Después de más de diez años escribiendo este cuaderno de lecturas, espero que me disculpen por hablar de mí mismo o, más bien, de una serie de novelas y relatos que he escrito durante los últimos veintidós años. El dilema era si olvidarlos después del esfuerzo realizado, con ese tiempo precioso que pude haber dedicado a otra meta más fructífera en términos prácticos, o publicarlos por mi cuenta a pesar de que las derrotas continuas con agentes, premios y editoriales, sean un probable indicador de su insignificancia. Ni que decir tiene que el esfuerzo, aunque necesario, no es garantía de calidad, ni da derecho a nada, por mucho que uno se haya sacrificado. Al menos puedo decir que, en líneas generales, lo he pasado bien escribiéndolas, ha sido un camino entretenido, emocionante, exultante incluso y con una meta clara, lo cual no es poco. Gracias al apoyo de otras fuentes de felicidad, creo que he conseguido sortear ese profundo malestar, del que advierte Daniel Kahneman, tan común entre adultos con aspiraciones artísticas frustradas. Un comentario de mi amigo Samuel Alonso, que ha leído mis ficciones con paciencia y comprensión, me decidió a dejar de huir hacia delante y dedicarme a releer, volver a corregir, seleccionar y buscarle alguna salida modesta a lo ya escrito, lo que he hecho durante este último año. Luego llamé a mi amigo Gustavo Martín pidiéndole portadas para cada una las novelas. No es como para sentirme orgulloso de publicar por mi cuenta -aunque tengo en mente célebres escritores que así lo hicieron con sus primeras obras- pero al menos estoy aliviado de haberme quitado esa espinita frustrante antes de cerrar una etapa y dedicarme, en parte, a otros horizontes. Así que a continuación les comento las novelas subidas con las portadas diseñadas por Gustavo Martín y los enlaces a sus respectivas páginas en Amazon.
Esta es, en mi opinión, la novela con la prosa mejor lograda, que se mece entre la sátira y la comprensión, el drama y el humor. La empecé pensando en algunas de las polémicas de los movimientos identitarios actuales, de las que mi generación ya había oído circunscritas al ámbito universitario del final del milenio. La novela, sin embargo, se desarrolló por su cuenta, con su lógica interna y, en buena parte, olvidándome de su finalidad original. La narradora es una estudiante que hace sus primeros esfuerzos para convertirse en escritora y junto a sus dos amigos, una aspirante a actriz deseosa de partir a la capital y un poeta en ciernes con intereses académicos en el campo de la filosofía, conocen a un joven airado que se dedica a reventar conferencias, clases y charlas con su discurso revolucionario, a quien apodan el terrorista intelectual. Quizá su aspecto más original reside en la construcción narrativa montada sobre la asistencia de estos personajes a distintas conferencias, lo que da el título al libro.
El ingeniero Li se dirige al trabajo en metro como cada mañana, pero un intento de robo perturbará la monótona paz de los ocupantes del vagón. A pesar de su banalidad, el episodio muestra las consecuencias y los límites del control de las nuevas medidas de seguridad en la sociedad que retrata la novela, cuya primera escena surge a partir de un artículo que leí hace años en La Vanguardia sobre los controles faciales en China y las repercusiones de las faltas y actos delictivos en temas tan diversos como el acceso a la sanidad, la vivienda o la selección laboral. Terminada durante la pandemia y en parte bajo su influjo, esta novela, la última que escribí, narra un futuro cercano dominado por el control de nuestros movimientos y datos gracias al cual, por ejemplo, la criminalidad se ha reducido considerablemente. El ingeniero Li y el periodista Vivaldi representan dos formas distintas de juzgar los avances tecnológicos y las nuevas medidas para la mayor seguridad y salud de los ciudadanos, inspirados en la dicotomía de integrados y apocalípticos que hiciera Umberto Eco. Ambos, con un pasado de amistad en común pero con una vida muy distinta en la actualidad, afrontan situaciones en las que se cuestionan si la visión del amigo no será la acertada y ellos estén en un error. Sin embargo, no será hasta la aparición de la joven Ninna cuando la acción se precipite y cada uno deba posicionarse.
Tres relatos escritos por el periodista y escritor Vivaldi, personaje de la novela La sombra, que representan cómo la tecnología nos transformó y transformará nuestras vidas. Desde los asistentes de voz que compramos encantados para nuestro hogar hasta cascos virtuales para nuestro entretenimiento o, incluso, la mejora genética de los humanos, estos relatos se mueven entre los peligros de los nuevos avances y lo fantástico.
Esta es la más breve e intensa de las novelas. Kedest es una mujer desconocida a la que el narrador se acerca atraído por su belleza, aunque pronto queda confuso por sus reacciones, contradictorias y enigmáticas, y las situaciones en las que se ve envuelto con ella. La razón de su misteriosa actitud sólo se revelará con el descubrimiento de una historia lejana en el tiempo y en el espacio que ella se resiste a contar pero que ha condicionado su vida para siempre.
Después de una desastrosa incursión literaria en la novela histórica, de la que será mejor no decir más, escribí esta novela de viajes en la que el levante mediterráneo sirve de telón de fondo a la historia de una pareja. La narradora, una traductora con dudas sobre su futuro, viaja a Estambul con su novio para reunirse con una antigua amiga de sus tiempos en París, pero lo que parecían unas vacaciones alegres se convierten poco a poco en una experiencia desagradable que la llevan a cuestionarse también su vida privada.
La primera de mis novelas fue Las noches largas, que terminé con veintisiete años después de pelearme con la pantalla en blanco durante casi tres años, haciendo descubrimientos y sufriendo con cada capítulo por muy breve que fuera. La mandé a escritores, editoriales, agentes y premios, pero sólo me la quiso publicar una pequeña editorial a medias con mi participación, lo que no quise hacer, y no sólo porque no tenía ni un duro en ese momento. Decisión de la que me alegro porque unos pocos años después la reescribí con distintos narradores, pronombres personales y tiempos verbales hasta dejarla en la mirada poliédrica que he mantenido tras múltiples lecturas. Posteriormente el cambio más relevante fue el del título, en 2014, para adaptarlo mejor a las tensiones narradas entre los personajes que viven en la casa de la novela: Convivencia es mi novela más extensa que, sin embargo, se lee rápido gracias a la brevedad de sus capítulos y la abundancia de diálogos.
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