15 de mayo de 2023

Stoner o el arquetipo del antihéroe

Stoner es un libro que poco a poco va hundiendo al lector en un estado de ánimo pesado y pasivo, como si en un lapso relativamente corto de tiempo uno hubiera envejecido varias décadas y caminara lentamente o pensara sin fuerza, pero es también un libro lleno de reflexiones y divagaciones hermosas y brillantes en la mente de un personaje que, como la mayoría de los humanos, pasó sin pena ni gloria por este mundo y se vio arrastrado por la historia, capeándola, a la vez que se forjó de forma más bien pasiva en las circunstancias que le tocaron vivir. Es decir, se trata de la vida de un hombre común con una vida común, sin atributos especiales y sin sucesos decisivos, contada desde la perspectiva de un narrador que lo mira con la misma lejanía con la que su personaje mira al mundo, como si no fuera con él o no pudiera hacer nada por evitarlo. Stoner, al igual que el Leon Bloom de Joyce, es un personaje de la estirpe de los antihéroes, de esos seres que, en vez de ser heroicos y decididos para que los lectores podamos salir de nosotros mismos gracias a alguien mejor, o más profundo, o más exitoso, o más valiente, o sumergirnos en alguna aventura -incluso el K de El proceso es insistente y activo aunque se encuentre ante una burocracia inoperante-, se ve sin embargo arrastrado por las circunstancias hacia una vida que transcurre como un arco sin grandes exaltaciones y sin grandes acciones, pero con el cúmulo de pequeñas amarguras y humillaciones recibidas. 

Si consideramos la idea coetánea de Jean-Paul Sartre, predominante en la época en que John Williams escribe esta novela, de que a los personajes debía ponérseles en situaciones límites, ya que ahí es donde se les conoce, y que el hombre es y se define por el cúmulo de sus obras, entonces Stoner no es nada, o muy poco. Su vida queda resumida en los primeros compases de la novela, descrita como una vida sin lucimientos, sin grandes hechos ni amistades, para luego empezar a contárnosla con más detalle, y descubrirnos los sucesos que forjaron su existencia, comprendiendo así a este personaje de origen humilde, hijo de agricultores pobres, que va a la universidad para estudiar agronomía y ayudar a sus padres, pero acaba convirtiéndose en profesor de letras. No es que ser profesor universitario sea poca cosa como logro personal, ni mucho menos, ni es baladí que nacido en una familia pobre se haya casado con una mujer de familia rica, pero la  pasividad con la que este personaje afronta la vida, con sus luchas y frustraciones, imprime un tono claramente pasivo y de fracaso, como si hubiera pasado por el mundo sin enfrentarse a los impedimentos y sin buscar lo que de verdad deseaba. De Stoner nos cuesta saber qué quiere en la vida, lo tenemos que inferir, y en la mayoría de las veces o lo descubre él mismo tarde o, simplemente, se trata de que lo dejen en paz. Stoner no es ni tonto ni listo, es un tipo sensato y estudioso, pero sin audacia, un hombre bueno -como lo era Leopold Bloom- que encuentra en la vida académica el refugio que tan bien parece acoplarse a su personalidad. 

Las emociones de Stoner están disimuladas o puestas en segundo plano, creando una atmósfera ambigua que subraya la dificultad de reconocerlas en los demás personajes y en sí mismo, así como la ambivalencia de estas, pero también porque el narrador parece confiar en que seamos los lectores, con nuestra experiencia, quienes deduzcamos los sentimientos de los contados personajes de la novela, aunque lo cierto es que todo gira en torno a Stoner. La descripción de su esposa Edith, como la de otros personajes, es física y también diacrónica, es decir, parte de su apariencia, sin entrar apenas en ese mundo interior que queda velado o bajo la punta de un iceberg que, sin embargo, será de vital importancia posterior. Como compensación, nos hace un recorrido por la biografía del personaje, en una analépsis que nos aclara esas circunstancias vitales del pasado que sin duda están detrás de lo que pueda estar pensando o sintiendo en el presente de la historia. Es una mirada poco sentimental pero eficaz en cuanto que el lector se sitúa rápidamente y es capaz de deducir por su cuenta las emociones de cada uno debido a su historia personal. Estos sentimientos relegados, escondidos tras los actos y las palabras, van de la mano con la brevedad tajante y seca de una prosa que alcanza vuelos poéticos, no tanto por sus imágenes o sonidos musicales, sino en la elegancia de los pensamientos más refinados y la evocación de sus silencios. 

Si hay algo significativo en la vida de Stoner es el contexto histórico en el que está emplazado, y sobre todo porque este enfatiza la vida rutinaria del protagonista, encerrado con sus libros, frente a los grandes acontecimientos de la historia. Ni siquiera la primera guerra mundial es capaz de cambiar el rumbo de su vida. Eso sí, no sabe si alistarse, pregunta, medita, Stoner no es ningún héroe ni ningún idealista ni ningún rebelde, simplemente carece de entusiasmo salvo para algunos versos de la historia literaria, mayormente de la literatura medieval inglesa. Es brillante, por ejemplo, cuando compara la visión de la muerte de los poetas romanos clásicos con la de los poetas cristianos del final del imperio romano, pero no siente el ardor de la patria, ni vive el amor enamorado -o para cuando se da cuenta ya es tarde- y vive la amistad como algo distante y poco convincente. Eso sí, en su pasividad y distancia, pone un espejo ante las pasiones ajenas. Mientras para los demás la guerra era algo que cambiaba sus vidas y les abría nuevas expectativas y miedos, con manifestaciones, reclutamientos y movilizaciones, para él no era más que otro suceso que llenaría las bibliotecas de volúmenes para el estudio. Lo deprimente del relato, pues, no reside en su vida más o menos común o mediocre, sino en su actitud ante las circunstancias y vicisitudes a las que se enfrenta, su pasividad e indolencia, pero intuimos también que ahí está el meollo, precisamente, de lo que se nos quiere contar, y la semilla de alguna verdad -quizá el sinsentido de tantas pasiones humanas- que no nos gusta admitir.

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