15 de enero de 2020

Pokémon o la dramatización de un mundo interno

Cuando el mayor de mis hijos nos pidió ver la serie de Pokémon de la que hablaban sus compañeros, mi mujer se preocupó por las luchas que se enlazaban continuamente en esos dibujos, así que me senté a verla con él para calibrar la idoneidad de las historias para su edad y, si convenía, hacerle algún comentario. Yo tampoco estaba libre de prejuicios, ya que entre las prácticas más ridículas que he visto a la gente joven, algunos ya en edad de universitarios, se incluye el perseguir muñequitos ficticios por la calle con el móvil en la mano. Además, cuando aparecieron las historias de pokémon en la televisión por primera vez, al final de los noventa, para mí ya eran un entretenimiento infantil del que me alejaba con el desdén de la juventud. Pero gracias al entusiasmo de mi hijo he descubierto una ficción que me ha resultado interesante tanto por lo que le dice a los niños como por lo que sugiere a un espectador mayor. No se trata de que él se entusiasme con las aventuras cuando los adultos nos reímos con ciertos chistes de doble sentido y referencias irónicas, tal y como hacen muchos dibujos para integrar a los dos públicos, el infantil y el adulto que los acompaña a las salas de cine, ni tampoco porque lo que él vive con la intensidad de identificarse con la narración nosotros lo interpretemos desde otra perspectiva lejana, lo que también sucede, sino que en el caso de las historias de los pokémon me ha parecido más bien que el niño percibe de una forma inconsciente lo que yo disfruto de forma consciente, esto es, la representación psicológica y dramatización externa del interior de los personajes humanos mediante sus acompañantes pokémon, que cada uno de los jóvenes entrenadores lleva guardado en sus bolas. 

Los entrenadores como el joven héroe Ash son capaces de controlar el potencial de esas partes internas suyas personificadas en los pokémon y usarlos para ganar a los malos, ayudar a quienes están en problemas y competir con reglas y justamente con otros personajes con los que van encontrándose, de tal forma que competir no es visto necesariamente como buscar enemigos sino también como una forma de hacer amigos. No sólo aprenden los jóvenes entrenadores a controlar esos seres extraños que guardan en una bola como en el interior de sus almas sino que son al mismo tiempo reflejo y metáforas de sus yoes interiores, de sus fortalezas y debilidades, de sus potenciales y sus miedos, hasta el punto de que muchas veces gracias a su aspecto llegamos a entrever las cualidades morales y psíquicas de sus dueños. Los pokémon se asemejan demasiado a animales, en muchos de sus nombres y en sus formas, pero se distinguen de ellos en sus poderes para la lucha. Cuando el joven Ash y sus amigos encuentran a alguien lo primero que hacen es un combate pokémon, así miden sus fuerzas interiores aunque estén representadas externamente, y descubren esos rasgos del otro que son más fuertes o admirables. Curiosamente, el empate suele ser un resultado bastante común cuando el héroe encuentra un igual que acaba siendo su amigo, muy a menudo una chica. Los pokémon evolucionan con la lucha y la práctica, a menudo como superación de sí mismos tras caer derrotados en algún combate o estar a punto de perder, de una forma parecida a las cualidades humanas con la experiencia. El vínculo entre humanos y pokémon es innegable y explícito para los narradores tanto de los muchos capítulos de la serie como de las distintas películas. Como unos pocos de entre muchos ejemplos, hay un pokémon al que le da miedo luchar después de haber perdido una batalla que lo traumatizó, inhibido tras una mala experiencia, lo que impide siquiera participar en combates a su entrenador. Hay otro pokémon que se hace amigo de su futuro entrenador sólo después de haber peleado contra él como si el personaje hubiera luchado contra su propio temperamento y lo hubiera superado. O el caso de una chica caprichosa dominada por uno de sus pokémon con quienes Ash y sus amigos se encuentran, aviso claro de que esos seres que llevamos con nosotros nos ayudan a ganar combates, a superar problemas y aventuras, pero también pueden dominarnos si no somos unos buenos entrenadores. 

Según el narrador de la segunda película, los pokémon están más en contacto con la naturaleza que los hombres. Esta es una historia evidente sobre alcanzar la madurez, en la que Ash debe vencer a malos, salvar el mundo y superar sus miedos sin la ayuda de la madre, que lo busca infructuosamente, y descubriendo, entre otras cosas, que sin la ayuda de sus amigos no hubiera alcanzado su misión. De la primera película me interesa subrayar las palabras de un personaje secundario ante la cancelación de un barco para presentarse a unos combates, cuando algunos entrenadores se dirigen por su cuenta con sus pokémon a la isla de los desafíos a pesar de arreciar una tormenta que amenaza con ser la más peligrosa en mucho tiempo: “algunos entrenadores no tienen miedo, para ellos esto no es más que un reto, eso es lo que los hace diferentes”. Dadas las inclemencias, a la isla sólo llegan los jóvenes más valientes, ignorantes de que se trata de una trampa tramada por un poderoso pokémon genéticamente diseñado, pero resentido contra sus creadores, que domina la mente de los demás y quiere apoderarse de los pokémon de los jóvenes entrenadores, enfrentándolos a réplicas de sí mismos con los que combaten, algo así como Psique poniendo a luchar los distintos yoes contra sí mismos. En la tercera película una niña que pierde a su madre y a su padre se construye un mundo paralelo gracias a unos pokémon antiquísimos. Ash y sus amigos tienen que rescatarla de su torre aislada en el palacio familiar y convencerla de que regrese con ellos al mundo de la realidad -de la realidad ficcional de la película- y abandone esa construcción defensiva y soñadora claramente patológica en la que se ha encerrado debido al dolor. Abordar un tema como el que se narra en esta historia por una película realista nos abocaría casi seguro a un drama, melodramático o quizá de intensa austeridad, pero difícilmente adecuado a un público infantil. El hecho de que estos dibujos sean capaces de tocar estos temas con una historia de aventuras que mantiene hipnotizados a los niños me ha sorprendido hasta el punto de parecerme que supera a otros dibujos con mensajes mucho más domesticados. 

