Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles es una película experimental, de esas que por su naturaleza están mayormente abocadas al fracaso pero que alguien debe hacer para golpearse contra los límites de lo posible y revelarnos así que ahí había una pared, como quien pasa años investigando en una deslucida pero quizá necesaria tesis doctoral cuyo resultado sale negativo, o para ensanchar las fronteras de un arte con recursos y posibilidades que quizá otros entenderán mejor o aprovecharán de forma más lustrosa. La propuesta de Akerman recurre a la sencillez. Una serie de planos estáticos nos muestran la vida de una mujer que dobla y desdobla manteles, abre y cierra cajones, y se abotona y desabotona el delantal con una escrupulosa delicadeza que llega al punto de estar uno tentado a considerarlo un poema a los pequeños detalles de la rutina. Lo digo porque cuando uno ve, digamos, media hora, la para y se levanta a realizar alguna tarea de la casa, esta se hace de una manera más detenida y consciente. En esto recuerda a muchas otras películas con pocos diálogos y carentes de música -salvo por alguna canción que suena dentro de la narración, intradiegética, como la salida de una radio-, por lo que los ruidos menores cobran una saliencia poco habitual, volviéndonos transitoriamente más sensibles a ellos. La cámara fija se posiciona de lado o de frente a la actriz, aunque su mirada nunca se posa sobre esta, respetando nuestra comodidad de mirones. Otras veces, como en las escenas repetidas del pasillo, la cámara espera a que ella aparezca o desaparezca, permitiéndose el lujo de mantenerse sobre un espacio vacío de personajes, pero sólo como una ausencia momentánea cargada de tensión -cuando no está su hijo ella recibe a hombres que le pagan por sexo-, lo que recuerda a esos planos de Yasujiro Ozu en los que un pasillo vacío nos sugiere algo que no se ve. Sin embargo, al contrario que en las extraordinarias películas de Ozu, aquí hay una ausencia de drama entre personajes, familiares o no, y uno pasa varias horas, de actos repetitivos y mayormente neutrales, hasta que aparecen indicios de un posible drama interno de la protagonista.
Si este mensaje es más o menos profundo, si es más o menos feminista, o si es más o menos crítico con la sociedad, se lo dejo a debatir a mentes más sesudas y documentadas, pero al haber aplazado hasta el extremo un tratamiento neutral de la rutina, hasta el punto de poner a prueba al espectador, incluso durante esas visitas esporádicas de hombres que pagan y de las que nada se ve, el mensaje final adquiere una dimensión contundente que se opone al thriller psicológico para enfrentarnos a la realidad social de una viuda que se prostituye para mantener a un hijo lector y bastante soso, a quien le tiene todo preparado con mimo. Es justo plantearse si vale la pena esperar tres horas para que llegue el mensaje que nos permita interpretar la rutina que hemos visto o si la rutina es el mensaje en sí, al entenderse como la asfixiante carga monótona producto del sacrificio de esta mujer, y por ende quizá como metáfora de la situación femenina. El drama de esta mujer corre sutil como el agua en un río subterráneo que surge de vez en cuando, en detalles, con un hilo tan fino que resulta casi imperceptible y que solo revela todo su caudal en el desenlace final. Y es que tanto la protagonista como la película destacan por su aparente neutralidad emocional, hasta que, pasadas más de dos horas -se dice pronto-, aparecen ciertos indicios mínimos de que algo no anda bien, o no como siempre, y que esa neutralidad y perfección en la delicadeza a la hora de las labores de la casa empieza a resquebrajarse. Ahí se entrevé entonces la sensibilidad ocultada del drama que no se revela hasta el abrupto desenlace y la catarsis que lleva a la reflexión, el cráter violento e inesperado en un terreno de apariencia tranquilo. Las corrosivas críticas vertidas por Alberto Olmos en su artículo me resultaron divertidas no tanto por ir en contra de la película, que a mí me interesó y me gustó, sino por ir en contra de quienes la han elevado al mejor puesto de la historia del cine, lugar que tampoco creo que le corresponda -dicen que el sistema de votación y la apertura de la base de votantes favoreció esta extravagancia-, lo que ha provocado comprensibles reacciones de extrañeza y estupor.
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