15 de enero de 2023

Gente rara

Ya en 1980, el holandés Geert Hofstede propuso, entre otras dimensiones culturales, la individualista-colectivista para referirse al sentido que el grupo tiene para el individuo, su manera de verse a sí mismo, de comportarse y de entender su entorno. Así, la cultura condicionaría la identidad de un grupo de la misma manera que la personalidad condiciona la identidad del individuo. Esta dimensión reflejaría la relación entre el individuo y el grupo en distintas culturas, siendo algunas más proclives al individualismo y otras al colectivismo. En su posterior artículo “Culturas y consecuencias: el software de la mente” define a las sociedades individualistas como aquellas en las que los vínculos entre individuos son laxos y se espera que cada uno cuide sólo de sí y de su familia, mientras que en las colectivistas las personas se integran pronto en grupos fuertes y cohesivos que a lo largo de su vida les dan protección a cambio de una lealtad incondicional. Las culturas individualistas enfatizarían una concepción del individuo como autónomo e independiente; valoran el placer, el éxito, la libertad, la competición, la sinceridad y la equidad; sus miembros se mueven en muchos grupos pero de forma superficial y débil; se comunican de una manera directa y explícita; y tienen poco contacto físico. Mientras que en las culturas colectivistas se clasifican a las personas dependiendo de las relaciones con los otros y el contexto social; valoran la seguridad, la obediencia, el sentido del deber, la jerarquía, las relaciones personalizadas y la armonía dentro del grupo; se comunican de forma indirecta y contextualizada, con mayor uso de claves paralingüísticas, un contacto más intenso y profundo así como físicamente más cercano; y discriminan mucho más a miembros de otros grupos. En las culturas individualistas se cae con mayor frecuencia en un sesgo de interpretación egoísta, creyendo que todos los éxitos son debidos a la capacidad propia, pero prefieren no juzgar a las personas por sus antecedentes y afiliaciones, aunque sí lo hacen por su atractivo o logros personales, mientras que en las culturas colectivistas se suele incurrir en el sesgo contrario de modestia, pero se prejuzga más rápidamente a las personas según sus grupos de pertenencia. 

Esto no quiere decir que el mundo se divida en dos visiones antagónicas, de hecho se trata de un continuo en el que, por ejemplo, algunos países mediterráneos o hispanoamericanos, estaríamos en un lugar intermedio dentro de esta escala. Tampoco quiere decir que no haya respuestas comunes o similares en todos los individuos del planeta ante contextos iguales independientemente de la cultura, como la alegría ante un premio o la tristeza ante la muerte de un ser querido, pero buena parte de ellas también pueden dirigirse o incluso interpretarse de forma distinta según la cultura. Esta división entre culturas individualistas y colectivistas ha sido también comentada por Jonathan Haidt, especificando que, si bien la crítica a los estudios académicos por enfocarse mayormente en la población universitaria americana es acertada, lo cierto es que la generalización de la división entre culturas individualistas frente a culturas colectivistas no es tan tajante en cuanto a naciones como pudiera parecer, ya que en barrios humildes norteamericanos, justo al lado de donde se han realizado estudios que reflejan una cultura individualista, se han hallado relaciones y actitudes propias de culturas colectivistas, así como en muchas de las ciudades más prósperas de países considerados como colectivistas, como Brasil, hay barrios enteros en zonas ricas que tendrían valores y actitudes propias de culturas individualistas. Hasta ahora quedaba en el aire si este sería un fenómeno reciente debido a la globalización, además de causa o consecuencia de la situación social de las poblaciones analizadas, de forma que la globalización ha propiciado la inmigración de grupos colectivistas a países individualistas y, a la inversa, la cultura individualista ha influido en las clases más prósperas de las sociedades más colectivistas. Es en este contexto de debate académico e intelectual en donde el nuevo libro de Joseph Henrich, The WEIRDST people in the World, viene a iluminar algunas de estas cuestiones y aportar una visión compleja que, sin salirse del rigor, se adentra en la historia, la psicología, la antropología y la historia de las ideas y de la religión. 

WEIRD no es solo la palabra inglesa para “raro”, es también el acrónimo de Western, Educated, Industralized, Rich and Democratic, en un juego de palabras afortunado que hace referencia a la psicología específica y diferencial, bastante rara con respecto al resto del mundo, de aquellas personas que han sido educadas en un mundo industrializado, occidental, rico y en sociedades democráticas. Se pone así el foco en la variabilidad cultural de la psicología según las diferencias entre sociedades, tanto en el plano sincrónico, en el que se están realizando más estudios para profundizar en las diferencias con otras culturas, como en el plano diacrónico, cuyo acercamiento es más complejo debido a la escasez de datos y la dificultad o imposibilidad de replicarlos o corroborarlos. Esta perspectiva es opuesta, por ejemplo, a la adoptada por Steven Pinker, cuyas tesis basadas en los estudios de psicología evolucionista y lingüística lo llevaban a la búsqueda de esquemas mentales, principios morales y módulos cognitivos, incluso a patrones culturales, comunes a todos los seres humanos, al estilo de su admirado compañero Noam Chomsky. De este conflicto de perspectivas puede deducirse una de las polémicas de fondo más interesantes de nuestro tiempo, la cual no es nueva, entre los relativistas y los universalistas, aunque ambas corrientes van convergiendo en una síntesis bastante similar en ambos lados, asimilando los argumentos del contrario, o por lo menos es así en las altas esferas intelectuales, pero quizá no tanto entre sus seguidores. Para Joseph Henrich la cultura ha modificado la mente, una idea que puede rastrearse hasta la revolucionaria perspectiva de la escuela socio-histórica, cuyo psicólogo más conocido, Vygotski, invirtió el esquema que colocaba la explicación fisiológica en la base de la conciencia y el comportamiento, para entender la cultura -entendida en un sentido laxo pero más abarcador de las creencias, valores, mitos, y actitudes de una época y una sociedad-, no como consecuencia o canalización de los instintos, sino como la causante de los motivos, emociones y personalidad de la psique.

