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15 de mayo de 2014

La responsabilidad de Eichmann

Claude Lanzmann grabó en 1975 unas conversaciones con Benjamin Murmelstein, el que fuera el último presidente del Comité Judío del campo de concentración supuestamente modélico de Theresienstadt, pero no las incorporó a su gran documental Shoah, probablemente porque no tocaba el tema del campo de Treblinka directamente. Murmelstein fue rabino y profesor universitario, hombre de gran cultura y, según Lanzmann, quizá el hombre más inteligente que ha conocido (y Lanzmman es de esas pocas personas que pueden presumir de haber conocido a mucha gente inteligente). Con aquel material de hace ya unos cuarenta años, e imágenes actuales de los lugares en donde acontecen los hechos narrados por Murmelstein tanto en su entrevista como en su libro Terezin, il ghetto modello di Eichmann, Lanzmann ha elaborado un documental de casi cuatro horas, El último de los injustos

Murmelstein trató directamente con Eichmann desde antes de la guerra, quien le había pedido ya en el 38 informes sobre emigración y a quien le había escuchado hablar de “emigración grupal” para deshacerse de los judíos. Lo vio con sus propios ojos comandando un grupo de la SS con hachas y martillos que destruiría la sinagoga de Seitenstettengasse la Noche de los Cristales Rotos. De sus recuerdos se constata que Eichmann no era un burócrata fiel a las órdenes de sus superiores, tuvo un papel activo y perfectamente consciente en el desarrollo de lo que llegaría a ser la solución final, además de ser un corrupto y un estafador, dejando en entredicho la teoría de Hannah Arendt sobre la banalidad de este personaje, y arrojando luz sobre un proceso que aún hoy en día despierta opiniones contrapuestas, como hemos podido observar a raíz de la película de Margarethe von Trotta sobre la experiencia de la filósofa en el juicio a Eichmann. 

Había leído el libro de Arendt que recopila sus 15 artículos sobre el juicio para The New Yorker junto a un epílogo y un postscript de la autora, Eichmann in Jerusalem, que sin duda es muy interesante, pero hasta ahora no me sentía capaz de tener una opinión, enredado como estaba en las ajenas, tan contrapuestas. Sin embargo, tras escuchar y ver a Benjamin Murmelstein no sólo me he enterado de una parte de la historia que desconocía sino también me ha quedado claro qué tipo de persona podía haber sido realmente Eichmann. El documental es una prueba más de lo difícil que resulta desentrañar la verdad, pero cómo aún así se puede y se debe explorarla. Se trata de un material imprescindible para la comprensión de un tema controvertido y para la memoria del más horrible de los hechos sucedidos en Europa, cuyo único reparo que se me ocurre hacia Lanzmann es que haya tardado tanto en sacarlo a la luz.

15 de febrero de 2011

La memoria del horror

Estas navidades mi amigo Héctor, con gran generosidad por su parte, me ha regalado un montoncito de libros que, cada cual a su manera y en su género, reflejan la sociedad francesa invadida por los nazis, su sufrimiento y miserias. Son libros que, además, se enriquecen unos a otros. Así, la lucidez histórica y la apasionada defensa de la democracia frente a los totalitarismos en La agonía de Francia de Manuel Chaves Nogales, considerado por algunos el mejor periodista español del siglo XX, describe e interpreta como testigo la caída del país vecino y se refiere, en ocasiones, a los mismos hechos que son narrados en la inconclusa novela de Irène Némirovsky, Suite francesa, cuya verosimilitud psicológica se asienta en la certera dosificación de crítica y compasión hacia sus personajes. Por otra parte, el Dora Bruder de Patrick Modiano, un libro breve y delicado que reconstruye, a modo de investigación sobre el pasado, la desaparición y posible peripecia de una joven judía a partir de un anuncio de periódico de la época, se complementa con la novela de Juana Salabert, Velódromo de invierno, que relata la reclusión de miles de familias judías en el Velódromo parisino antes de su envío al exterminio en Auschwitz. 


Junto con estos libros mi amigo me prestó un documental, Shoah, de dimensiones colosales, que deja cualquier película o documental sobre el holocausto como insuficiente o cogida de soslayo en comparación con el inmenso trabajo tejido por Claude Lanzmman. El documental, con efectos secundarios espurios como el de curiosear en la vida agraria de la Polonia comunista de finales de los 70 y principios de los 80, cuando fue rodado, está montado y entrelazado con la inteligencia creadora de un maestro del cine, basándose en el testimonio de víctimas, múltiples testigos y unos pocos verdugos, lo que le llevó nada menos que doce años de trabajo. A pesar de sus más de 9 horas de duración, mantiene al espectador insomne y perplejo, mientras desgrana la barbarie con serenidad y temple de investigador, quizá la única forma posible de hacerlo. De hecho, todas las tropelías y brutalidades que en una ficción resultarían increíbles por exageradas, o más propias de un cine de terror, forman en este documental un sinfín de anécdotas estremecedoras, sustraídas de la memoria de quienes vivieron de alguna manera el exterminio de los judíos, dejando sus vivencias para el recuerdo colectivo de la infamia.

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