15 de marzo de 2018

El asno de oro y la picaresca

Estaba deseoso de comprobar por mí mismo las raíces de la picaresca en El asno de oro, tal y como frecuentemente se menciona, hasta qué punto la precedía o la configuraba, cuán cercana estaba una de la otra, si se había copiado en buena parte al antiguo clásico y encubierto su impronta o si al contrario esta era una influencia lejana y difusa que, por tanto, otorgaba sello de originalidad incuestionable a la picaresca surgida en España durante el Siglo de Oro. La novela romana, para mi sorpresa, está plagada y recorrida por la magia y las intervenciones de diversas deidades, por multitud de historias contadas por personajes dentro de la historia, por descripciones deslumbradas de posesiones lujosas y de la belleza de ciertos personajes, por el erotismo de las pasiones entre jóvenes amantes, por los relatos cómicos de hombres cuernudos y los de mujeres capaces de cometer crímenes o convertirse en temidas brujas para satisfacer, u ocultar a los demás, sus deseos sexuales, que en nada me recordaron, francamente, a la picaresca española. No obstante, Francisco Rico cuenta que El asno de oro tuvo gran cantidad de seguidores españoles e italianos que llegaron a escribir obras siguiendo punto por punto sus andanzas, en las que pudo inspirarse el autor anónimo del Lazarillo, junto a otras influencias, aprovechando el esqueleto narrativo y el punto de vista pero dejando atrás el modelo romano.

El protagonista y narrador Lucio no es un joven de baja extracción social, más bien al contrario, y ni recurre al engaño ni a la estafa, sino que las presencia en su forma de asno, en cuyo animal ha sido convertido por error y exceso de curiosidad en las artes mágicas. Tampoco encontramos por tanto el determinismo social del personaje, condenado a su baja condición, sino más bien un camino de aprendizaje que acaba en la revelación final de una vida casta y devota. En la novela de Apuleyo, la única romana conservada completa, hay intercalados tantos cuentos fantásticos y mitológicos, algunos fascinantes como el de Psique, que sólo puede compararse al naturalismo de la picaresca cuando el narrador (convertido en asno, lo cual es muy poco realista) nos cuenta en sus andanzas la vida de su tiempo con elementos cotidianos y personajes populares. Eso sí, en esas partes el estilo es cómico, abundan las palizas, los cambios de amo y las fugas. Hay igualmente un narrador en primera persona que cuenta una parte de su biografía y una estructura itinerante, elementos que encontramos también en El satiricón, aunque vertida al español posteriormente. En efecto, la traducción de la novela de Apuleyo publicada en Sevilla en 1513, la primera en Europa, hace pensar en su impronta en la picaresca, pero esta sería de carácter lejano y sugestivo, impulsor, estimulante, y tan capaz de fertilizar este como otros subgéneros gracias a su riqueza.

En cuanto a las características del pesimismo y la sátira hay que esperar al último capítulo para sacar conclusiones ya que este nos obliga a replantearnos lo leído anteriormente. Los argumentos que defienden la novela como una obra iniciática al culto de Isis o Osiris están expuestos en la concisa introducción de Francisco Pejenaute Rubio para la Biblioteca Clásica de Gredos con un rigor filológico que relaciona nombres y título con las costumbres de los seguidores de esta deidad egipcia, y sus implicaciones morales. Dados los innumerables padecimientos, traiciones y homicidios de los que dan cuenta estas historias, causados en su mayoría por el amor y el ardor sexual, y las lamentaciones vertidas al respecto, la decisión del joven y culto Lucio de iniciarse en los misterios de Isis, cuyo único requerimiento nombrado explícitamente además de la devoción es la castidad, lo que acepta no sin inquietud, proyecta una sombra sobre el tono jocoso previo. El sexo entendido como fuente de conflictos desgarradores y dramas fatales, el cual se alía con la crueldad en no pocas ocasiones y personajes de esta novela, no puede sino depararnos una mirada pesimista sobre el ser, ya que este es consubstancial a su naturaleza. Es decir, por caminos distintos, el pesimismo y el moralismo fluirían bajo el manto de lo cómico y lo satírico en ambas obras, aunque quizá, como afirmaba Ortega y Gasset, el toque de moralidad vertido en ciertas obras pertenezca a la heroica hipocresía de muchos de los grandes escritores en épocas de censuras fatales.

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