Uno de los puntos de inflexión claves, según Joseph Henrich, para explicar el desarrollo de esa nueva forma de pensar occidental industrializada, es decir una serie de diferencias notables en la forma de pensar derivadas de la dimensión cultural individualista, radica en la extensión de la lectura como uno de los grandes modificadores de la mente, ya que esta práctica transforma el cerebro, expandiendo algunas zonas y colonizando otras funciones -un aumento de la alfabetización está relacionado con una peor capacidad de reconocimiento facial, por ejemplo-. Joseph Henrich muestra cómo este proceso se extendió gracias a la aparición del protestantismo ya que, al considerarse que cada creyente debía leer la Biblia para llegar a su sentido sin intermediación de la iglesia y los curas, indujo al aprendizaje de la lectura para el contacto directo con las escrituras. Para ello se apoya en datos sociológicos sobre el desarrollo de la alfabetización que, en efecto, parecen verificar su teoría, hasta el punto de que la cercanía o implantación de una iglesia protestante sirve como predictor de la cantidad de personas alfabetizadas en sus alrededores. Este fenómeno de alfabetización es previo a la industrialización alemana y su consecuente crecimiento económico, con lo que no puede asignarse a esta, sino a las ideas religiosas que fomentaron el aprendizaje de la lectura en los fieles. De hecho, la relación entre el protestantismo y el número de escuelas es llamativo incluso hasta mediados del siglo XIX, implantando los fundamentos de la escuela pública, debido al convencimiento de que los gobernantes debían educar a los ciudadanos para que pudieran leer. Sin proponérselo, la reforma protestante conllevó la alfabetización tanto de hombres como de mujeres, lo que provocó, según Joseph Henrich, un cambio en el cerebro y las capacidades cognitivas en dominios como la memoria, el procesamiento visual o la resolución de problemas, pero también habría alterado probablemente, de forma indirecta, el tamaño de las familias y la salud y desarrollo cognitivo de los niños, con muchas consecuencias a nivel de la arquitectura y organización social. 

Joseph Henrich se esmera en contrastar y argumentar sus hipótesis y resultados, e incluso va más allá en el tiempo y en las ideas, al llegar a su segundo gran punto de inflexión, este es, el cambio inducido por la iglesia católica, sobre todo en la Edad Media, a través del desmantelamiento de los clanes familiares, con las normas y restricciones de casamientos que transformarían la sociedad y la mente de los cristianos. Estas nuevas normas habrían roto toda una cadena de relaciones familiares y de emparejamiento, generando nuevas necesidades de movilidad, confianza y casamientos. De esos cambios fundamentales llevados a cabo durante siglos, provienen, según el autor, la formación no premeditada de una psicología, a la que denomina bajo el acrónimo ya comentado de WEIRD, que se caracteriza por estar más centrada en sí misma, ser más analítica e inconformista, muy preocupada por la intencionalidad de las acciones y la mejora de su imagen y promoción, más paciente a la hora de diferir el premio de las metas y con mayor confianza en los desconocidos, tendente a sobrevalorar sus posesiones y sobreestimar el valor de sus talentos, y deseosa de elegir por sí misma. Esto resumiría el planteamiento inicial de un libro que se interesa en una serie de diferencias entre las gentes de culturas distintas y cómo estas diferencias condicionan las relaciones humanas, desde cuánto nos fiamos de los desconocidos a las concepciones morales con respecto a la amistad y la verdad, o la forma de valorar el nepotismo y la corrupción. Es decir, Joseph Henrich hace un recorrido histórico y comparativo para hacernos ver que lo que durante años de investigación, con estudios realizados a poblaciones WEIRDs, hemos considerado el perfil psicológico normal, no es en realidad normal, sino una forma de ver, sentir y pensar el mundo, es decir de estar en él, bastante distinta a la generalidad histórica y global, así como que los logros de la sociedad occidental, desde la ilustración al avance científico o la industrialización, desde el capitalismo hasta la libertad de las minorías, con los valores democráticos que muchos compartimos, son en buena parte consecuencia de este cambio de mentalidad, y no al revés.

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