ha exigido como defensa ante las mayorías, pero una vez en el poder, quienes sean que fueren, se han mostrado mayormente intolerantes, como ejemplifica con la rara y frágil libertad religiosa en su época, incluso en los países más tolerantes. Hay sin duda una visión oscura en su concepción de la condición humana que, sin embargo, no cae en el desánimo ni la arrogancia sino, bien al contrario, en el intento de favorecer una vida mejor.

Su criterio para dividir lo propio del gobierno y lo exclusivo de la potestad de los individuos lo sitúa en el daño al prójimo, hasta el punto de que la sociedad no debería actuar contra quien se hace daño exclusivamente a sí mismo, aunque sus actos le parezcan locos o equivocados, y advierte de esa tendencia innata e intolerante, tanto entre los grandes pensadores como entre la gente común, a favorecer lo social frente a lo individual y querer siempre imponer nuestras creencias a los demás cuando estamos en disposición de hacerlo. Quizá por esto le dedica el capítulo más largo de este libro breve a la libertad de pensamiento y discusión. Entre las abundantes y agudas percepciones de psicología social, Mill defiende el derecho a expresar la opinión a las minorías y disidentes, aunque se trate de una sola persona frente al resto y aunque su opinión sea falsa, o considerada como tal, ya que son muy pocos los hechos capaces de decirnos algo por sí mismos, sin que nadie nos ofrezca su sentido, y las opiniones, es decir las interpretaciones, son múltiples, aún siendo más o menos acertadas, verosímiles o socialmente aceptables, y siempre nos darán la oportunidad de corregir, acerar y completar nuestra opinión comparándola con la de los demás. 

La libertad de opinión es esencial para el bienestar intelectual, que es, según Mill, imprescindible para lograr el resto del bienestar. Ocultar a la gente ideas distintas por no quebrantar sus creencias en la autoridad o acallar las opiniones heréticas redunda muy negativamente en la sociedad, al deteriorar las discusiones públicas y su sentido mismo, cortando entusiasmos en los temas más candentes y profundos, debilitando el nervio intelectual y la efervescencia creativa y, en definitiva, produciendo el decaimiento de las fuerzas sociales. Nos avisa, además, para ser precavidos y prevenirnos de nuestras propias certezas, ya que la historia abunda en ejemplos de grandes hombres silenciados por considerarlos errados, cuando el tiempo más bien demostró lo contrario, y tan falso serán en el futuro las opiniones de sus contemporáneos victorianos como falsas les parecieron entonces las del pasado. Mill no es tan ingenuo como para creer que la razón en una conversación de ciudadanos con ideas opuestas los reconciliará o tendrá el efecto de descubrir la verdad, pero si se da el ánimo sosegado y el temperamento calmo puede tenerse una visión más completa y menos sesgada de los asuntos de interés común, y las decisiones que se tomen serán probablemente mejores. 

Si conviene la libertad de opinión, también conviene la de acción. Son muchos, para Mill, quienes se conforma con guiarse por la costumbre, lo que no hace sino debilitar la capacidad de elección y la maduración del individuo, sin percatarse de que el libre desarrollo individual es un pilar fundamental del bienestar y un requisito necesario para las más altas cotas de realización personal. Aquí Mill hace una diferencia entre personas, no todas necesitan de la igualdad de la misma forma ya que no todas tienen, como él lo llama, la misma energía. El problema, según él, no es el exceso de esa energía, natural y no condenable, que asocia al genio, sino cómo se canaliza, cómo convertir en beneficioso para el progreso y el bienestar social ese cúmulo de instintos que, de lo contrario, quedarían adormecidos por el más tirano de los gobiernos, las costumbres, tan típico de la sociedad de masas, cada vez más proclive al rechazo por desconocimiento de los diferentes. Para contrarrestar la homogeneización creciente Mill considera a los excéntricos como el antídoto más útil, ya que ellos no están dispuestos a someterse al poder tan grande de la costumbre, generalmente mediocre, y sólo por rebelarse ya prestan un servicio a la comunidad. 

La idea tantas veces repetida en este ensayo de que si una conducta no afecta a los demás no hay ninguna razón para perseguirla no es óbice para que Mill defienda un carácter moral recto y elevado, siendo consciente de los muchos vicios y debilidades humanas. Pero la libertad será el principio rector cuando concrete sus aplicaciones en diversos debates cuando se quieren prohibir los actos ajenos porque estos atentan a sus valores, gustos o sensibilidad, como el de la penalización y restricción en el juego y la prostitución, el del compromiso matrimonial, el de las costumbres de los mormones o el de la paradoja de la libertad de renunciar a la libertad. Mill considera que en muchos casos su sociedad deniega la libertad cuando debe darla y la da cuando debería negarla, como en el caso de la falta de libertad de la mujer, la cual se arreglaría otorgándole los mismos derechos legales que a los hombres, o como en el caso de la dejadez de la intervención del Estado en la educación y las familias que no cuidan su prole. Aunque estemos hablando desde parámetros de mediados del siglo XIX en el mundo anglosajón, muchos de estos debates, y por tanto la actualidad incluso de sus concreciones, aún perviven con mayor o menor intensidad en las sociedades democráticas y modernas. 

Esto es más o menos, según mi entendimiento, el resumen de lo que Mill dice sobre la libertad. Un estimulante ensayo del que muchos están de acuerdo en que no dijo nada original, pero la realidad es que aún se sigue leyendo, y mucho más que las obras de esos otros que lo nutren o a quienes influye. Para entender el porqué quizá debemos apuntar a la claridad expositiva, la perspicacia de las percepciones psicológicas a nivel social e individual, la propiedad de sus ejemplos y el disfrute de seguir sus razonamientos y réplicas a los argumentos comunes, en donde el ensayo cobra ese esplendor que las ideas puras resumidas no desvelan, de tal forma que intentar exponer la estructura de su argumento es como ofrecer un esqueleto para explicar al ser humano. Pero la clave, según dice Hertrude Himmelfarbe en su introducción a la edición Penguin, radica en que Mill convierte la idea de libertad en una doctrina filosófica respetable. Y es que a pesar de ser un acérrimo defensor de la libertad individual nunca pierde de vista la sociedad. No son pocas las veces que se refiere a cómo un Estado, aunque sea con la intención de funcionar mejor, empequeñece a los hombres y se debilita cuando no deja que las fuerzas vitales de sus ciudadanos crezcan libremente.

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