15 de abril de 2012

La mirada de Angelopoulos

Muy a menudo, y para mi pesar, descubro ciertos libros y películas de forma tardía. Esta vez llevaba largo tiempo viendo en el videoclub la carátula de una película de Angelopoulos que, por distintas razones, siempre postergaba en favor de otras, dejándola para un supuesto futuro adecuado que no llegaba nunca. Tuvo que ser su accidentada muerte hace unos meses lo que precipitó mi decisión de cogerla. Era La eternidad y un día, película en la que un poeta que recibe la noticia de su enfermedad terminal pasa un día acompañado por un niño extranjero, de existencia miserable, cuya vida contrasta con los recuerdos familiares de la infancia del hombre. La película, de ritmo lento, tenía asombrosos aciertos narrativos. Ilusionado con lo visto, saqué La mirada de Ulises, de factura similar, que narra la búsqueda de un director de tres bobinas de principio de siglo, desaparecidas para la historia del cine, por los territorios del extinto imperio otomano, incluido los Balcanes en plena guerra. La tercera fue Eleni, que puede verse en el video club online filmin, en la que la existencia de los personajes se entrevera con la historia de Grecia, de ahí la elección del nombre de la protagonista, haciendo que los sucesos de su vida estén trágicamente condicionados por las injusticias y desgracias de la historia, y las costumbres, del país. 


Su cine resulta contemporáneo como el de pocos, sin subterfugios ni evasiones, cuando habla de lacras presentes como la esclavitud de niños, la guerra o la inmigración forzada, y a la vez rinde homenaje al pasado constantemente, a los maestros del cine, el pensamiento y la literatura, y sobre todo a la familia y los recuerdos, que conviven de forma magistral, en escenas que no cambian de plano, con el presente de la narración. Aunque se nos escapen muchas de las referencias a la historia griega del pasado siglo y del presente, nos quedamos con el dolor y la dignidad humana en medio de un devenir histórico contado de manera nada laudatoria, para lo que hace uso en ocasiones de fotografías y documentales a modo de material insertado en la ficción. Un cine acompañado de una música deliciosa, a menudo centrada en un sólo instrumento (un violín, un acordeón) o en la música más popular, y una atmósfera propia del director en la que se repite la bruma y el frío, el muelle y los barcos, el mar y los ríos, la casa familiar. Al ver estas tres películas he pensado que, sin sucumbir a ninguna moda, Angelopoulos plasmó una mirada poética y social única, de un profundo calado estético y emocional, y también alcanzó a ser una especie de consciencia moral de su tiempo, una reflexión sobre la historia de su gente y de los demás pueblos cercanos en ese lado de Europa.

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