15 de octubre de 2018

El Quijote según Carlos Fuentes

Siendo adolescente Carlos Fuentes encontró en Don Quijote de la Mancha infinidad de conjuros narrativos y, como un aprendiz a brujo, llegó a añadirle un capítulo a modo de divertimento y entrenamiento de aspirante a escritor. Su admiración por la novela de Cervantes continuó durante el resto de su vida, la cual leía cada Semana Santa en un ritual de devoción paralelo y contrapuesto al fervor religioso, el texto sagrado frente a su texto sagrado, una costumbre que cazaba bien con su gusto por el sincretismo barroco, por el símbolo capaz de aunar fuerzas distintas y discrepantes, y generar así una tensión vibrante que recorre muchos de sus textos. La tendencia de Fuentes a las dicotomías, a pensar a golpe de opuestos, tiene efectos vibrantes, aún a riesgo de caer en una vacua pirotecnia intelectual. En su ensayo Cervantes o la crítica a la lectura hay tantos giros y piruetas que alguna vez me planteé si no estaba jugando frívolamente con los opuestos, pero lo cierto es que luego llegaba la sorpresa ante el hallazgo feliz, y todo lo leído adquiría un sentido revelador. La contraposición de conceptos e inversiones hacen de eslabones de un pensamiento que supera las dicotomías desplegadas, gracias a las cuales avanza como en espirales, intentando demostrar que esas fuerzas apuntadas por él son las tensiones internas subyacentes en el texto que tanto leyó y con tanta devoción. El ensayo de Fuentes es un ávido viaje conceptual por el mundo real y ficticio de Cervantes, fruto de trabajos distintos que reunió, integró y reescribió para darle un sentido de unidad aprovechando la investigación realizada durante años para Terra Nostra, esa novela de prosa magnética, extensa y compleja, edificada sobre una visión oscura de los Austrias, más en la línea de un apasionado Américo Castro -como en otras ideas clave de este ensayo- que en la de un mesurado y riguroso John Elliott, y el descubrimiento del Nuevo Mundo. 

Si en las Meditaciones del Quijote de Ortega y Gasset se palpaba la pasión filosófica y su penetración en el análisis cultural, en Fuentes late la pasión histórica, telón de fondo y sentido último de muchas de sus obras. Si Ortega enmarcaba sus reflexiones en la historia de las ideas reflejadas en la cultura, Fuentes lo hace en las fuerzas sociales de la historia. Ambos parecen no decir gran cosa sobre el texto en sí, pero tras sus reflexiones la novela de Cervantes, conocida por los lectores, parece enfocarse sola en el marco propuesto. Hay una renuncia a tratar temas de la composición, detectar las incongruencias que a veces nos aclaran el proceso de creación del texto o cómo las interpolaciones y cambios de técnica evitan el agotamiento del esquema narrativo del viaje en secuencias que van de la confusión inicial al fracaso con el final del apaleamiento, más bien nos ofrece el contexto necesario, en unas pocas claves, para que lo ya conocido cobre un sentido más profundo y comprensivo. Fuentes pasa de la Rebelión de los Comuneros al Concilio de Trento y la Contrarreforma, las teorías heréticas en el cristianismo y la aparición de la ciencia en la Europa de su tiempo, es decir, trata la transformación social hacia una estructura imperial del poder, cuyos cambios marcaron la gobernanza en España y sus dominios en América, y el ambiente intelectual y religioso de la época. Con su sensibilidad hacia el mestizaje, producto del análisis de la historia y sociedad mejicana, Fuentes resalta la influencia judía y árabe en España, al contrario por ejemplo de Julián Marías. Los datos que aporta sobre la proporción de población judía en las urbes y los trabajos que desempeñaban o la inmensa cantidad de vocabulario árabe en la lengua castellana relacionado con el campo y las hortalizas dan cuenta sobrada de la gran pérdida para España de la expulsión tanto de unos como de otros. 

La historia y la literatura, siendo dos cosas bien distintas, están conectadas por vasos conductores, por infinidad de espejos deformantes y máscaras de experiencias vitales comunes. No obstante, la literatura no es sólo un reflejo de reflejos de la historia, sino que responde también a una tradición propia que se retroalimenta de temas, personajes, aventuras, tipos de narraciones y estilos. Cualquier escritor, por muy realista que se le inscriba, actúa en consecuencia o en respuesta a esos modelos de la tradición. De tal forma que, como nos ejemplifica Fuentes para apuntalar la idea de nuestro mestizaje literario, muchas de las obras clásicas españolas están inspiradas directamente en libros judíos o árabes, como el Libro de buen amor, o escritos por autores de sangre mixta, como La Celestina, siendo la base de nuestra tradición un cúmulo de aportaciones inusualmente variadas, proveniente de los pueblos y credos que formaron parte de la península ibérica. Sin embargo, Fuentes no pasa de largo también que en España se componían libros ya pasados de moda, novelas pastoriles y de caballerías, hasta la irrupción de la picaresca, opuesta a la tradición pero que, incapaz de proyectarse en el pasado y en el futuro, se agota en su presente feroz. Cervantes reúne y resuelve el dilema, en él cristaliza el pasado y el presente. Don Quijote representa a esos libros de caballería ya olvidados y Sancho a la figura del pícaro que sólo piensa en comer, beber y dormir. De la problemática de esta fusión surge, según Fuentes, la novela crítica, es decir, la novela que incluye la crítica de la creación dentro de la creación misma. De aquí brota el título del ensayo y su sentido más hondo y principal, del cambio de la visión única, cerrada, vertical y dogmática, a una estructura abierta que da pie a la pluralidad de lecturas, signo de modernidad y de esa otra España que, según subraya Fuentes, cayó derrotada en la revuelta comunera y el Concilio de Trento. 

