15 de abril de 2019

¿Es idiota el príncipe de El idiota?

Desde el comienzo de la novela el príncipe Lev Nikoláievich Myshkin se caracteriza por ser un hombre sensible y bueno que sólo recientemente se ha recuperado de la enfermedad y el sufrimiento. Pronto comprendemos, gracias a sus correctas percepciones, capaces de asombrar a un criado que lo desprecia por su atuendo viejo, que estamos ante un hombre inteligente. A partir de aquí la representación del príncipe fluctúa entre lo que le parece a los demás debido a sus buenos sentimientos y lo que va demostrando gracias a su conversación y sus habilidades. Parece que Dostoievsky nos quisiera decir que, al contrario de lo que popularmente se cree cuando se tilda de tontos a los bondadosos, la bondad es una suma de sensibilidad e inteligencia tan escasa que los demás raramente alcanzan a comprenderla, salvo que sus acciones resulten en un prestigio social, y ensalzan más a los listillos que intentan destacar sin escrúpulos. Sin embargo, el príncipe se culpa de todo, tiene muchas dudas y es misericordioso. Cuando un personaje le hace un retrato psicológico él lo admite, aunque a medias, a pesar de lo mucho que ignora su intimidad y su falta de acierto en lo esencial. A fuerza de conocerlo los demás personajes van apreciándolo, confiando en él y algunas mujeres enamorándose. Su bondad, aunque no deja de pasar por idiota, es también respetada y lo hace querido.

Dadas las referencias explícitas que aparecen en el texto, el personaje del príncipe parece estar construido sobre varios modelos, como muletas para ayudarlo a andar, pero lo cierto es que, según se mire, los amaga como espejos lejanos, los supera en el plano realista o los naturaliza tanto que su sentido simbólico se desvanece. Por una parte se menciona varias veces a don Quijote, protagonista de la historia más triste jamás contada según Dostoievsky, y se advierte un vínculo del príncipe con el caballero loco y tonto, pero también heroico e idealista, pero en vez de haber una relación cómica con el lector se forja una dramática. Es también un hombre lleno de misericordia que se acerca al mundo para mostrarle sus pecados a la manera de un Jesucristo crucificado, como el cuadro más intenso y de mayor calidad en la casa del incontrolable Rogochin. La presencia de estas pocas pero significativas referencias hace pensar en un personaje construido a partir de un arquetipo o una idea matriz casi alegórica pero integrado de forma realista en la historia. No es fortuito que se diga en la novela, a propósito de un comentario sobre Gogol, que un personaje puede ser como un tipo, es decir una exageración, pero no una ficción. Es en esta apuesta por partir de un personaje inspirado en ciertos arquetipos para ponerlo a prueba en una hipotética realidad, es decir la ficción, cuando el sentido original del personaje es zarandeado. 

Situar a un hombre bueno en medio de tantas flaquezas y mezquindades humanas, a veces cotidianas y familiares, hace que estas se reflejen gracias al elemento de contraste y que el vicio, la doblez o el resentimiento adquieran una gran intensidad sin necesidad de comentarlos. O quizá sea al contrario, y para soportar la visión de sus innumerables defectos y sufrimientos, y de sus ocasionales y raras virtudes, haya que verlos al trasluz de algún personaje virtuoso que sirva de idea del bien, como un faro, ante tanta desintegración moral y desquiciamiento psicológico. No en vano, como nos cuenta George Steiner, “His Christian name, Parfen, signifies “virginal”. Sin embargo, mientras en el César Biroteteau de Honoré de Balzac, quien decantó la vocación literaria de Dostoievsky, o en Light of August de William Faulkner el egoísmo y la maldad humana se redimen en parte gracias a jóvenes parejas, enamoradas y buenas, que se alejan al final de la narración dotando de esperanza el futuro, en El idiota es la bondad, materializada en el personaje del príncipe, la que es puesta a prueba. Con su inocencia e ingenuidad, con su “virginidad” social, recién salido de un sanatorio suizo, el príncipe se convierte en un personaje imprevisible que pone a muchos en circunstancias comprometidas y en buena parte es el desencadenante del drama, o por lo menos el causante no intencionado de que tome ciertos derroteros. 

Es cierto que su bondad inocente despierta en los abusadores tentaciones irresistibles, lo que provoca que muchos quieran aprovecharse de su candor, exigiéndole dinero injustamente, injuriándolo en la prensa o burlándose cruelmente de su forma de ser, lo cual aguanta no sin dolor y hasta con compresión hacia los demás. Pero muy a menudo las personas cometemos estupideces porque no nos damos cuenta de las consecuencias de lo que hacemos o decimos, porque no hemos valorado bien a quienes tratábamos o por ignorancia de las circunstancias o de la naturaleza humana, y en este sentido el príncipe, aunque de inteligencia perceptiva, comete ciertas torpezas, quizá no como para llamarlo idiota, pero sin duda las suficientes para que la idea de bondad como sinónima de inocencia sea reconsiderada. El hecho de que la novela se titule El idiota pone el énfasis en su personaje, como una clave para su entendimiento, más aún cuando ese insulto se repite hacia el protagonista en múltiples ocasiones por parte de muchos personajes, a veces para corroborar la impresión que de él se tiene, otras para negarlo, pero presente como si fuera una primera intuición inevitable de quienes lo tratan. Aunque nos pongamos de parte del protagonista por su sensibilidad y bondad, su comprensión y delicadeza, llegados al final, y considerando el desenlace y sus consecuencias, tendremos como lectores que afrontar la dura tesitura de decidir si el príncipe era idiota o no, o hasta qué punto.

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