15 de octubre de 2023

Un drama romántico en el terror rojo

De uno de esos montoncillos de libros sin leer esparcidos por casa, abrí uno viejo de un autor ruso que me era desconocido, publicado en España en 1968 en la colección Austral de Espasa Calpe y, por tanto, de traducción sospechosa -las traducciones directas del ruso al español no eran comunes hasta época reciente-, lo cual se reveló un prejuicio injusto. La novela se titulaba El payaso rojo, escrita por E. Chirikov, que, para mi sorpresa, me atrapó desde la primera página. Del autor he encontrado poco, lo mejor está en su biografía de la wikipedia en inglés, en donde hay una descripción breve pero coherente de su evolución ideológica desde el populismo juvenil a la cercanía con el marxismo y su exilio final a Praga por su desacuerdo con los revolucionarios comunistas, en donde muere en 1932. Sin embargo, de esta obra no he encontrado nada, salvo por alguna sucinta descripción en las páginas webs de algunas librerías de segunda mano. Es más, no sale en la sección de obras del autor en la wikipedia, o por lo menos no con ese nombre, y cuando la he buscado en las versiones italiana e inglesa ni siquiera coinciden muchos de los títulos del autor, como si en cada idioma hubiera publicadas obras distintas suyas -en la versión francesa de la wikipedia, extrañamente, no existe ni el autor-. Así que ni supe si el título se ajustaba al original ruso o era una singularidad del traductor español, ni el año o el país de su publicación, hasta que puse en el traductor de google cada uno de los títulos del autor en ruso y, al fin, una obra publicada en 1928 se tradujo por “Payaso rojo”. Tampoco sabía si el libro me lo había llevado hace muchos años de casa de mis padres -lo que me negaron sin mucha convicción- o si lo había comprado en alguna tienda de segunda mano, de lo que he acabado por convencerme al ver el precio de 60 céntimos marcado a lápiz en una de las páginas del final. Esta desconcertante falta de información me ha animado a escribir unas líneas sobre esta entretenida y desgarradora novela corta. 

De entrada la obra tiene un posicionamiento en contra de la revolución rusa, a la que tilda de terror sin paliativos, algo que quizá ayudó o impidió su divulgación, según circunstancias de cada país, pero de lo que autores posteriores a Chirikov, como Aleksandr Solzhenitsyn, Borís Pasternak o Vasili Grossman, dejaron constancia no sin pocas dificultades y reticencias internas y externas. El personaje de Muravye es un joven apuesto y valiente, apreciado por sus subordinados, que sin embargo no ha ascendido a pesar de merecérselo, mientras otros más cobardes lo han conseguido debido a su mejor posicionamiento social, es decir, la recompensa no se la ha llevado el mérito sino la casta. Cuando esta circunstancia se une a la historia de cómo la familia de su amada lo aparta con engaños y frustra su amor por ser hijo bastardo de un señor y su criada, entonces el resentimiento aflora en Murayev. No en vano, su ascensión social y su vida amorosa se han visto frustradas por la misma causa, su cuna. Esto se nos cuenta en el primer capítulo de una novela de veinticuatro capítulos breves, y en el segundo capítulo ya entramos de lleno en el presente de la historia, en esa unidad de tiempo que formará un arco de unas pocas semanas, y en el que Murayev se presenta como un temido líder represor rojo, incluso entre los propios comunistas, un ser transformado hasta sus entrañas por el resentimiento. Además de sus extravagancias y bromas, se nos cuenta que Murayev no se siente comunista ni socialista, sino que usa la ideología dominante del momento para disfrazar y proyectar su resentimiento gracias a una inteligencia despierta. El resentimiento de Murayev unido a la ideología, que eleva su caso a categoría y se venga así en muchos otros inocentes, desemboca en un tipo de justicia que también criticarían posteriormente Solzhenitsyn y Grossman: la convicción de que es mejor condenar a cien inocentes antes que dejar escapar a un culpable. 

