15 de mayo de 2022

Los arquetipos y lo inconsciente según Erich Neumann

Cuando en 1949 Erich Neumann publicó Los orígenes e historia de la conciencia, su maestro Carl Jung dijo que había conseguido revelar lo que él, como pionero, sólo había alcanzado a dar con golpes de ciego y a pasar de largo. Sin duda, es un libro extraño para quienes no estamos acostumbrados a los temas de la conciencia o de las culturas ancestrales, pero aún así resulta estimulante para quienes nos interesamos por las ficciones de la humanidad. Para Neumann, los arquetipos son imágenes comunes a los individuos que surgen directamente de lo inconsciente como imagen y síntoma de sus instintos, y su análisis es esencial para comprender y reconstruir el desarrollo de la conciencia. Cada persona, pues, debe pasar por sí misma las fases por las que ha atravesado la humanidad, desde lo común transpersonal, o la psique colectiva de Jung, en cuyas culturas se aparta el carácter original del yo por considerarse antisocial, hasta la individualización de la conciencia, en un proceso no carente de peligros y efectos secundarios, cuyo escalafón mayor estaría en lo que considera la atrofiada cultura occidental. La descripción de los arquetipos narrativos y visuales lo lleva a comparar las producciones de distintos lugares del mundo en distintos tiempos con resultados comunes sorprendentes. Tal es así que, convencido de que son un producto natural de nuestra mente en su evolución, los compara a un órgano vital hasta el punto de considerar que un trastoque de estos arquetipos puede acarrear graves daños a la salud psíquica. 

Ilustración: La Ascensión al Empíreo,
El Bosco. 1490.
Según Neumann, el primer mito es siempre el de la creación y este no puede ser sino la diferenciación del yo del mundo, es decir, el despertar de la conciencia. La luz, por ejemplo, es ese elemento que está en todas las explicaciones sobre el origen de cada una de las culturas y tiempos, y que revela como símbolo la inquietud de la pregunta sobre nuestro origen y el nacimiento de la conciencia. Lo opuesto estaría en la oscuridad, la inconsciencia y la muerte. En ese sentido el símbolo es analogía o equivalencia, no ecuación, y se expresa igualmente en distintas metáforas, como la del surgimiento de la tierra en forma de isla rodeada de mar. Del océano como inconsciente primordial surge el héroe babilónico, Oanes, mitad pez mitad hombre para brindar su conocimiento a los hombres. Pero el símbolo original sería el círculo, la esfera, el huevo, así como el origen es el vientre, también redondo, de ahí el uróboro que se encuentra con facilidad en todas las mitologías, épocas y culturas, y que domina sobre el yo en la etapa de lo que él denomina la gran madre, el matriarcado original en el que abundan las imágenes del niño dios bajo el manto de la gran diosa, y cuyo estudio desarrollará en otro libro suyo posterior y también apasionante, La Gran Madre, una fenomenología de las creaciones femeninas de lo inconsciente. Las coincidencias trasnculturales de estos mitos, símbolos y arquetipos resultan abrumadoras, incluso en las culturas de la América precolombina. Pero debemos andar con cuidado al interpretar estas sociedades a través de sus ídolos ya que lo matriarcal y lo patriarcal mítico o psíquico no coincide con hombre y mujer sino con estados distintos de la mente.

De esta autarquía indiferenciada y primordial del uróboro surgen una serie de fases primeras como el principio de los opuestos, en el que lo femenino queda asociado a lo inconsciente y lo masculino a lo consciente. Aquí es donde la luz empezaría a cobrar importancia simbólica al surgir entre las fuerzas internas del ser y las externas del mundo, es decir, de la naturaleza simbolizada en la madre creadora y destructora, con la potencia de generar vida pero también de producir la muerte. Ese nacimiento del yo trae consigo la conciencia del sufrimiento y el mal, haciendo sentir culpable al hombre primitivo, ya que todo lo que le pasa lo siente como la consecuencia de haber roto un tabú. Mientras el inconsciente tiende a fundir y combinar, el consciente se afirma en la negación de lo que no es y va de la mano de la fragmentación del continuo de objetos. En todas las historias, quien supera el tránsito hacia el yo diferenciado se convierte en el líder, y cómo se supera ese tránsito es el tema del héroe. De esta manera, los ritos masculinos, en donde el renacimiento es la idea central, remiten siempre al control de los instintos y la defensa de la conciencia. Neumann critica el análisis de Freud de las relaciones de los hijos con el padre y la madre, al considerar que las convirtió en un psicodrama burgués decimonónico, confundiendo la sexualidad con aspectos trascendentales del surgimiento del yo consciente. En esta línea analiza la historia de Edipo, según Neumann malinterpretada por Freud, como el último héroe del estadio en el que el yo intenta liberarse de la gran madre sin conseguirlo, dado su fracaso final.

El tema de la gran madre, con el desarrollo posterior de la buena madre y de la mala madre, su relación con las plantas y los animales, o la fuerza transformadora de los mitos matriarcales siempre asociados al círculo de la vida, tanto al nacimiento y a la muerte de los hombres como al de sus cosechas, serán también tratados con más profusión en el otro libro suyo ya mencionado anteriormente de La Gran Madre, que en la edición española de Trotta viene felizmente acompañado de las imágenes citadas. Sin embargo, en Los orígenes e historia de la conciencia las narraciones y arquetipos elegidos se centran en la reconstrucción del surgimiento del yo. El mito de Medusa, por ejemplo, sería parte de la siguiente fase, en que la madre terrible, cuyo amante es el padre terrible, es asesinada por el héroe gracias a la reflexión de su imagen en el escudo que le ha dado la diosa hermana buena nacida de la cabeza de Zeus. En todos los casos, el héroe siempre sería la conciencia que lucha por surgir y mantenerse alejada del inconsciente. Este camino hacia el yo sería también el de la creación de las civilizaciones, que lleva como contrapartida un desequilibrio entre lo consciente y lo inconsciente. Reconozco que esta visión puede resultar altamente especulativa para ciertos lectores, sobre todo para quienes no se hayan interesado antes en la obra de Carl Jung, pero alumbra una explicación coherente sobre muchas historias antiguas que reverberan hasta el presente. No en vano, ha sido considerado un libro fundamental del siglo XX que ha inspirado e influido de manera decisiva en obras posteriores como Sexual Personae de la historiadora cultural Camile Paglia o Maps of Meaning, the Arquitecture of Belief del psicólogo clínico Jordan Peterson.

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