15 de diciembre de 2018

Memorias de un europeo

Apunté hace mucho el título de El mundo de ayer en una lista de libros por leer que aumenta más rápidamente de lo que disminuye y a la que poco retorno ya para evitar ansiedades innecesarias. Un amigo me había enseñado el libro en su casa alabándome el estilo de sus primeras páginas, no recuerdo si del prefacio o del primer capítulo, pero yo me quedé más bien con la idea de que a él lo que realmente le había embriagado no era tanto esa prosa bien traducida sino el alejamiento reflexivo del narrador, esa atalaya que permite regresar a nuestro pasado con lo que Proust llamó la psicología en el tiempo, un sistema más vasto, aunque sujeto al olvido, capaz de encontrar significados más profundos que la psicología plana de la acción momentánea. A pesar de leer después otros muchos comentarios elogiosos de la autobiografía de Zweig, transcurrieron años hasta que un buen día pasé delante de él tres veces en unos grandes almacenes y a la cuarta, a pesar de mi desconfianza hacia las ostensibles estanterías de éxitos, lo compré y ya no leí otra cosa hasta darle fin. Quizá, como explica él mismo, la clave de su celebridad fuera un defecto personal, su hastío por los circunloquios y narraciones que se demoran en afluentes, características que reconoce también propias de grandes obras de la literatura, lo cual hizo que, como una marca consciente de su estilo, se centrara sólo en lo esencial y quitara de sus narraciones todo lo que les restaba dinamismo. De hecho, detrás de cada capítulo de este libro se percibe un orden rector que resume cada uno de los periodos tratados con una especie de extracto depurado. 

Aunque se trata de una autobiografía, nos cuenta de su vida sólo aquello que sirve para ejemplificar los cambios acontecidos en Europa durante cinco décadas, al igual que en sus biografías el nervio de la narración dependía de concentrarse en el interés central del personaje reconstruido, hasta el punto de que cuando a medio libro leemos “nosotros” debemos deducir que se refiere a su mujer y a él, tal y como se confirma más tarde, ya que antes no ha mencionado nada absolutamente sobre ella. Escrita en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial y publicada póstumamente en Estocolmo en 1942, transita desde el mundo seguro y liberal, sin pasaportes, de idealización del progreso tecnológico, la prosperidad económica y los inventos científicos que mejoraron considerablemente la salud y el nivel de vida, a la imposición de fronteras y la instigación de odios entre europeos a través de la propaganda en los albores de la primera guerra mundial. Desde la decimonónica hipocresía de una moral que escondía la faceta sexual de los individuos, que define como época prefreudiana dada la importancia radical del pensador vienés en la liberación sexual, especialmente de la mujer al señalar la represión como causa de la extendida histeria femenina, al ideal juvenil de la primera década y media del siglo que transformó las costumbres de las parejas hasta hacer decaer drásticamente la prostitución. Desde el auge del ardor guerrero patriota y nacionalista, lleno de fanfarria y bravuconería, a la desilusión de una realidad mucho menos exaltada y llena de miseria, hambre y sangre. Desde la reconstrucción y esperanza del período de entreguerras, a pesar de sus crisis y dificultades, al inesperado ascenso al poder de Hitler, a quien tilda de provocador violento. 

Este ensayo autobiográfico, si se me permite llamarlo así, tiene su hilo conductor en la misma idea de Europa, tal y como reza el subtítulo. Su experiencia de escritor cosmopolita y políglota que trató con algunos de los artistas y pensadores más relevantes de su tiempo como Rilke, Freud o Strauss, y vivió en Viena, Berlín, París o Londres, y viajó a la India y a América motivado por la idea de que no conocería Europa realmente si no salía de sus fronteras, lo llevó a un propósito fundamental que daría sentido a su existencia: la unión espiritual de Europa. Aunque fue precisamente en medio del fragor bélico de la primera guerra mundial cuando se decidió a actuar por la construcción europea, escribiendo a sus amigos extranjeros de las naciones enfrentadas, así se entiende, me parece, la inmensa desilusión que debió de sufrir tras la destrucción del sueño de una vida, la persecución personal por ser de origen judío o la destrucción de su obra en el ámbito germano. El texto no sólo se cimienta en el análisis de los sucesos, creencias y costumbres previas y posteriores a la primera guerra mundial, y del advenimiento de la segunda, en el seno de la sociedad europea, antes de que nos consideráramos políticamente como tales, cuando sólo unos pocos como Zweig soñaban con esa realidad, sino que también ofrece motivos de reflexión que bien podrían ser útiles para los europeos actuales, además de ser un conmovedor testimonio sobre el amor a la cultura y las artes, la admiración por los amigos más allá de su nación, y la convicción de que debe lucharse por la paz y la concordia aunque los demás se empecinen en lo contrario.

No hay comentarios:

LAS CONFERENCIAS

LA SOMBRA

KEDEST

CONVIVENCIA

LOS GRILLOS

RELATOS DE VIVALDI