15 de septiembre de 2020

Los pilares del progreso

En su último libro, Enlightenment Now, the Case for Reason, Science, Humanism and Progress (2018), Steven Pinker acusa a muchos de los intelectuales que dicen llamarse progresistas de odiar el progreso, de creer que se trata de una quimera u otra religión propia de optimistas mal informados, cuando la humanidad ha mejorado según una multitud bien larga e importante de estándares que desgrana uno por uno con multitud de datos, estadísticas y explicaciones de fenómenos psicológicos por los que tendemos a cegarnos ante la realidad de esas buenas noticias. Lo cierto es que, a pesar de la que está cayendo con la pandemia del Covid-19, este libro resulta convincente, incluso arrollador en sus argumentos al estar acompañados de tanta información empírica y estadística. Vivimos una realidad mediática en la que las buenas noticias no son noticia, ya que estas no excitan nuestra atención tanto como las malas, y por tanto nos parece que todo va a peor pero, como argumenta Pinker, decir que la violencia ha bajado en prácticamente el planeta entero no es ser optimista, es un dato. Esto se conjuga con fenómenos como el de vernos a nosotros mismos con mayor bienestar que a la sociedad o creernos que nuestro barrio es más seguro que el resto del país. Ser pesimista además es más prestigioso, quien critica parece más inteligente, mientras que los optimistas, afirma, parecen querer venderte algo. Pinker no le quita el valor a los pesimistas, ponen el acento en los posibles peligros que no deberíamos subestimar, pero advierte de que están equivocados en cuanto al progreso humano, tal y como muestra el análisis de casi cualquiera de los estándares de vida en los que más o menos todos estaríamos de acuerdo y que coinciden con los títulos de los capítulos del bloque central, y más extenso, de su libro: esperanza de vida, salud, mantenimiento, riqueza, desigualdad, medio ambiente, paz, seguridad, terrorismo, democracia, igualdad de derechos, conocimiento, calidad de vida, felicidad o amenazas a la existencia. 

Estas mejoras no han ocurrido a corto plazo, aunque en el algunos casos también haya habido avances espectaculares en las últimos décadas, hay que verlos desde un arco cronológico amplio, ya que el avance de la humanidad nunca ha sido lineal sino que, como una de esas gráficas de éxito empresarial, suben y bajan con picos abruptos pero dibujan una línea ascendente hasta el presente. Llama la atención la buena construcción argumentativa de este libro, de tal forma que cuando uno queda convencido de que la riqueza ha crecido en el mundo se nos plantea la pregunta de la desigualdad y una vez quedan defendidas sus ideas se nos plantea la pregunta del medio ambiente, y así con los diferentes estándares de medición, como si Pinker conociera la estructura profunda de los pensamientos del lector de su tiempo y cuáles serán los reparos que encontrará a cada paso y, para convencernos, batallara uno por uno cada escalón de esa escalera construida para asaltar los muros de nuestras reticencias, es decir, para convencernos. De las varias críticas que ha suscitado este libro, por ejemplo su limitado conocimiento de filosofía, ninguna es capaz de desmontar esta construcción retórica basada en datos y psicología del conocimiento. La expectativa de vida ha crecido durante la historia, aunque no linearmente, a pesar de que una buena parte de ese aumento de la vida media es debido a las muchísimas muertes infantiles evitadas gracias a la aparición relativamente reciente de descubrimientos científicos como los antibióticos o las vacunas, que han salvado millones de vidas. Las hambrunas, comunes en Europa antes de la era industrial, ya sólo suceden por malos políticos y guerras. Por ejemplo, las calorías que consumía un parisino medio a mediados del siglo XIX eran menos de las que consume hoy un rwandés, el país con más problemas de alimentación en África. El aumento de las calorías ha sido tal que la gordura, un mal menor comparado con la muerte por hambre, es un problema entre los pobres de los países ricos. 

