15 de junio de 2018

El Quijote según Ortega y Gasset

En Meditaciones del Quijote, primer libro de Ortega y Gasset, se esbozan ya, según sus propias palabras, algunos de sus grandes temas, como comprender al hombre y la obra de arte en su contexto para dotarlos de una significación profunda, y una forma de filosofar rigurosa que no desdeña la poesía para expresarse y convertir sus certeros símiles en imágenes reveladoras de la idea o en hilos conductores del pensamiento. He tenido la sensación, leyendo este libro, de que no llegaba nunca al meollo de lo que esperaba por su título, que Ortega y Gasset se dilataba en explicaciones previas, en preparaciones para afinar la mente y permitir al lector ver mejor, incluso a veces parecía perderse en caminos lejanos para regresar a atar en uno o varios nudos los cabos lanzados previamente, y cuando me he dado cuenta, cuando creía que por fin se metía de lleno en el asunto, resulta que había terminado el libro. Puede que la causa radique en que el filósofo había planificado dos meditaciones más que nunca escribió o sencillamente debido a su aproximación externa y general o, como afirma su biógrafo Jordi Gracia, porque se sintió impelido a escribir un libro en donde reunir sus múltiples y dispersos pensamientos escritos en conferencias y periódicos. A pesar de esto el ensayo de Ortega y Gasset resulta una reflexión extraordinaria que reconstruye el sentido de la obra de Cervantes, sin erudición filológica pero con amor filosófico, como nos advierte desde el principio. Su meta no es el estudio del personaje del Quijote sino de la obra el Quijote, de la cual el primero no es sino un elemento del segundo, ya que fuera de su contexto este perdería su verdadera significación, reducido a una cómica y ridícula figura.

La novela de Cervantes es, para Ortega y Gasset, ante todo un estilo, que aspira a entender, no desentrañándola desde la obra en sí, sino desde una mezcla flexible y estimulante de conceptos históricos, poéticos, psicológicos, literarios y filosóficos, en un ejercicio audaz y original que pone en acción una vasta cultura y diversas estrategias interpretativas. La meditación preliminar parte del símil del bosque para hablarnos de la profundidad y la superficie, de dos formas distintas de entender el arte y la realidad misma, ambas con sus riesgos y sesgos, con sus equívocos y sus entuertos, necesarias la una para la otra, interdependientes e inalienables, pero irreductibles a uno sólo de los planos. Según Ortega y Gasset el arte griego y el romano se decantaron por perspectivas distintas, como en la modernidad la tradición del norte de Europa frente a la del sur, entre el mundo profundo de una realidad reconstruida por el ser y el reflejo luminoso de una superficie sin trastienda, de una realidad limitada a su apariencia inmediata. Ambas formas de entender el mundo, sin embargo, se necesitarían. Ortega y Gasset abandera la posibilidad de aunar las dos tradiciones sin complejos, ser capaz de aprender del otro y enriquecerse, al contrario de quienes se escudan en lo supuestamente propio por debilidad. No existe, de hecho, lo propio como algo puro, nos viene a decir, sino una confluencia de multitud de caminos culturales distintos. No obstante, se demora por antagonismos de tradiciones, llenos de tensiones y decisiones que las han configurado en tiempos, ciertamente, de  menor intercambio y comunicaciones entre las gentes de distintos orígenes. 

Sus reflexiones claras y breves sobre la importancia del platonismo en la interpretación de la realidad, esa capacidad de entender que detrás de los pocos y contados árboles que literalmente vemos hay un bosque desmesurado y oculto no por ello menos real, y su defensa apasionada de la integración de las tradiciones griega y romana, la germánica y la latina, frente al patriotismo grosero e ignorante, son los dos ejes en los que pivota su meditación preliminar antes de adentrarse, nada más comenzar la primera meditación, en la ardua definición de la novela. Quien más quien menos sabe lo que es una novela pero su definición, a poco que escarbemos, escapa al fácil entendimiento hasta el punto de que escritores de renombre la han explicado como un género en el que cabe de todo. Ortega y Gasset no se entrega, aunque sólo fuera por no negarse el goce intelectual de la divagación hipotética, a un asalto tan simple. Al contrario de los manuales literarios, considera que los géneros no deberían definirse por su forma sino por su tema, porque en última instancia la forma surgiría como resultado o trayectoria del tema. Y si a cada época le pertenece un género es porque cada género reflejaría una forma distinta de entender al hombre. Lo que el lector esperaba de la épica, ese pasado ideal y arcaizante tan lejano de sus creadores como de nosotros mismos, es distinto a lo que el lector moderno espera de la novela, la reconstrucción de lo que ya conoce. Aunque al mencionar a Aristófanes, por ejemplo, reconoce implícitamente la coexistencia de corrientes distintas en una misma tradición, lo cómico y lo épico en una misma época. 

Llegado a este punto, ¿tiene todo esto algo que ver con la gran obra de Cervantes? ¿Por qué lo dicho es tan importante para comprenderla? Pues bien, Ortega nos recuerda que el Quijote es el libro bisagra de estos dos mundos ya que los libros de caballerías son una forma narrativa que subsistió a partir de lo épico, de personajes únicos y míticos, ideales en sus virtudes, frente a los tipos cotidianos de la novela, irremediablemente cómicos. Cervantes fue capaz de insertar en el mundo realista de la novela moderna el mundo fantástico y legendario de la épica aunque fuera como reflejo imaginario de la psicología, de la cual tampoco podemos deshacernos, porque sin la imaginación, sin el idealismo, sin las virtudes, los hombres caeríamos en la absoluta vulgaridad. Por eso decía Ortega al principio de su ensayo que debíamos entender la novela y no al personaje, porque este no existe sino en función de aquella, ya que sin la novela el personaje no sería sino un loco, pero en ella se convierte en un elemento esencial de la vida. Cervantes consigue reunir así dos tradiciones, la novelística y la épica, la realidad y la imaginación, desvelar las mentiras de las fantasías e insuflar a la realidad la poesía recogida de los rescoldos de esta. Hay un capítulo que me resultó conmovedor, por tratarse de una revelación en el ejemplo más manido, en el que Ortega explica cómo la locura del personaje es la justificación para explicar el episodio de los molinos pero no su único sentido, ya que si bien no existen los gigantes alguien debió haberlos inventado, alguien debió haber visto antes la realidad como don Quijote para que él la hubiera interpretado como tal.


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