15 de agosto de 2021

El grito por la libertad de Vasili Grossman

Todo fluye es el gran alegato por la libertad de Vasili Grossman, obra póstuma que cierra el tríptico en el que se encuentra su novela más destacada, quizá una de las mejores del siglo XX, Vida y destino, y cuyos temas reverberan en esta tercera parte, más breve, más íntima, pero sin renunciar a mostrar distintos casos de presos en los campos de concentración e historias sobre la terrible hambruna en Ucrania, y a explicar la razón de fondo de lo sucedido. La novela comienza en el vagón de un tren como El idiota de Dostoyevski, con una conversación entre dos personajes que luego se abre a un tercero, en la que el primero mira al segundo por encima del hombro y tanto el primero como el segundo miran al tercero como a alguien inferior, en un camino descendente en el nivel de reputación según el orden de presentación. Para sorpresa del lector ninguno de estos personajes volverá a salir en la novela ya que el protagonista será un cuarto personaje en la escena, el último en ser nombrado, un viejo temeroso y harapiento del que se mofan por su insignificancia, Iván Grigórievich, que tras tres décadas encerrado en campos de trabajo se dirige a casa de su exitoso primo Nikolái y su esposa, quienes lo reciben con la ambivalencia de muchos de sus personajes, entre la comprensión, la piedad, la culpa y la hipocresía. Después de la visita, el viejo y abatido Iván caminará por Leningrado con la esperanza de reencontrarse con su antiguo amor y coincidirá con un conocido -y delator suyo-, encontrará trabajo en una pequeña ciudad cercana, descubrirá un alma gemela oprimida por sus remordimientos y regresará a casa de sus padres, pero todo esto no es más que una frágil estructura episódica en la que se insertan los recuerdos de quienes conoció en los campos, los pensamientos llevados al papel para intentar explicarse las razones de lo sucedido y también las reacciones de las personas con quienes se encuentra, como si su silencio y su sufrimiento, el de una especie de fantasma aparecido del pasado, los obligara a ponerse ante el espejo de sus mezquindades y el daño infligido al prójimo. Iván deja al descubierto las flaquezas ajenas, no porque les recrimine nada ni los juzgue, sino porque su presencia desencadena una serie de reacciones en quienes lo ven y de las que él, en la mayoría de los casos, ni siquiera es consciente, o sólo en una pequeña parte. 

Mientras Iván intenta rescatar los restos de su pasado, de antes y de durante el presidio en los campos, vuelven a surgir los temas de la ineficacia del sistema, el nacionalismo ruso triunfante tras la victoria de la Segunda Guerra Mundial, la represión a las minorías de calmucos, tártaros, búlgaros, griegos, alemanes del Volga, balcarios o chechenos, y en especial el ambiente hostil hacia los judíos, la represión y expulsión de los agricultores propietarios, la hambruna de Ucrania que deja millones de muertos, las delaciones anónimas y los casos de acusadores acusados, o la limpieza de las primeras generaciones de revolucionarios por parte de una nueva generación, burocrática, pequeño burguesa, funcionaria, de la que también habla Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag o esa otra novela tan intensa y deslumbrante como Darkness at Noon de Arthur Koestler. Ante todo ese horror, Iván Grigórievich busca constantemente las causas de lo sucedido en sus recuerdos y anota sus pensamientos sobre la historia de Rusia y la revolución. Muchos en los campos estaban convencidos de que, a pesar de no ser ellos culpables, y estar allí injustamente, a los otros se les había detenido con razón. Otros incluso se acusaban a sí mismos sin razón, aunque lo cierto es que fueron muy pocos, de entre los que Iván conoció, quienes realmente habían luchado contra el poder soviético ya que a menudo se los metía en los campos no por haber luchado contra el Estado sino por la posibilidad que tenían de hacerlo. En sus divagaciones históricas, Iván concluye que el Estado soviético se construyó no sobre la libertad de los siervos del siglo XIX sino sobre la tradición de servidumbre y esclavitud de la más rancia tradición rusa, cuyos cimientos fueron puestos por Lenin y continuados por Stalin, al igual que refiere Solzhenitsyn cuando advierte del comienzo temprano de las deportaciones masivas a los gulags. Tal y como Grossman ya había mencionado en Vida y destino, Iván Grigórievich subraya el hecho de que detrás de esa construcción del Estado sin libertad había una necesidad de trabajo esclavo para las obras faraónicas soviéticas, hasta el punto de que debía rellenarse un cupo de supuestos culpables para enviarlos a los campos de trabajo aunque los supieran inocentes, inventándose informes difamatorios y obligándolos a confesar crímenes contra el Estado que no habían cometido.

Debido a todos estos recuerdos y, sobre todo, a los análisis históricos y políticos, hay un momento en el que uno se pregunta si Todo fluye fracasa como novela aunque siga siendo una lectura hipnótica, más interesante si cabe, pero como ensayo. Pero así como el comienzo de la novela recuerda al comienzo de El idiota, estas divagaciones del final recuerdan a las reflexiones finales de Guerra y paz, el único libro que Grossman tuvo bajo la chaqueta durante sus años de periodista en el frente, de tal forma que, si miramos esta novela como la tercera parte de una trilogía, se comprende mejor la intención y el paralelo de este final que cierra un ciclo. Es curioso y sin duda admirable que aunque Vasili Grossman, al contrario que Solzhenitsyn, nunca estuvo en un campo de concentración haya tantas referencias en sus libros a los deportados y su sufrimiento, tantas historias de personajes que padecieron el presidio, contando con sensibilidad y profundidad sus historias, así cómo desentrañando con clarividencia las causas de estas deportaciones masivas. La infinidad de veces que la palabra libertad asoma en esta novela, palabra que ya salía repetidas unas pocas veces en el vasto fresco de Vida y destino, cobra aquí un nuevo sentido. En primer lugar se trata del valor de la libertad para quien ha sido privado de ella, descripción negativa pero nada vaga de la libertad ya que se define por su ausencia, y que convierte al concepto en algo concreto. Luego está la libertad personal de creencias, y finalmente, unida a la anterior, la libertad civil, económica y política. Los prisioneros convencidos de que con ellos se habían equivocado no interpretaban que el Estado tuviera la culpa, y por tanto los demás estaban bien en prisión, mientras quienes estaban en los campos por pensar distinto creían en darle la libertad a todos. Iván Grigórievich anota en sus reflexiones cómo al principio creyó que la libertad era importante sólo como libertad de palabra y pensamiento, pero posteriormente comprendió que la libertad debía precederlo todo: la de hacer lo que uno quiera con su trabajo, la de moverse de un lado a otro sin que le arrebaten a uno los papeles, la de organizarse o no querer hacerlo, la de elegir dónde vivir sin necesidad de permisos o la de vender lo que uno quiera. Coloca además la libertad en el centro mismo de la historia humana y su progreso, erigiéndola en un anhelo central de los pueblos y la medida necesaria del hombre, en las antípodas de la represión soviética en la que el Estado pasó de ser un medio a ser el fin.

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