15 de septiembre de 2019

Mussolini novelado

Antonio Scurati afirma que con M. Il figlio del secolo quiso contar el fascismo desde dentro con precisión histórica a la vez que con la emoción de la literatura tras darse cuenta de que nadie había escrito una novela sobre Mussolini porque había una especie de prohibición tácita en el ambiente cultural, es decir, un tabú. Sólo hablaban del fascismo quienes antes se habían declarado como antifascistas, con un claro juicio previo y filtros ideológicos a priori, de los que la literatura, según su juicio, debería prescindir. Su intención pues ha sido la de restituir de Mussolini su humanidad sin hacer de él una caricatura, ni una parodia, ni tampoco un demonio, mostrarlo en su estatura real como hombre político y periodista de éxito que llevó la desgracia a Italia. Este ejercicio literario de franqueza intelectual es para Scurati propio de un país capaz de mirarse a sí mismo con madurez y de afirmar su juicio sobre la historia sin esconderse en falsedades. No ve peligro en que el lector convierta a Mussolini en un mito ya que la reflexión lectora no lo permite aunque al convertir esta historia en película o en serie de televisión, como parece estar previsto, puede ocurrir que el propio medio de la pantalla anule muchos filtros críticos para caer en la seducción y lo obsceno de la imagen. Esto es según él lo que pasó con Gomorra, un libro importantísimo en los últimos años que ha cambiado la perspectiva sobre la literatura y la sociedad en la literatura italiana, pero que al llevarlo al cine y a la televisión perdió la fuerza moral y la reivindicación social que residían en el contraste del narrador con los hechos narrados, que en el cine desaparece contribuyendo a la mistificación del criminal. Un riesgo que aún así Scurati está convencido de que vale la pena. 

El libro narra a modo de crónica, con fechas que concretan el día y el mes desde 1919 hasta 1924, la creación, organización y ascenso al poder del fascismo en una Italia agotada tras el esfuerzo y la miríada de muertos durante la Gran Guerra, la necesidad de renovación y la aparición de movimientos radicales, entre los que destaca el auge revolucionario que, con la creación de la Unión Soviética, sublevó los ánimos por toda Europa, haciendo posible las esperanzas de un nuevo orden o de temerlo fieramente. En Italia, además, las expectativas incumplidas tras la guerra de recibir territorios de la Dalmacia y la ciudad de Fiume, de mayoría italiana, se interpreta como una humillación del presidente norteamericano Woodrow Wilson y los aliados en general. El escritor D’Annunzio dirá que 1919 será recordado por la anexión de Fiume, que él ha liderado, y no por el tratado de Versalles. En las calles y plazas hay manifestaciones, discursos y cánticos en los que socialistas y comunistas van ganando adeptos, convencidos de que la revolución llegará pronto. Frente a ellos las cargas policiales y, aún peor, a veces compinchados, reducidos grupos de viejos combatientes, futuristas y voluntarios que revientan sus actos con porras, puñales, pistolas y bombas. Son varias las descripciones de intervenciones públicas y escenas de manifestaciones que acaban dispersadas en bandadas y a gritos por el horror de esos pocos que tras asesinar, golpear y apalear a los rojos acaban, por ejemplo, quemando el periódico que apoya a los izquierdistas. El propio partido socialista, que con el triunfo del comunismo en Rusia se lanza a posiciones maximalistas, avala la violencia para defenderse de lo que denomina la violencia burguesa. 

Lo cierto es que entre quienes revientan las manifestaciones con violencia se encuentran colaboradores y gente cercana a Mussolini que acaban en la cárcel al encontrarse en el periódico que dirige este último balas y armas, una de ellas usada recientemente, en un registro rápido tras un atentado. A Mussolini lo dejarán libre en veinticuatro horas porque lo consideran una ruina política que no ha conseguido ni un escaño con su partido en las últimas elecciones y no quieren convertirlo en un mártir. Mussolini había dirigido con gran éxito el periódico socialista cuyas imprentas destrozarán sus compinches más tarde, ha sido expulsado del partido socialista y dirige un nuevo periódico desde donde da a conocer sus ideas. Es descrito por todos como un periodista y político de gran ánimo y energía, y muchos lo tildan en ese mismo sentido de hombre vital o dinámico. En esta aparente equidistancia hacia el personaje el papel secundario de su sexualidad y su enfermedad venérea le da cierto contrapunto. Mussolini no sólo ha dejado el socialismo, ha pasado del no intervencionismo al intervencionismo, glorifica el patriotismo y el militarismo, la destrucción de las instituciones culturales y museos como un acto liberador, elogia la muerte, la juventud, las máquinas y el desprecio hacia la mujer que están claramente expuestos en el manifiesto futurista y el posterior manifiesto fascista de su amigo Marinetti. El hecho de que poetas como D’Annunzio o Marinetti hayan participado como ideólogos fundamentales del fascismo le da a esta extensa novela un eco literario que, por asombroso que parezca, es parte de los hechos. 

