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15 de junio de 2017

In Our Time, el presentador y sus invitados

Durante más de un año he estado escuchando los archivos de la serie radiofónica In Our Time de la BBC, siguiendo en relativo orden cronológico cada uno de los programas de filosofía, cultura e historia en los que un perspicaz Melvyn Bragg mediaba y dirigía a un reducido grupo de expertos distintos en cada tema para conversar sobre un episodio de la historia, un fenómeno cultural o un descubrimiento científico, un libro de ficción o una figura del pensamiento. Su papel es proponer las líneas del debate y evitar que los invitados salten de tema o se pierdan en digresiones; estricto y amable, exigente y divertido, pero siempre ordenando la conversación. A pesar de la profusión y variedad de temas acumulados cada semana desde que en 1998 comenzara la emisión de este programa, Melvyn Bragg parece tener siempre la claridad de ideas, y supongo que el equipo necesario, para hacer las preguntas pertinentes y para saber de antemano qué quiere tratar, cómo si ya conociera bien el tema, a la vez que resulta lo suficientemente interesado e ignorante para darle el protagonismo casi absoluto a los expertos invitados, sin interferir con sus propias opiniones tal y como abundan en otros presentadores culturales que eclipsan a sus entrevistados o, por el contrario, los dejan hablar sin freno sin dirigirles el rumbo. Su gran mérito, en definitiva, es ser eficaz pasando desapercibido y elegir a sus invitados de entre los mejores. 

Cada tema propuesto exige, por supuesto, de expertos distintos. Ni de amigos cultos, ni de miembros del gremio periodístico relativamente especializados, sino de los expertos de cada materia, generalmente académicos provenientes de las universidades inglesas, que avalan la calidad y conocimiento de los entrevistados. Son, por lo general, tres invitados, que contrastan sus puntos de vistas, enriquecen la conversación con perspectivas que se solapan o llegan a polemizar con visiones opuestas, incluso cuando entre los invitados están algunos de los personajes más renombrados de la cultura anglosajona de las últimas décadas como Susan Sontag, Harold Bloom, Martin Amis, Christopher Hitchens, Mary Beard o el mismísimo Eric Hobsbawm. Yo no pude evitar emocionarme cuando, caminando por una calle poco concurrida, oí inesperadamente a los ya desaparecidos Sontag y Hitchens, cuyas voces sonaron mucho más cálidas y cercanas que en una grabación de video, en donde las ropas o el escenario aportan el contexto temporal de inmediato, y los escuché así como traídos de entre los muertos, sin edad definida, para disertar en vivo a mi lado. Aunque prácticamente todos los programas tratan temas de gran interés, los que no lo parecen, o por lo menos a mí me resultaban insulsos, como el mito de la inocencia americana o la historia de los ángeles, acabaron por serme de lo más interesantes. Cómo ha conseguido Melvyn Bragg atraer a tantos entrevistados eruditos, y hasta geniales, sólo puede explicarse en última instancia por su buen hacer. 

Esta emisión me ha acompañado mientras hacía la compra semanal en el supermercado y mientras elegía las frutas y verduras en la frutería del barrio, en mis desplazamientos andando al trabajo o cuando iba a buscar a mis hijos al colegio, y ahora que me quedan tan pocos por escuchar, y he repetido algunos, temo el inminente sentimiento de desamparo ante el vacío. El programa, que empezó antes de la popularización de internet, sigue emitiéndose semanalmente, pero ya no será lo mismo sin escarbar en el archivo que la BBC ha puesto gratuitamente, a pesar del costo de producirlo y almacenarlo, al alcance de todos los oyentes del mundo que, gracias a las nuevas tecnologías, podemos escucharlos en nuestros ordenadores, tabletas, móviles o pequeños reproductores. No puedo resistirme a sugerir el paralelismo del título de este programa, In Our Time, con el título de aquella revista de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Maurice Merleau-Ponty, Les Temps Modernes, con la que además del eco del nombre, guarda cierto parecido por la categoría de sus colaboradores, aunque difiera tanto en otras cuestiones. Por otra parte, quiero suponer que hay presentadores capaces y dispuestos a hacer un programa de radio similar en español pero, quizá por una cuestión de prejuicios, me cuesta algo más imaginar que tuviera el apoyo institucional o empresarial necesario, a pesar de que Melvyn Gragg cuenta, sólo entre quienes lo escuchan en directo y no en grabaciones posteriores de audio como yo, con más de dos millones de oyentes por cada programa.

15 de junio de 2012

Harvard en la playa

Hace unos años tuve la hasta entonces insólita experiencia de estar en una playa de arena blanca en Fuerteventura, rodeado por sedimentos y lavas volcánicas petrificadas en el tiempo, mientras escuchaba en mi reproductor digital una clase de Harvard que acababa de descargarme horas antes en casa, pero que bien podría haberlo hecho en ese mismo paraíso, tras unos minutos de espera, gracias a la conexión 3g. Sentí una emoción de incredulidad vencida y de ilusión al abrir una puerta con nuevas posibilidades. Recuerdo la arena cálida y un grupo de surferos a lo lejos que se esmeraban en mejorar la técnica de mecerse sobre la tabla. Desde entonces he escuchado y visto en universidades norteamericanas, y alguna británica, a ponentes de la talla de Umberto Eco, Ian McEwan o Toni Morrison, y he descubierto a otros muchos que me eran desconocidos y que han significado para mí un estímulo intelectual que quizá se hubiera desvanecido lentamente o habría sido más pobre. 

Me asombra que estas universidades, la gran mayoría de Estados Unidos, cuyos presupuestos y gastos son ingentes, siendo muchas de ellas carísimas para sus estudiantes, obren con tanta generosidad al compartir con el resto del mundo las clases de sus profesores y hasta de sus ponentes invitados, que no se cotizan baratos precisamente. No tenían por qué hacerlo gratuitamente, pero lo hacen. Hay cursos enteros y ponencias de psicología, política, historia, literatura, idiomas o economía, por sólo nombrar algunas áreas. Hay tantos que empiezo muchos más de los que termino, pero sigo maravillándome ante la calidad de algunos de ellos. A veces me pregunto por qué aún no lo hemos hecho nosotros en Europa ni en el mundo hispanohablante, por qué nuestras universidades permanecen timoratas ante la nueva realidad técnica o por qué la mayoría de nuestros profesores universitarios no han dado el salto a grabarse o poner al alcance de todos las grabaciones de los invitados a las facultades. 

Hay quienes ya lo hacen, lo sé, y tienen mucho mérito, pero esos podcast, si se suben a la red, suelen estar prácticamente escondidos en las páginas de las universidades. Además, al no facilitarse en programas de gestión común en donde colgar y descargar las conferencias, charlas, coloquios o clases, como por ejemplo ofrece el iTunes U con tantas universidades anglosajonas, las grabaciones se convierten en archivos difíciles de encontrar entre la espesa selva de las webs, a no ser que alguien del entorno nos envíe el enlace preciso. No creo que sea tan difícil ponernos a la par, tenemos capital humano de calidad para ello. Hay muchos temas y personas interesantes que las universidades hispanoamericanas y europeas, estando España en ambos grupos, pueden aportar y proyectar al mundo. Deberíamos aprender a valorar lo bueno que tenemos, que es mucho, pero también a estimar e imitar lo mejor de lo que hacen los demás. Y en este caso las universidades norteamericanas nos están dando una lección magistral de la que deberíamos aprender.

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