15 de septiembre de 2022

Del amor y otras fantasías bien reales

Leí Últimas tardes con Teresa hace poco, cuando la muerte de Juan Marsé me recordó que no había leído nada suyo, y quedé atrapado por su estilo denso que acumula detalles psicológicos, exuda símiles e indaga en los pensamientos de sus personajes, creando una atmósfera cargada y un ritmo lento, capaz de sortear los riesgos del barroquismo o la ralentización, y que acierta a captar unas formas de ser y un ambiente de época, atrapados como un mosquito del cretácico en ambar. La novela, que hace un uso astuto de los saltos temporales, demora la acción para adentrarse, sobre todo, en las percepciones de Manolo, a quien Marsé ha insuflado de vida, con emociones variadas y contradictorias que luchan con su visión limitada del mundo. Sin embargo, esta demora de la acción no estanca la novela sino que, debido al abanico de sugerencias y posibilidades del narrador, como si jugara al despiste, la hace más intensa, y el lector no hace sino temer constantemente qué pasará, generando incertidumbre e inquietud; con las joyas o la moto que Manolo quiere robar, con el amor fantaseado de Teresa o con el accidente y recuperación de Maruja, ese otro personaje clave aunque mayormente inerme. Siempre he oído que Marsé era un crítico de la burguesía catalana, sin más, pero la novela no idealiza ni esconde trapos sucios de nadie, ofrece un prisma social complejo, siempre de fondo, en segundo plano, interaccionando continuamente con el romance de Teresa y Manolo como una aproximación social fallida, un Romeo y Julieta atravesado por la falla económica de los malentendidos y prejuicios. 

El personaje de Manolo, o Pijoaparte, se mueve por su interés y su impulso sexual, hasta el punto de que el erotismo y lo que le sucede, están entrelazados, como si no hubiera aventura en la novela sin que la libido del personaje no estuviera de por medio de alguna manera, lo que le da una verosimilitud juvenil raramente plasmada en novelas. Los dos nombres con los que se refiere al personaje acompañan a la forma doble de observar a este personaje complejo, pícaro, chulo, difícilmente enamoradizo, guapo, interesado, ladronzuelo, listo, superviviente y sobre todo deseoso de salir de su vida humilde. El lector baila entre la comprensión y la crítica, entre la identificación y la repulsión, porque Manolo está pintado de tal forma, con tal arte, que parece vivo. Le marca su estado de murciano en una Cataluña en que los pobres son del resto de España y los ricos tienen apellidos catalanes, pero su posición es tal -no es ni héroe ni villano- que puede leerse de forma doble su relación con la burguesía catalana. Manolo se resiste a la pobreza y el trabajo mal pagado, prefiere robar y vivir más o menos alegremente, vestirse bien y dárselas de elegante, incluso cobija el mito de ser hijo de un marqués, una compensación onírica si no fuera porque para él es bien real. En su afán de salir de la pobreza reside algo así como el eco de un héroe, o mejor del arquetipo de un héroe, totalmente desmitificado, invertido, pero aún así lo suficientemente complejo, en un esfuerzo de verosimilitud psicológica de altos vuelos que lo hace ambiguo y se escapa a definiciones fáciles, y del que pronto en la novela se nos dice que llegará lejos algún día aunque luego no haya ninguna otra referencia posterior a ese hecho. 

Teresa Serrat, sin embargo, es una chica bien, leída, universitaria, con amistades políticas juveniles, que gusta de estar con gente distinta y habla con todos sin importar su condición, que tiene reuniones con amigos que son tertulias más políticas que literarias, que piensa en mejorar España y se avergüenza de su familia burguesa. Es un contraste interesante que Manolo, pobre del barrio de El Carmelo, aspire a un trabajo bueno y a tener dinero, a vivir con tranquilidad económica, mientras Teresa, miembro de una familia con chalé en la playa y casa en la ciudad, negocios y propiedades, aborrezca la vida burguesa que disfruta, hasta el punto de, en su ensoñación revolucionaria, confundir a Manolo con un sindicalista obrero dispuesto a sacrificarse por su clase social. Teresa y sus amigos estudian carreras de letras en Barcelona durante una dictadura que no se nombra directamente y en donde la carencia de libertad de expresión y de asociación fuera del régimen tampoco era un juego de niños, aunque todo esté de fondo, difuminado, y visto con ojos poco complacientes. Y es que a pesar del título de la novela, el protagonista central es Manolo, del que el narrador en tercera persona sólo se despega en ocasiones. La propia Teresa, nombrada de pasada en la verbena de la escena inicial, como si se tratara de una secundaria, no aparece hasta el final de la primera de las tres partes y, aunque tiene su historia propia, cobra vida sobre todo desde la perspectiva de Manolo. 

A mí me parece, y con esto no quiero establecer una comparación grandilocuente, que desde El Quijote no se había mostrado en la literatura hispana una distancia tan grande entre las fantasías de los personajes y la realidad, entre lo que Manolo ve en Teresa y, sobre todo, lo que Teresa ve en Manolo, y lo que en la realidad de la ficción son cada uno de ellos, pero Marsé lo hace desde la perspectiva de una psicología realista, aplicada a la política y las divisiones sociales, sin mencionar o aludir al clásico cervantino, así que este vaso conductor no se vislumbra salvo por el hecho mismo de la confrontación entre la ficción y la realidad. Lo cierto es que no parece haber ninguna intención humorística, aunque a veces he reído y otras he sentido lástima, ante las fantasías del uno con respecto al otro y el abismo de incomprensión entre ambos, otra más de las encomiables cualidades de esta novela de psicología demorada y penetrante, personajes inolvidables y de un realismo descarnado pero elegante, en ocasiones lírico y en otras vibrante en los detalles o en las insinuaciones sin aclarar, en el que lo social y lo sexual, incluso lo político, no sin cierta ironía y desapego, se entremezclan con el aroma de verano a playa, verbenas y enamoramientos.

No hay comentarios:

LAS CONFERENCIAS

LA SOMBRA

KEDEST

CONVIVENCIA

LOS GRILLOS

RELATOS DE VIVALDI