La interrelación entre su obra y su tiempo decantan a Fuentes por comprender a Cervantes como un hombre irónico y muy consciente de sus circunstancias históricas, una España que había pasado a ser baluarte de la Contrareforma y en la que incluso el erasmismo en el que se educó, discípulo muy apreciado de Juan López de Hoyos, dejó de estar bien visto, razón por la cual Cervantes no mencionaría a Erasmo en su obra, a pesar de haber alcanzado gran éxito en España y de que Don Quijote de la Mancha comparta tres de sus temas vertebrales: la dualidad de la verdad, la ilusión de las apariencias y el elogio de la locura. Fuentes señala que el Elogio de la locura de Erasmo es un aviso de la razón para que esta no se convierta en un absoluto como el de la fe. En un mundo sin grandes certezas -aunque, según Jordi Gracia, Cervantes fuera un sincero y devoto cristiano-, el hidalgo manchego sigue adhiriéndose a códigos desaparecidos mientras el realismo de Sancho, nos indica Fuentes, no puede vencer la locura de su señor porque éste se ha apropiado del discurso y siempre se recupera al no poder nosotros vivir ni ver la realidad de estos personajes sino por el mundo de la palabra, de tal forma que la crítica a los libros de caballerías es también la crítica al realismo incapaz de mostrar las subjetividades del alma, y además es una crítica a la lectura misma. Al igual que a Ortega y Gasset, el retablo de Maese Pedro capta la atención de Fuentes, comparándolo con la obra dentro de la obra de Hamlet, pero si en la tragedia de Shakespeare la obra representada se acerca peligrosamente a la verdad del crimen, en Don Quijote de la Mancha se asemeja a la imaginación. En este juego don Quijote pasa de creer que el mundo es según sus lecturas a saberse leído, y al saberse leído y comentado, lo cual representa una ruptura radical con el naturalismo, se lanza a defender su yo real en la ficción, lo que lo lleva a la decepción ante la realidad. 

La pasión con que Fuentes defiende sus ideas lo conduce a afirmaciones altisonantes o fatalistas como cuando asegura que España, aún en sus momentos más crueles, no es capaz de dar grandes ingenios científicos y filosóficos, pero sí grandes artistas, de un arte que califica de absoluto y del que Don Quijote de la Mancha, por supuesto, sería su más elevado exponente. El libro de Cervantes, más que un elogio a la locura, sería un elogio al idealismo, que subyace en esa relación entre Erasmo y Thomas More. Para Fuentes, esa utopía fue real y existió o se proyectó en el Nuevo Mundo, y cita escritos hispanos que adelantaban la visión rousseauniana del buen salvaje. Mientras que, por otra parte, al radicar la crítica a la creación dentro de la creación, Cervantes rompe con la ingenua relación de la ficción con la realidad para reemplazarla en el plano moderno de la creación como creadora de otra realidad. A partir de esta obra de Cervantes hablamos del desarrollo de la novela en Occidente, germina en Inglaterra con Richardson, Fielding, Lennox, Sterne, y sigue siendo fundamental como referencia directa en Francia, en el gran siglo de la novela, con ejemplos como Madame Bovary o el hilarante Bouvard y Pécuchet de Flaubert. Sin embargo, Fuentes salta directamente de Cervantes a Joyce, en quien afirma que se percibe el mayor conflicto con el propio lenguaje desde Cervantes, con una crítica radical al pasado que no obstante necesita de lo anterior, de la tradición, para realizar su disección reprobatoria y erigir la propia obra. Mientras uno transgrede las novelas de caballería, restos de la épica según Ortega, el otro lo hace de la epopeya clásica y de la escolástica medieval. Para Fuentes, ambos pretenden ser un magma totalizador que lo abarque todo, pero si Cervantes hace la crítica de la lectura, Joyce hace la crítica de la escritura.

No hay comentarios:

LAS CONFERENCIAS

LA SOMBRA

KEDEST

CONVIVENCIA

LOS GRILLOS

RELATOS DE VIVALDI