15 de diciembre de 2024

Concierto barroco (2/3): Dos mundos

Concierto barroco funde la forma y el fondo en distintas líneas narrativas a modo de leitmotivs, con distintos espacios, tiempos y una prosa entre poética y abigarrada, con destellos humorísticos y estimulantes sugerencias intelectuales, que hace honor a esa gran síntesis artesanal y artística que es el estilo barroco. El texto llega al lector a través de la riqueza del lenguaje, de sus múltiples redes hacia los sonidos y la música, los colores, la sensualidad y las descripciones, y no con la forma clara de la línea analítica que, sin dejar de existir, se encauza por debajo del artificio como discreto cauce subterráneo bajo la masa de sentidos traídos por la palabra. Carlos Fuentes escribió en “Alejo Carpentier o la doble adivinación” que Carpentier fue el primer escritor en lengua española en intuir y aplicar la transformación moderna de la literatura, en el que personajes y argumento de la novela tradicional dan paso al lenguaje mismo, a la música y a la pintura, al lenguaje como artificio, en su función poética, más allá del relato contado. Quizá, con cierta perspectiva temporal, debamos matizar esta afirmación y limitarla a la época o, más concretamente, al autor, pero no deja de ser un acierto en cuanto a la escritura de Carpentier, aunque yo no estaría tan seguro de que esa mayor importancia del lenguaje conlleve necesariamente, por lo menos en el caso de esta novela corta, un abandono de los personajes y el argumento, que me parecen también de sumo interés, tanto por el sentido y función de estos como por su entretenida peripecia. 

Quizá el tema más mencionado sobre esta novela, y sobre la obra de Carpentier en general, sea la unión y el contraste entre dos mundos, el americano y el europeo, con sus complejidades y conflictos. En Carpentier hay algo de orgullo americano que se revela contra la supuesta superioridad europea, deseoso de sacudirse una especie de complejo de inferioridad frente a la metrópolis, complejo del que, de forma similar, se hablaba hasta hace bien poco que padecíamos también en Canarias. En Concierto barroco un indiano rico de principios del siglo XVIII se embarca hacia Europa con una lista de pedidos por parte de sus amigos y a su llegada encuentra un Madrid feo y pequeño, de costumbres cerradas, muy poca cosa en comparación con las ciudades de América. También tiene la misma sensación en Cuenca y, más tarde, en Valencia, aunque el juicio se va haciendo más benigno según se acerca a Barcelona, con la descripción de una ciudad de gente entrando y saliendo con productos y mucho movimiento en el muelle. Es por tanto en España, en la zona más castiza, tierra de sus ancestros, en donde siente con mayor vehemencia esa decepción ante Europa, que no se reflejará posteriormente en su paso por Venecia o en sus menciones a París. Tras la llegada a la festiva y carnavalesca Venecia, descrita ampliamente en proporción a la brevedad del texto, conoce nada menos que al compositor Antonio Vivaldi, a quien le cuenta la historia de Moctezuma. Este, admirado y entretenido, aprovecha la historia para realizar una ópera con un nuevo tema histórico que se aleje del bucolismo característico de su tiempo. 

El indiano no puede sino sentirse frustrado ante la obra de Vivaldi. Mientras este visita Europa, con sus decepciones, el europeo recrea América transformándola en ficciones según las convenciones y creencias de su época, paradoja demasiado común de la ficción histórica. Critica su mentira histórica, su manipulación al dictado del gusto de su tiempo y, también, que lo fabuloso sea para los europeos el pasado, y no el futuro, porque han perdido la capacidad de asombrarse ante el presente que les rodea, y deben buscarlo en lo ya sucedido. Esta reflexión tiene un aire de familia con esa otra tan famosa de Alejo Carpentier en la que opone el plano onírico y fantástico suprarrealista, que parte del artificio para cimentarse en una simbología ya burocrática y agotada, a la dimensión extraordinaria de la realidad americana, mostrada en su abundancia vegetal en la pintura de André Masson o Wilfredo Lam, pero también presente en la historia de los hombres que llegaron y habitaron esas tierras nuevas, muchas veces en busca de quimeras, y que cristaliza en ese concepto de lo real maravilloso que acuña en su prólogo a El reino de este mundo, esa novela también breve e intensa que narra la revuelta de esclavos de Haití, que es en sí una crónica de lo real maravilloso americano. Es como si Alejo Carpentier hubiera estado jugando con esa idea de lo fabuloso y lo fantástico en distintas coordenadas y de distintas formas, una preocupación del autor que, a lo largo de distintas obras, se plasma desde distintos puntos de vista. 

A pesar de su ascendencia española, similar a la de Cortés según dice el criollo de sí mismo, al escuchar la ópera de Vivaldi se ha sentido más identificado con la resistencia indígena que con el invasor español -nada menciona sin embargo de los pueblos indígenas que apoyaron a Cortés contra el domino Azteca-. Frustrado al sentirse sabedor de la verdad histórica frente a la mostrada en la ficción dentro de la ficción, este indiano, resultado de la unión conflictiva de estos dos mundos, no tan feliz como el final de la ópera de Vivaldi, se decanta por su lado americano, no solo como viajero observador sino también emocionalmente. Sobre esto se discute y se reflexiona en el texto en distintos momentos, aunque, curiosamente, nada deduce al respecto de que describiera a los amigos que dejó en América con la resignación de ser los mejores entre los que podía encontrar, a falta de más cultos o importantes, mientras que la llegada a la Venecia carnavalesca y festiva lo pone en relación inmediata nada menos que con personajes como Vivaldi, Scarlatti o Haendel. Su admirable defensa de América no puede soslayar, en su sinceridad, la inevitable atracción de talento de los centros culturales europeos, como quizá le sucedió al autor en su vida parisina, en donde se fraguó su interés por América como tema, al igual que le sucediera a otros escritores hispanoamericanos posteriores. En cualquier caso, el personaje no rehuye lo conflictivo, se revuelve ante la imagen edulcorada de la hermanación propuesta por Vivaldi, y nos sugiere una mezcla lenta y tensa forjada en la dureza que tanto atrajo, por ejemplo, a Carlos Fuentes en clave de dicotomías.

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