15 de abril de 2022

Sobre la memoria histórica

In Praise of Forgetting (2016) es un libro en el que, aún sabiendo su tesis de antemano, los argumentos se hilvanan con sorpresa, sin saber bien hacia dónde o cómo nos llevará, sopesando los argumentos a favor y en contra de las ideas que van saliendo al paso de cada reflexión, por lo que, aun en caso de no compartir o dudar de algunas de sus opiniones, su sutil desarrollo no deja de tener un gran interés, además de resultar en un goce intelectual. No sólo dialoga constantemente con otros historiadores y pensadores, algunos tan reconocidos como Toni Judt, Eric Hobsbawm, Immanuel Kant, Sigmund Freud o Émile Durkheim, como si el libro fuera una conversación con otras lecturas, sino que nos revela la existencia previa, aunque sea en forma de semillas, de muchas de las ideas que él ha estructurado en el libro hasta hacerlas comprensibles en su contexto histórico e intelectual, es decir, como un historiador de las ideas. David Rieff es también humilde en sus opiniones, muchas veces da la razón a quienes contradice, o por lo menos en parte, y comprende el origen emocional de las opiniones ajenas, talante aún más acentuado en algunas de sus intervenciones que pueden verse en Youtube, pero no por ello deja de cuestionar ciertas creencias que han pasado a ser tópicos de la memoria histórica como la famosa frase del filósofo Ruiz de Santayana sobre la condena a repetir sus errores de los pueblos que no conocen su propia historia. David Rieff, que en este libro desarrolla lo ya expuesto en su aún más breve Against Remembrance (2011), no ofrece alternativas, ni lo pretende, pero sí ejerce una labor de historiador crítico a través de una indagación intelectual, sutil y bien informada, con el poso de muchos años de experiencia de campo en guerras y conflictos. 

El primer planteamiento de David Rieff es la contextualización de nuestra insignificancia histórica, cuando nos recuerda que, en el largo devenir geológico, las distintas épocas son parte del desconocimiento colectivo menos para unos pocos investigadores, e incluso, dentro del comparativamente ínfimo periodo de la existencia humana, con el inevitable olvido del paso del tiempo, las sociedades y naciones cambian hasta el punto de que pretender o creer que estas serán inmutables es una idea tan absurda como la fantasía de la inmortalidad personal, un argumento que por ejemplo también nos ha recordado Anne Applebaum a modo de aviso en su libro Twilight of Democracy (2020). Con este contexto inicial, David Rieff nos recuerda que la memoria de los muertos acaba por perder su sentido cuando ya no existen los sentimientos de quienes los conocieron, tal y como las batallas antiguas que tanto significaron para la historia y para quienes las vivieron no nos dicen nada hoy en día, salvo para unos pocos historiadores y apasionados amateurs, o que sean utilizadas para justificar la existencia o cohesión o reivindicación o venganza de unos grupos sobre otros. Esta memoria histórica, tal y como David Rieff se esmera en discernir, es algo distinto a la historia, es decir, en una cristalizan mitos más o menos comunes frente al estudio de los hechos en la otra, lo que explicaría que, incluso entre guerras relativamente recientes, unas no se recuerden popularmente y otras se nombren muchísimo, cuando proporcionalmente algunas de las primeras fueron más letales que las segundas. Esa memoria histórica impulsada por muchas naciones sirve para unir grupos, reconstruirlos o restañar heridas, pero al ser tan fácilmente mistificada, falsificada y deformada, hasta el punto de alejarse del estudio histórico, puede acabar usándose, y de hecho así sucede, para fines perversos. 

La infinidad de ejemplos a los que David Rieff alude van desde los nacionalistas serbios recordando repetidamente la derrota ante los musulmanes en la batalla de Kosovo en 1389 al moderno Estado de Israel calificando de nazis a los Palestinos o al Frente Popular francés en su reivindicación de Juana de Arco por su resistencia contra los ingleses como un eco de la defensa de la Francia actual ante la avalancha de extranjeros, mayormente musulmanes. Sin duda, podríamos añadir un par de ejemplos españoles, desde el 1714 de los independentistas catalanes al 722 del Covadonga de Vox, o por supuesto nuestra guerra civil para cierta parte de la derecha y de la izquierda, de cuya resolución histórica en las leyes actuales David Rieff habla en buenos términos. La memoria histórica es un fenómeno que siempre existió, por el que se recordaba mayormente a los caídos por la patria en batallas antiguas, pero es también un procedimiento bastante común hoy en día a propósito de nuestros valores actuales, hasta el punto de que, en ocasiones, se llega a poner la historia al servicio de la memoria histórica, con lo que la historia queda en manos de la política y no de los historiadores. La cantidad de ejemplos que David Rieff es capaz de aportar le sirve para poner en constante cuestionamiento muchas de las ideas, más o menos perezosas, y en gran parte bien intencionadas, con las que justificamos la memoria histórica. David Rieff nos indica que la memoria individual, la de quienes han sido víctimas de atrocidades y graves injusticias, es distinta a la colectiva en cuanto que esta solo puede ser metafórica y conlleva el riesgo de toda metáfora ante la comprensión de la realidad, y llega a preguntarse hasta qué punto, después de esa generación que ha sufrido tanto, el recuerdo de lo ocurrido es un mandato moral, o si la justicia y la verdad por una parte y la paz por otra son siempre compatibles, y en caso de no serlo, por qué decidirse. 

Estas son preguntas sin duda incómodas y de gran calado moral que él intenta resolver con una indagación especulativa, sin quitarle del todo la razón a unos u a otros, pero atento al lado negativo o ingenuo o débil del argumento que rebate y, tal y como él afirma, contrastándolo con datos de la historia. Cuestionar la creencia de que algunos hechos históricos son tan graves que deben servirnos para estar atentos, como faros morales, o rebatir la consideración de que sería una impiedad olvidar a quienes se sacrificaron por nuestros valores democráticos o nuestro país, sin caer en el cinismo o en el relativismo, no es precisamente un ejercicio fácil, pero para David Rieff los hechos demuestran que el argumento de que la memoria histórica librará del mal al futuro no es válido, ya que esa memoria histórica, falseada como no podía ser casi de otra manera, es a veces la que causa o justifica tantísimos otros actos atroces. Y nos sugiere que, cuando la idea moral de que debemos recordar como reparación de la injusticia falla porque se utiliza precisamente para lo contrario, quizá debamos darle una oportunidad al olvido. En este sentido, la conservación de la memoria histórica, en vez de provocar la justicia, perpetúa los agravios y las posibilidades de venganza sobre quienes ya no tienen culpa de los acontecimientos originales. Muchas veces aclara David Rieff durante este libro que no aboga siempre por el olvido, quizá sólo en unos cuantos casos, sin dejar de observar las incongruencias entre ciertas creencias sobre la función de la memoria histórica y la realidad histórica, y el hecho triste y pesimista de que la memoria de los abusos pasados no ha evitado los muchos posteriores, sino más bien los ha estimulado, por lo que la memoria histórica, relacionada sin duda con la justicia, también pudiéramos encontrarla enfrentada con la paz.

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