Los fascistas se definen como algo nuevo y distinto a lo existente, más por negación de las creencias ajenas que por la afirmación de ideas claras. Es un anti partido que hace la anti política y que evita conscientemente la coherencia y la carga de los principios ya que, según piensan, la teoría no lleva sino a la parálisis. Frente a las ortodoxias ideológicas, Mussolini define el fascismo como anti doctrinario, probabilista y dinámico, claramente anti burgués y contra el comunismo, aunque imite el modelo leninista. Sacraliza la vitalidad hasta el punto de ver en lo salvaje y temerario la revelación de una verdad, pero en sus marchas hay banderas, voluntarios uniformados y orden férreo en los grupos. Según muestra la novela el fascismo surge sobre las ruinas y el horror de la Gran Guerra y como negación de la revolución socialista. El proyecto de Mussolini dice ser el de un gobierno centrado en el bienestar de los trabajadores pero alejado del bolchevismo. De hecho, hay historiadores que han establecido vínculos entre Mussolini y Lenin, sus paralelos y sus diferencias (Revista de Libros, 8/19). Esta biografía novelada tiene también, a mi entender, otro interés histórico. El surgimiento de movimientos totalitarios en un momento en que la política se convierte en una cuestión de masas, dando comienzo al mundo político que hoy conocemos, y cómo esas masas se vieron afectadas por la propaganda a través de los medios de comunicación, con promesas y líderes carismáticos, en una época de inexperiencia democrática en donde cada uno creía tener el remedio perfecto para los males sociales y, como dice Noah Yuval Harari en su Homo Deus, se enfrentaron los tres tipos de humanismos en su versión más radical, el social, el liberal y el evolucionista. 

Desde el punto de vista literario resaltan de esta recreación novelada los interludios entre escenas que recogen frases citadas, informes de la policía, artículos de periódico o fragmentos de cartas que hacen del libro una composición híbrida de géneros en la que lo novelado y la documentación histórica se intercalan. Lo más interesante de esta forma es lo que aporta como mensaje en sí mismo, es decir, cómo el escritor se ha inhibido de dar su opinión a la hora de juzgar a los personajes en el devenir de su prosa para dejarle ese trabajo a la estructura que ha construido, quizá influido por la estrategia de Roberto Saviano de que la él mismo habla con admiración. El contraste entre textos de distinto tipo, ficcionales e históricos, hagiográficos y personales, de la prensa socialista o fascista o liberal, produce no sólo un efecto de alejamiento y contraste entre los textos intercalados sino entre estos y la narración, generalmente en tercera persona, que sigue las peripecias de distintos personajes adscritos al fascismo y sobre todo de Mussolini, lo cual obliga al lector a inferir juicios. Lo narrado en tercera persona contrasta con lo vertido en la prensa de un lado o de otro, mostrando quién miente y quién es un hipócrita, un fanático, un ingenuo o un mentiroso redomado sin escrúpulos. No hace falta, en efecto, mofarse, parodiar o criticar a este o a aquel, cada uno va desvelándose ante los ojos del lector de forma más eficaz que con el juicio subrayado de antemano. Esto no es una novedad, los personajes suelen revelarse ante el lector gracias a una buena secuenciación de escenas con su sentido implícito, sin necesidad de juicios explícitos, pero aplicar a un personaje tan incómodo estas estrategias, mezclándolas con fragmentos históricos, ha llevado a Scurati a una narración exitosa, galardonada este año con el prestigioso premio Strega y cuya traducción al castellano se espera en breve.

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