15 de junio de 2021

Técnica y compasión

En Vida y destino hay muchos personajes, tantos que su lectura puede ser desconcertante hasta que las repeticiones de los personajes nos hacen entrever, bajo la apariencia de un gran mosaico sobre la guerra en el que se muestra la vida en distintas situaciones, unos hilos argumentales que siguen a un puñado de personajes principales. Sin duda, los nombres eslavos no ayuda a un lector occidental, se pierde uno más fácilmente, y aún más cuando a veces se refieren al mismo personajes con el nombre, con el nombre y el patronímico, o con el apellido, pero la lectura no deja de ser hipnótica, entre otras razones porque cada capítulo está trabajado de tal manera que, además de dejarnos en suspense, abre y cierra algo con respecto a algún personaje, una escena que, como ya mencioné el mes pasado, suele tener un elemento de sorpresa en cuanto a las emociones o ideas desplegadas en ese breve espacio. El trazo de Grossman a la hora describir a sus personajes es brillante, con una explicación de sus circunstancias y sus reacciones psicológicas envuelta, en muchos casos, en la bruma ideológica que parece poseer a tantos. En su acercamiento a los personajes, no importa su condición o sus actos, no hay parodia ni burla, sólo comprensión, a excepción quizá de las escenas en donde salen Stalin o Hitler, los hombres ante los cuales tantos callaban y acataban dóciles sus órdenes, en donde se aprecia un tono distinto al usado para los demás, opuesto al laudatorio, sin ninguna señal de comprensión hacia ellos, llevados por un autoritarismo tal que confunden el Estado y su voluntad como una misma cosa. Para todos los demás, hombres y mujeres, hay una honda compasión en su representación ante situaciones tan duras, sean del bando, etnia, religión o ideología que sean, especialmente en el caso de los judíos, los mayores sufridores de la guerra. Pero esta compasión no se basa en esconder el lado más oscuro de sus personajes sino en el reconocimiento de sus reacciones y la recopilación patética de sus emociones.

Sin negarle una gran agudeza psicológica, o dándola por sentado, a mí me interesa más, sin embargo, saber cómo consigue trasladarla al lector. En un principio me pareció que la complejidad de cada uno de sus muchos personajes provenía de la descripción de un acto o pensamiento bueno y otro malo, es decir una de cal y otra de arena, una forma rápida y eficaz de mostrarlos en su complejidad, pero luego me pareció una explicación insuficiente porque en muchos casos los actos y los pensamientos no eran tan claramente catalogables desde el punto de vista moral y porque siempre estaban con el telón de fondo de la guerra, una circunstancia mayor que cambia muchos valores. Grossman se limita a imaginar la cadena de reacciones de cada uno de ellos, sin juzgarlos, dejándolos hacer, y casi esperando a que ellos se juzguen a sí mismos. Lo que está claro es que todos tienen defectos y debilidades, y en muchos casos son conscientes de ellos. En sus breves capítulos se percibe más sensibilidad hacia los pobres y desfavorecidos que hacia quienes conforman la buena sociedad comunista, en donde existe una casta de privilegiados con coches oficiales, camarotes especiales y bienes inaccesibles a los demás, o en donde las mujeres jóvenes trabajadoras empujan a los viejos y débiles para pasar antes al tranvía. Grossman, al igual que Chéjov, era sensible a la injusticia y el dolor pero no idealizaba al campesinado o al proletariado. En el frente, en donde la mayoría son hombres, la narración se enfoca más en la supervivencia y el conflicto jerárquico entre soldados y sus mandos, entre los altos mandos y los comisarios políticos, entre los propios soldados o entre los mandos, y entre los altos mandos y el líder. En la retaguardia, sin embargo, en donde abundan los personajes femeninos, se siguen los sufrimientos de las mujeres para subsistir en la vida civil, desde la maestra que ve cómo se llevan a sus alumnos judíos a las mujeres que esperan colas de días para mandar un paquete que no llegará nunca. 

Uno intuye que los personajes han sido escogidos para ejemplificar diferentes escenarios, cada cual de un aspecto distinto de la vida en la batalla o en la retaguardia, de tal manera que su propósito es dirigirnos hacia algún matiz de la guerra aún no explorado, pero con la maestría, asombrosa, de insuflarles una vida difícilmente explicable desde un trazado esquemático con ese fin. Esto incluye tanto a los personajes principales como a los secundarios, posicionados todos para contarnos los distintos aspectos de la guerra, de la que dependen sus personajes con sus dramas, y no al contrario, como es habitual, en la que los personajes y sus dramas personales limitan el espacio de la realidad histórica que se cuela en la novela. Esta elección narrativa es la causante de la visión panorámica, como de un gran mosaico o friso de la guerra que, en este caso, confirma esas frases grandilocuentes tan típicas de las cubiertas traseras de los libros que ponen a esta novela como la Guerra y paz del siglo XX. Me pregunto cuánto trabajo periodístico, de estar sobre el terreno y recoger las historias de los testigos, cuántas horas de preguntar y escuchar a los demás, tuvo que realizar Vasili Grossman, y cuánto tiempo tuvo que dejar macerando esa información después, para construir esta obra que no es una recopilación periodística novelada. Lo cierto es que sus personajes son tantos y tan convincentes que sus peripecias nos inquietan constantemente. Sólo son juzgados a través del juicio de otros personajes que a su vez son limitados y se equivocan, y nos sorprende muchas veces con pequeñas vueltas de tuerca que ponen en tela de juicio las previsiones del lector. Más que pensar recuerdan y más que sentir observan lo que padecen los demás. Y a pesar de la represión totalitaria algunos tienen salidas de rebeldía, como si al ser humano no se le doblegara tan fácilmente por mucho que se le amenace, algo dentro de muchos pervive con el ansia de la libertad, y esa pequeña llama se mantiene viva incluso en las circunstancias más terribles.

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