15 de junio de 2019

Emociones desbordadas

Como en la vida real, lo primero que se nos describe de los personajes de El idiota de Dostoyevski son sus rostros y sus ropas, sin embargo, estos no se nos presentan como un estudio de sus características objetivas sino a través de unos rasgos escogidos que van a servir de indicios hacia sus personalidades y sus situaciones financieras, encaminándonos para crear suspense o engañarnos con las expectativas. Y es que, como explica Ortega, cuando miramos a una persona no estamos viendo cómo es sino intentado percibir en ella elementos de vitalidad, inteligencia o atención. De igual forma, al artista le interesa el gesto o la prenda en cuanto dice algo del personaje, una mirada rápida puede revelar ansiedad o un carácter nervioso, un abrigo roto nos habla de su pobreza o su descuido, una actitud caprichosa nos indica falta de madurez o un secreto. Pero si hay algo llamativo en la descripción de los personajes de El Idiota, y también en otras novelas suyas como Los demonios aunque en menor cantidad, es el hecho de adelantar constantemente juicios morales sobre los personajes sin esperar a que estos emanen de sus acciones, de tal manera que el narrador en tercera persona y omnisciente no para de llamar taimado, mezquino o malvado a sus personajes incluso antes de que estos abran la boca o actúen. No sé bien cómo esta característica, en ocasiones molesta, no produce en el lector mayores rechazos, pero sospecho que su eficacia proviene, por una parte, de que Dostoyevski confirma y justifica sus juicios previos con la acción posteriormente desarrollada y, por otra parte, estamos ante una estrategia para imbuir al lector en ese ambiente de bajeza moral cuya existencia quiere demostrarnos bajo la fina capa de las convenciones.

Entre sus muchos personajes hay enfermos, asesinos, suicidas, abusadores, amantes desesperados, radicales resentidos, deudores, alcohólicos, dementes, envidiosos y pusilánimes, y casi cualquiera de ellos puede cobrar una relevancia inesperada, como el idealista y moribundo Ippolit o como Lebedev, figura del cotilla por la que nos enteramos, pasada por todos sus prejuicios y vilezas, de la vida de otros personajes. Muchos de ellos están desarrollados hasta conseguir un efecto de complejidad psicológica y profundidad, dotados de vida y relevancia, pero no debemos olvidar que la mayoría son, bien mirados, personajes tipo construidos a partir de oposiciones vitales entre ellos, tanto antitéticos como posibilísticos. Así, Ippolit parece el opuesto del príncipe en sus respuestas a preguntas existenciales, y Nastasia se contrapone a Aglaya en su crianza y en su forma de amar, aunque ambas resulten extremadamente intensas. La conmovedora historia de la joven burlada en Suiza, contada por el Príncipe como una anécdota dolorosa del pasado, así como la terrible historia de la juventud de Nastasia, funcionan como contrapunto de la historia narrada, en el que el príncipe resulta la víctima de una sociedad inmisericorde, hasta el punto de que pareciera decírsenos: las mujeres jóvenes y hermosas engañadas por hombres libidinosos -y hay muchos hombres libidinosos en las novelas de Dostoyevski- caen injustamente en desgracia pero esta historia poco común es la de un hombre arrastrado hasta la desesperación por el engaño y la confusión de dos mujeres. Es como si para cada deseo de exponer un matiz nuevo el autor inventara un personaje, y otro para contraponerlo, pero con la asombrosa capacidad de no caer en esqueléticos contornos, ni parecer meros caparazones de una idea, sino un pedazo de vida expuesto en papel. 

Así como en Los demonios conviven emociones claramente negativas junto a otras de carácter positivo en la relación entre Trofímovich y Varvara, sugiriendo la doble interpretación o la doble naturaleza de los vínculos emocionales, en El idiota no se rehuye la existencia de los dobles pensamientos y los dilemas y sufrimientos que estos conllevan. Son la causa que explica muchos de los vaivenes de sus personajes, sobre todo de los cuatro principales, las dos mujeres y los dos hombres que articulan entre ellos dos tríos amorosos y dos formas de ser en cada sexo, una domesticada y buena que interioriza dramáticamente sus frustraciones hasta el colapso, frente a otra rebelde, agresiva y salvaje cuya consecuencia es la destrucción psicológica o física del prójimo. Aunque es cierto que las ideas son importantes en la obra de Dostoyevski, tanto en sus diálogos como en la fuente de donde emana el tipo de sus personajes, la carnalidad de estos parece debida en parte a la importancia que se le da al estado de ánimo de cada uno de ellos y cómo afecta a las valoraciones que hacen de lo sucedido a su alrededor, es decir, por muy razonable que sea un discurso lo que hace parecer real al personaje es el estado de ánimo en el que lo ha pronunciado. Pero a las emociones en los personajes de Dostoyevski les ocurre una peculiaridad, están volcadas hacia el exterior, se dramatizan en diálogos y no tanto en pensamientos internos, y no se sabe bien si por el carácter impetuoso de estos o por la forma elegida -yo apostaría por la sabía conjunción de ambas-, las emociones brotan inestables y sin contención, como si el autor quisiera exponernos cómo sería el mundo si no tuviéramos un freno, o cómo es en realidad debajo de la apariencia cotidiana, algo así como una calamidad, y nos mostrara el vértigo errático y descontrolado de una montaña rusa emocional guiada por los impulsos.

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