15 de agosto de 2018

La novela autorreferencial

Aunque el fundamento de cualquier ficción radica en la voz de un narrador distinta al autor mismo, este ha quedado a menudo reflejado en mayor o menor medida en el texto. Hay incluso quienes, como Karl Jung, han considerado que todas las historias, personajes y voces son en definitiva producto de la mente del autor y por tanto reflejo de este, atrapándolo en una tela interpretativa sin escapatoria. Pero, dejando de lado supuestos psicoanalíticos, muchos escritores han introducido rasgos propios o de sus biografías en algunos de los personajes o sucesos de sus obras, como un artista que se pinta entre sus retratados, a veces en primer plano, otras en el fondo o entre el gentío, o incluso en minúsculas imágenes. No es lo mismo el Lëvin de Ana Karenina, en donde muchos han visto un trasunto del autor, o el David Copperfield de Dickens, considerada como la más autobiográfica de sus novelas, que el Marcel de En busca del tiempo perdido o el Henry de Trópico de cáncer, y sin embargo ninguno de esos personajes, aunque sean narradores, es el autor mismo. 

La novela autobiográfica despega a comienzos del siglo XX con grandes ejemplos como Retrato del artista adolescente o Las tribulaciones del colegial Törless, en donde el componente biográfico palpita sin invalidar la ficción. No obstante, parece que últimamente asistimos a un auge de lo que algunos llaman la novela autorreferencial o autoficción que, dados sus nuevos nombres, da a entender que ahonda en un camino diferente a la novela autobiográfica o que ha caído en el desprestigio con respecto a otras. Por lo pronto, la transmutación del material vivido en ficción resulta menor en la novela autorreferencial, ya que muchas veces el escritor utiliza su supuesto yo sin ser necesariamente autobiográfico, entremezclando categorías que nos habíamos esmerado en distinguir. Puede haber causas intrínsecas a la evolución de la novela que expliquen mejor esta tendencia, tales como el creciente uso de la primera persona frente a la tercera, la mezcla de la novela con géneros como el diario o la narrativa de viajes, o la indagación en el realismo intentando presentarlo como más real o verdadero que la ficción, es decir, en un diálogo con la tradición, y quizá también en un intento de escapar a las grandes cimas del siglo XX, Joyce y Proust, que a su vez exploraron un realismo distinto al heredado del siglo XIX para representar mejor la consciencia humana. 

También hay razones externas al devenir de la novela. En un mundo saturado de ficciones, en el que circulan tantas y tan diversas historias en la televisión, en el cine o en la historia literaria, muchos escritores parecen optar por la novela autorreferencial porque es lo único que no les suena a personajes estereotipados y tramas trilladas o enloquecidas de tanto querer ser originales, y se les presenta como una de las pocas alternativas para probar con material verdadero, procedente directamente de su experiencia con la realidad. La paradoja está servida, pues ¿cómo puede buscarse la recreación de la verdad, en contra de la ficciones que nos rodean por todas partes, haciendo más ficciones aunque sean novelas basadas en la biografía propia? Se puede atacar a estas novelas, además, por su carencia de imaginación, pero resulta ingenuo pretender que, por ejemplo, Karl Ove Knausgård haya recreado de su memoria todas las escenas y detalles de Mi lucha sin una buena dosis de imaginación dramática. También se les puede atacar por su carencia de ambición al no tratar grandes temas, pero quizá se preocupan en captar una realidad más íntima que se escapa de otra forma. O se les puede atacar por egocéntricas y vanidosas, por centrarse en uno mismo, aunque precisamente algunas de las mejores nos ofrezcan un cuadro poco complaciente de los álter egos. 

No creo que este tipo de narración pueda tildarse de una manía o moda generacional, se trata de una opción artística más preocupada en los pequeños descubrimientos vitales, de cómo atrapar una realidad inasible, que en la construcción de tramas, el juego reverberante con los géneros y los clásicos, o el diálogo con teorías en boga, y que busca la claridad del estilo frente a la pirotecnia barroca, los ecos del pastiche y las referencias o las técnicas que fuerzan el lenguaje hasta llevarlo al límite. Es quizá una salida más, una de varias que pueden observarse hoy en día, una vuelta a la impresión más sencilla y el contacto más directo con lo vivido, lo testimonial y lo difícil que es corroborar algo en nuestras parcas existencias, en donde lo claramente ficcional resulta trivial por superabundancia, al igual que la historia de la pintura se banaliza rodeada de infinidad de imágenes que nos alejan de las hondas impresiones que debieron dejar en nuestros antepasados en tiempos de escasez de reproducciones. No creo que estos escritores se expongan como ejemplos para hablar de sí mismos sino, como diría Unamuno, porque son la persona que mejor se conocen. Si en una opción literaria como esta hay obras, o muchas obras, que no son de calidad eso no quiere decir que esta opción literaria sea un error o una excrecencia del desarrollo artístico de la novela. La prueba es que muchas novelas que no son autorreferenciales tampoco son buenas.

Lo que, a mi modo de ver, plantea un problema es saber a cuántos lectores puede interesarle este tipo de narraciones. Muchas de las grandes obras autobiográficas fueron escritas como novelas iniciáticas en las que sus autores tenían novedosos proyectos estéticos que aplicaron a lo poco que conocían de la vida, su propia experiencia, y quizá ese sigue siendo en parte el sentido de muchas novelas con un gran porcentaje autobiográfico, dar el salto literario para poder desarrollarse sobre otros temas más ambiciosos, pero también está demostrando ser una forma de entender la literatura y una sensibilidad que prefiere la impresión aparentemente menos artificiosa. La experiencia demuestra que hay lectores de todo tipo y que, con la depuración del tiempo, muchas obras que ahora no están en el foco de atención irán adquiriendo reconocimiento mayor. Esta opción estética, sin embargo, parece ir acercándose a la poesía en el sentido de que esta se convirtió en autorrefernecial cuando fue quedando relegada del consumo masivo debido al éxito, precisamente, de la novela. Hoy en día son otros medios, como la televisión o el cine, los que están tratando los grandes temas políticos y sociales, a una velocidad vertiginosa de inmediatez en la producción, mientras gran parte de la novela, que por su esencia camina más lenta, se vuelve hacia el pastiche o la autorreferencia. ¿Un aviso para caminantes?

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