15 de diciembre de 2020

¿Historia ficción o ficción histórica?

En 1991 Octavio Paz leyó en Sevilla un discurso titulado “La democracia: lo absoluto y lo relativo” en el que imaginó, aunque sólo fuera por unos pocos párrafos iniciales, que no fueron los españoles quienes desembarcaron en la playa de Veracruz una mañana de 1519 sino los aztecas quienes desembarcaban en la bahía de Cádiz. Consciente de las distintas visiones y polémicas sobre la conquista, este ejercicio de ucronía le permitía exponer la complejidad de un fenómeno en el que, tal y como señalaba, idealizar a los vencidos resultaba tan falaz como idolatrar a los vencedores. Y, aún más, cuestionaba la idea proveniente del multiculturalismo, brillantemente expuesto por Levi Strauss, según la cual cada cultura es incomparable y por tanto de igual calidad y dignidad, cuyo argumento parece irrefutable, pero que así como nos abre la puerta a comprender otras culturas, desprendernos de prejuicios y observar la nuestra con ojos más relativos, también nos impide valorar y escoger, ya que el mismo hecho de discernir requiere poner unas cosas por encima de otras. Lo que Octavio Paz imaginó, o pidió a la audiencia que imaginara, aunque fuera por unos momentos, antes de entrar en las razones de la reciente caída del comunismo, lo ha materializado narrativamente Laurent Binet en su última novela Civilizations, la crónica de cómo los incas llegaron a Lisboa y, tras aprovechar las disensiones y rivalidades internas, establecieron su imperio americano en Europa. 

La justificación narrativa de esta historia al revés parte de una aventura de groenlandeses que al recorrer las costas americanas enseñan a forjar metales a los indígenas, desembarcan caballos con los que estos se familiarizan y los diezman e inmunizan con sus virus, lo que eliminará el factor sorpresa y de superioridad técnica de los españoles al llegar con sus armas avanzadas, la posesión de esos colosales animales y sus virus mortales. La emocionante e imaginativa aventura ficticia de Freydis y sus groenlandeses hasta las zonas cálidas de América es una muestra clara, sin embargo, de lo contrario en la realidad, es decir, de la poca importancia que, de haberlos habido, tuvieron los asentamientos nórdicos en América ya que no dejaron nada que sirviera a los autóctonos para aprender y mejorar, y mucho menos para defenderse de las llegadas posteriores. Pero como ya nos tenía acostumbrado en novelas anteriores suyas como HHhH o La Septième Fonction du langage, esta obra se adentra en la mezcla de realidad y ficción, con un buen conocimiento de la historia y una buena dosis de imaginación, cuando por ejemplo seguimos el diario de Colón, en principio similar en espíritu al original pero continuando con el estilo literario de la novela, para luego, poco a poco, despegarse del modelo hasta derivar en una aventura en la que la ficción diverge de la historia real hasta el punto de darle la vuelta de una forma verosímil. 

Pero es la tercera de las cuatro partes de esta novela, la más extensa, en la que se relata a modo de crónica la conquista de casi toda Europa a manos de los americanos. La historia narrada, sin embargo, no es la invasión azteca como imaginó Octavio Paz sino la de los incas, al mando de Atahualpa, quien huye con su ejército de su tierra natal hacia el norte, perseguido por su hermano celoso, hasta acabar en el caribe, en donde la princesa Higuénamota le indica la presencia de otro mundo del que un tal Colón, esclavo de su padre, le habló cuando era niña, y de quien aprendió la lengua de los castellanos. Atahualpa y Higuénamota, en su huída de las tropas enemigas acechantes, se embarcan juntos a esas tierras desconocidas y lo que les ocurre al llegar a Lisboa y encaminarse hacia ese lugar mítico y prometido que es Castilla, del que tanto había hablado a la princesa el viejo esclavo Colón, es una serie de hechos que recuerdan, esta vez sí, a lo ocurrido a Cortés con los Aztecas pero narrado al revés, como si el autor quisiera hacer un paralelismo inverso, no carente de ironías, en el que difícilmente podemos escapar a la relación entre el poder y lo considerado normal y bueno en las creencias. Además, uno se pregunta si al comprender a estos incas atacando Europa no comprendemos también a los conquistadores en América, con esa complejidad de la historia de la que hablaba Octavio Paz y su parte nada desdeñable de impredecible. 

Laurent Binet le ha insuflado vida a la hipótesis de Paz, convirtiendo un sugerente contrafactual en literatura, y lo ha hecho con destreza, sin maniqueísmos moralistas facilones y, aunque lo sepamos falso de arriba a abajo, ha desarrollado con verosimilitud la ucronía caminando por el filo de la navaja en asuntos complejos. Sin embargo, después de haber leído el libro de Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra, la suspicacia me asalta cuando durante la primera escena en Castilla los recién llegados a Toledo coinciden con un auto de fe, como si estos fueran de lo más corriente y no hubiera habido tantas o más ejecuciones públicas en el resto de Europa. Además, algunos contrastes culturales no parecen tan fácilmente comparables aunque se opongan en rango de similitud, tal y como Paz avisaba del riesgo del multiculturalismo. Pero a pesar de estos contados momentos, y puede que el lector avezado encuentre otros o descarte mis dudas por excesiva susceptibilidad, la ucronía del inca Atahualpa y la princesa cubana Higuénamota está construida sobre el conocimiento de las tensiones europeas en la época de Carlos V, hasta el punto de que más de una vez me pregunté si habría disfrutado este libro de no haberme interesado desde hace relativamente poco por esa España que fue desde la conquista de Canarias hasta el final del siglo XVII, que es casi como decir, por asuntos internos y externos, de la Europa y la América de su tiempo.

Además de aprovechar las tensiones dentro de la cristiandad europea, entre protestantes y católicos, o entre cristianos y musulmanes y judíos, para elevar a Atahualpa como señor de estas nuevas tierras, al estilo de un Cortés aprovechando las desavenencias y trifulcas entre los distintos pueblos americanos, Laurent Binet usa las extensas relaciones dentro del imperio español y las rivalidades nacionales con Enrique VIII o Francisco I para lanzar su original propuesta más allá de las fronteras castellanas, acudiendo por lo general a la técnica epistolar, con cartas entre Tomás Moro y Erasmo o entre la princesa Higuénamota en Flandes y Atahualpa en Castilla. Todos los lugares de la biografía de Carlos V, desde el norte de África a Alemania, Francia, Italia o Países Bajos tienen su eco en esta narración que, en esta extensa tercera parte, el corazón del libro, es más una historia ficción que una ficción en una historia contrafactual. Al contrario que en la primera parte cuando seguía a la valiente groenlandesa Freydis, en la segunda parte al intrépido y sufrido Colón o en la cuarta y última parte al desdichado y valiente Cervantes con sus amigos el Greco y Montaigne, en donde la novela brilla con aventuras diversas, en esta tercera parte se concentra en la inversión de la conquista de América y sus consecuencias en el devenir de Europa como una historia alternativa, pero sin que apenas aparezca el elemento novelesco de seguir emocionalmente a los personaje bajo unas circunstancias históricas determinadas, reales o no.

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