Mientras la narración se mantiene oblicua, sin saber por dónde avanzará la acción, la novela resulta moderna, en el sentido de que el estilo no desentona con su tiempo, como si al ver una pintura surrealista o cubista reconociéramos que se trata de un cuadro de principio del siglo XX. Esto ocurre cuando se nos narra cómo interaccionan los ancianos, mujeres y niños en la cárcel, cómo reaccionan en la ciudad ante la llegada del comisario Murayev o cómo son las relaciones de este con sus subalternos. Pero cuando, después de mandar a fusilar a varios arrestados, Murayev descubre con sorpresa que uno de ellos no es el artista que dice ser sino el aristócrata que ayudó a evitar su matrimonio con la joven Elena y luego rechazó un duelo con él por considerarlo de clase inferior, entonces lo manda al despacho para interrogarlo y descubrir dónde está ella, convertida en una líder y heroína de la resistencia blanca. Desde esa entrevista la narración se centra en la historia de amor y odio de Murayev y Elena con tanta intensidad que la represión de inocentes o las tensiones y purgas internas pasan a segundo plano hasta desvanecerse casi por completo, la narración deja de ser oblicua y los personajes se reducen. La forma de tratar las pasiones de estos pocos personajes son muy románticas; la traición, el amor, el odio o el resentimiento están llevados hasta el extremo de la humillación, la obsesión, el asesinato o los actos más viles. El propio Murayev, a quienes sus subordinados lo tildan de excéntrico y romántico, tiene algo del héroe byroniano, usado también por Emily Bronte o Jane Austen, con un pasado que lo tortura, lo vuelve enigmático a los demás y, a la vez, está en la raíz de sus extravagancias o malignidades. Mientras Elena, encerrada en lo alto de una casa alejada y desconocida, como una reminiscencia de una heroína de la novela gótica atrapada en lo alto de alguna torre de un castillo, sufre el acoso del hombre al que considera malévolo pero al que conoció de una forma muy distinta en su juventud, con ambas imágenes en conflicto y evolución. 

La novela es anacrónica en cuanto que, una vez se centra en los dos personajes principales, adquiere un claro tinte a drama romántico que desentona con el estilo del siglo XX en el que transcurre la historia, como si se hubiera construido una iglesia románica en el renacimiento o compuesto una pieza barroca en el romanticismo, pero a la vez, de esa contradicción de fondo, nace un aspecto dramático que difícilmente habría brotado de una obra adaptada formalmente a su tiempo. Lo melodramático o sentimental se acopla bien aquí a las situaciones históricas extremas y revoluciones políticas. De hecho, la novela parece deberle cierta estructura al teatro, con sus diálogos afilados que estructuran cada escena, la división de los capítulos bien delimitados en su unidad de tiempo y hasta el mismo final resulta trágicamente teatral. Hay también, además de referencias religiosas, cierta inspiración en Shakespeare, pero estas características no la hacen más anacrónica sino, más bien al contrario, nos la acercan de una forma que no es de extrañar que gustara tanto a los lectores de su tiempo. La resolución romántica del conflicto, la reducción a una cuestión de amor pasional, no descarta sin embargo la posibilidad de apuntar hacia lo simbólico, en donde rojos y blancos se dan un último abrazo imposible como en el rencuentro de dos amantes que nunca debieron separarse, incapaces de olvidar el odio que los ha enfrentado pero también de reconstruir el amor que los unió, es decir, la reconciliación de una sociedad rota por dentro que debió seguir unida, aunque, claro, esto último es pura especulación lectora. Podría decirse que Chirikov funde el mal comprendido en dos sentidos distintos, el privado y el social, y explica uno a través del otro cuando justifica emocionalmente la razón de la crueldad de Murayev con el resentimiento causado por la injusticia sufrida, y cómo cuando este se calma aquel se atenúa. En esta proyección del dolor personal en un resentimiento hacia el mundo residiría la trampa emocional que justifica su terrible forma de ser, pero también la razón de la intensidad del drama, así como su lectura en dos niveles.

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