En la reciente película de Detective Picachu todo gira en torno a la relación padre e hijo, tanto en el binomio del joven héroe y su padre como entre el creador de la ciudad en donde conviven pokémons y humanos y su hijo. Pero para el tema que quiero comentar me interesan detalles como que aunque uno cace un pokémon es el pokémon quien te elige a ti, y si lo cazas sin su permiso se enfada de una forma peligrosa. O más interesante aún es que el joven Tim no quiera saber nada de los pokémon ni ellos estén interesados en él hasta que se encuentra con un picachu al que sólo él entiende a la perfección, estableciéndose ese vínculo personal entre la persona y su pokémon, esos seres con los que no podemos comunicarnos con el lenguaje pero sí con las emociones, ya que ese es el nivel en el que ellos nos entienden. El hecho insólito de que el héroe pueda dialogar con su picachu extraña a los demás, pero el héroe, a pesar de haberse negado a tener un pokémon como negaba al padre, no puede sino hacerse a sí mismo al conocerse y hablar con su yo más profundo. Para que esta metáfora se nos revele como evidente debemos tener en cuenta que en esta película cada pokémon es un fiel reflejo de la personalidad de cada personaje, así el pokémon perro sabueso del policía amigo del padre tiene muy mal humor aunque tenga un fondo cariñoso, o el pokémon de la chica por la que Tim se siente atraído amenaza con estallar cuando se pone nervioso y le pide masajes al picachu de Tim para relajarse, es decir, ambos actúan como espejos en un nivel de la personalidad por debajo de la apariencia de los personajes, y el guión se permite jugar con ellos y ofrecernos alguna sugerente paradoja y varios chistes. No voy a revelar lo que sucede al final pero refleja a la vez una moraleja clara, típica de este tipo de películas para niños, y otra no tan evidente relacionada con ese yo interior con el que debemos convivir y cómo este, cuando nos enfadamos, puede controlarnos a nosotros y hacernos desaparecer dentro de él, como lo estaría una persona bajo el influjo de una emoción o sentimiento incontrolado -recordemos a la entrenadora caprichosa controlada por su pokémon-, en vez de al contrario. 

Por eso decía al principio que encontraba a los pokémon, tanto en la serie como en las películas animadas y en la más reciente con actores, una representación externa de conflictos y realidades internas que de otra forma difícilmente podrían ser representados. Puede que en la cultura japonesa, la cual desconozco, haya elementos claves que expliquen esta ficción desde su tradición o puede que quienes crearon estas historias, nacidos ya en un mundo globalizado, se hayan inspirado en ciertas ideas psicológicas (al fin y al cabo algunas de las más famosas ficciones de Alfred Hitchcock están construidas a partir de las teorías de Sigmund Freud), o puede que los dibujos sean una muestra más, intuitiva y espontánea, de todo lo que los humanos compartimos a pesar de las distancias geográficas, étnicas, culturales, religiosas y lingüísticas. Si han triunfado en tantos países y han gustado a varias generaciones, alguna tecla deben de tocar para que hayan cosechado tal éxito, aunque esta no sea necesariamente moral o estéticamente buena, claro. El hecho de que el entusiasta y valiente protagonista de casi todas estas ficciones, el joven Ash, quiera alcanzar el grado más alto de entrenador, maestro pokémon, es ya toda una declaración de intereses por parte del héroe: Quiere convertirse en lo mejor que pueda dar de sí mismo en el arte de controlar a esos monstruos de bolsillo (pokémon es una abreviación de "pocket monster"), lo que en términos más literarios sería enfrentarse a sus emociones, pasiones y fantasmas interiores para adiestrarlos a su favor en las luchas de la vida y convertirse así en una persona más fuerte en su paso de la infancia a la edad adulta. Aunque esto se exprese mediante peleas continuas, quizá como la vida misma en ese nivel emocional, hay que tener en cuenta que los combates tienen sus reglas, árbitros y en muchos casos espacios especiales. Gracias a ellos los personajes muestran su coraje y resistencia, su compasión y capacidad de apoyar a los amigos, y descubren sus defectos y debilidades para mejorarse, así como las dificultades que deben superar. En este sentido me resultan unas lecciones que no caen ni en la violencia gratuita e injustificada, aunque a veces lo parezca, sobre todo a primera vista, ni en las fantasías bien pensantes con las que a veces pretendemos (sobre)proteger a nuestros hijos.

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