15 de diciembre de 2023

Entre el desdén y la envidia

En el capítulo décimo del libro sexto de La política -en la edición de Alba que en nada parece coincidir con la de referencia de Gredos-, titulado “Apología de la clase media”, Aristóteles afirma que los ricos son ingobernables, y cuando mandan lo hacen como déspotas, mientras los pobres están degradados por la pobreza y son sumisos. De un lado surge el desprecio, del otro la envidia furiosa, lo que hace imposible la amistad y la benevolencia necesaria en una sociedad equilibrada y unida. De ahí que, como en la moral, considere que en el punto medio está la virtud. Además, aventuraba un cálculo nada despreciable: en las sociedades en donde la clase media es más poderosa que las otras dos reunidas, o al menos que cada una de ellas, el Estado estará bien administrado, ya que la clase media es la base más segura de una buena organización. Esta antiquísima reflexión por parte de uno de los filósofos capitales del pensamiento clásico alude a las emociones que surgen potencialmente como consecuencia de las divisiones sociales extremas, y son el eje del libro Envy Up, Scorn Down (2011), de la psicóloga social Susan T. Fiske, conocida por sus trabajos sobre estereotipos y prejuicios, enfocada principalmente en el estudio de las percepciones sobre la clase social en Estados Unidos como el problema de base de muchos los demás prejuicios. 

Fiske nos advierte de que en EEUU la gente no suele mencionar la clase social como una preocupación, ni hablar de ella, ya que hay una especie de tabú al respecto que incluso afecta a cualquier político que hable sobre ella, al que de inmediato se le acusa de estar perturbando la paz social. Sin embargo, se habla mucho de identidades, feminismo y raza, cuando muchos de estos debates están atravesados y dependen mayormente de la clase social, que explicaría mejor gran parte de las diferencias existentes y las abordaría desde una perspectiva más coherente. Esta idea vuelve a mencionarse en un libro suyo posterior, esta vez como editora, Facing Social Class (2012), en el que otros autores contribuyen con una serie de trabajos diversos sobre la perspectiva sociológica, la división cultural en la clase social, el rol de las instituciones, las dinámicas y normas sociales de cada clase social, los comportamientos públicos y las actitudes personales. Según estos estudios, la clase media es un mito social al que se suma gustosamente la gran mayoría, ya que todos deseamos pertenecer a ella, pero no es una realidad sociológica si tenemos en cuenta los ingresos de la población. De tal forma que estaríamos ante uno de esos relatos sociales que nos unen, que nos sirven de ideal igualitario y quizá hasta de guía, pero que no son una realidad sociológica. 

En Envy Up, Scorn Down, que como libro individual tiene una unidad interna argumental más lograda que Facing Social Class, Susan T. Fiske afirma que no todos los ricos miran con desdén a quienes están por debajo, ni todos los pobres envidian malévolamente a los ricos, pero estas emociones, ya relacionadas con la posición social por Aristóteles hace veinticinco siglos, ocurren más de lo que nos gustaría reconocer en casi todas las personas, ya que siempre hay algo o alguien a quien envidiamos y algo o alguien a quien desdeñamos. Incluso en un país como Estados Unidos en donde el mito de la igualdad es fundacional, y quizá se perciben como tales, su población no es más que una minoría a nivel planetario, que es vista a su vez como privilegiada y nada igualitaria con los demás, y por tanto envidiada y resentida por quienes tienen menos. Las jerarquías y los rankings, de donde se deriva el estatus, están en todas partes, y somos capaces de captarlos en unos pocos segundos de interacción con otra persona. Y no es sólo una cuestión humana, estas forman parte del mundo animal en casi todas, o todas, sus formas, dentro de sus modelos organizacionales, como en el famoso ejemplo de las langostas de Jordan Peterson. Como consecuencia de esto, estamos todo el tiempo comparándonos más allá de las emociones extremas del desdén o la envidia. 

Es cierto que, por una parte, el poder puede inhibir la empatía hacia las personas y también puede cambiar nuestra visión de otros grupos nacionales o étnicos, lo que en efecto puede llevar al desdén. Y, por otra parte, la envidia se relaciona con una serie de emociones negativas que pueden acabar influyendo en nuestra salud. Hay reacciones biológicas claramente indicadoras o relacionadas con el desdén y la envidia, así como señales de estatus en los gestos y actitudes a las que somos tremendamente sensibles. Nos comparamos continuamente, pero sobre todo con nuestros iguales -algo que ya desarrolló el también psicólogo Leon Festinger en su teoría de la comparación social, de 1954-, hasta el punto de que Fiske calcula que al menos un tercio de las impresiones en una primera interacción están relacionadas con el análisis del estatus del otro. Esta continua comparación dinamita amistades, ya que puede generar desdén o envidia según quien vaya mejor o peor, por lo que ser consciente de estos efectos de nuestras comparaciones automáticas puede ayudarnos a superarlos. La comparación ocurre en hombres y mujeres, aunque de distinta forma o con matices (los hombres se comparan más), también entre gente de derechas o de izquierdas (los progresistas se comparan más), así como hay personalidades que se comparan más que otras (los perfiles neuróticos se comparan más). 

Una vez nos ha llevado a este punto, Susan T. Fiske propone unas respuestas a la pregunta de por qué nos comparamos. Y es que las comparaciones nos informan y nos ayudan a mejorar, sobre todo si nos fijamos en quienes lo hacen algo mejor que nosotros; pero también protegen nuestros frágiles yoes, permitiéndonos sentirnos bien al compararnos en algún ámbito que se nos de mejor; así como nos ayudan a integrarnos y sentirnos partícipes en el grupo, lo cual es uno de los motivos centrales, bien estudiados por la autora, de nuestras vidas: el motivo de pertenencia, del que se desprende buena parte de la visión que tenemos de nosotros mismos y nuestra autoestima. Compararnos es parte de nuestra naturaleza. Reconocerlo y ser consciente de ello, nos puede ayudar a no caer en el pozo de ciertas emociones y reacciones que tanto pueden volvernos insensibles como enfermarnos. En este sentido, aunque el libro esté basado en datos de Estados Unidos, la reflexión de Aristóteles en La Política hace pensar que, quizá, estamos ante un fenómeno universal, humano, demasiado humano. En cualquier caso, la virtud no parece tanto estar en el punto medio sino en ser conscientes y capaces de reflexionar sobre unas emociones que se producen prácticamente de forma automática y a las que estamos constantemente sometidos debido a nuestra naturaleza.

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