Pinker no se arredra a la hora de entrar en un campo tan amplio como la economía, embarrado ideológicamente y con puntos de vista distintos, pero lo que cuenta engarza más o menos con lo que he leído en libros como El malestar de la globalización del premio Nobel Joseph Stiglitz cuando afirma, por ejemplo, que no podemos perder de vista que quienes vivían mal de la agricultura, dependientes de unas cosechas que de estropearse los abocaban a la hambruna, viven mejor trabajando en fábricas para grandes empresas extranjeras. O cuando explica, al estilo del historiador Yuval Harari en Sapiens, a Brief History of Humankind, la falacia de creer que en el mundo hay una riqueza fija que se reparte o es objeto de lucha, sin que esta crezca. Todas estas afirmaciones apuntan a la industrialización como un punto clave en la historia para las mejoras en la riqueza de las sociedades y sus ciudadanos. Tras estos comentarios, Pinker sale al paso de quienes se revuelven ante la desigualdad, recordándonos lo engañoso de idealizar el pasado y la falsedad de esa idea de una igualdad original. Es cierto que cuanto más rico se vuelve un país más desigual se hace, no porque los que menos tengan se hagan más pobres sino porque partes crecientes de esa sociedad consiguen hacerse más ricas. La desigualdad no la considera moralmente criticable sino la pobreza, ya que puede tenerse menos que la media y aún así tener buenos estándares de vida en un país rico. Lejos de ser este un argumento a favor de fomentar la desigualdad, nos muestra cómo a medida que un país se vuelve rico invierte mucho más porcentualmente en gasto social. Los pobres de antes se morían de hambre mientras hoy en los países ricos tienen calefacción, bienes antes impensables, sus hijos llegan a adultos y gozan de mejor salud. Además, a nivel mundial se han conseguido avances importantes en las últimas décadas a la hora de reducir la pobreza extrema. Y nos advierte de los peligros del sueño de la igualdad: lo único que ha igualado a las poblaciones han sido grandes catástrofes, es decir, igualando a todos en la pobreza. 

Pinker no niega los problemas de las economías del siglo XXI, pero nos avisa de que creer que vamos a peor, y generar un estado mediático alarmista, puede llevar a la gente a tomar decisiones políticas peligrosas, como la elección de líderes populistas o nacionalistas al estilo de Donald Trump. De hecho, si la primera ola de la globalización benefició sólo a los ricos en cuanto a ganancias, en el consumo ha beneficiado a todos, ya que podemos comprar más barato. Otra vez, adelantándose a las reticencias del lector, se pregunta si todo este progreso estadístico no está llevándonos al caos ambiental. Pinker vuelve a arremeter contra los apocalípticos, recordando que quienes predijeron la hecatombe en los ochenta se equivocaron. Según él, los países ricos son los que mejor medioambiente tienen y los pobres los más contaminados. Aunque quede mucho por mejorar y quienes luchen por ello se merecen su crédito, se contamina menos ahora que hace unas décadas a pesar de que somos más y más ricos, ya que los ciudadanos se preocupan más por el medioambiente una vez pasan cierto nivel de riqueza. Estos capítulos de la desigualdad y el medioambiente, quizá junto al de la felicidad, son los más polémicos, pero Pinker demuestra su capacidad para salir airoso apoyando cada paso de su argumentación con datos de gran interés. Otros temas como la reducción de la violencia en la historia -tratado ya en su The Better Angels of Our Nature, Why Violence has declined-, la democracia, la igualdad de derechos o el acceso al conocimiento resultan menos controvertidos, pero participan de una idea de fondo clara que sirve de piedra de toque para todas ellas: Hemos mejorado a lo largo de la historia sin que esto signifique que podamos cruzarnos de brazos congratulándonos por vivir en el mejor de los mundos posibles, ya que la meta de analizar el progreso es analizar lo que ha funcionado. Tal y como nos explica en la tercera y última parte del libro, que entronca con la primera parte sobre la ilustración y sus enemigos, los pilares para el progreso han sido la razón, la ciencia y el humanismo.

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