Este mes de abril hemos podido escuchar en Las Palmas al periodista y activista de los derechos humanos Ehsan Ullah Kahn. Desde muy joven, como incipiente periodista, se interesó por la esclavitud infantil. Ante lo que vio decidió pasar a la acción. Fundó el Frente de liberación del trabajo forzado en Pakistán y el Frente de liberación del trabajo forzado global. Sus protestas, las consecuentes liberaciones masivas de niños esclavos y su labor en la creación de escuelas para los liberados lo llevó varias veces a la cárcel en su país, a donde no puede regresar porque pende sobre él una condena a muerte. Exiliado en Suecia desde la década de los noventa, es además colaborador en Naciones Unidas contra la esclavitud infantil en el mundo. Habla poco o nada de su periodo en la cárcel y de las torturas a las que fue sometido, una de las cuales le ha dejado secuelas en la audición de un oído, pero le encanta sacarse fotos con los jóvenes y adultos que acuden a escucharlo. A pesar de su talante agradable y su amabilidad, su mensaje es rotundo.
En el mundo hay al menos unos 27 millones de esclavos, muchos de ellos niños. Están en países lejanos, a veces no tanto, pero tienen una relación con nosotros muy cercana. En la sociedad globalizada en la que vivimos, en donde los bienes viajan por el planeta de un lado a otro libre y rápidamente, muchos de los productos que consumimos en nuestra alimentación, la tecnología que usamos o la ropa que vestimos están realizados en la parte más baja de la cadena por trabajadores esclavos (slaveryfootprint). Sus productos son comprados por empresas internacionales que consiguen grandes márgenes de beneficios gracias a este trabajo ínfimamente pagado en el que los niños hacen jornadas de doce horas y están el resto del día sujetos a vigilancia, a maltratos y, sobre todo las niñas, a abusos sexuales. Ehsan Ullah Khan apunta directamente a algunas grandes compañías internacionales que compran productos hechos por niños esclavos, tal y como salió a luz pública en 2013 tras el colapso de un edificio de ocho plantas en Bangladesh con más de 3.000 trabajadores.
Se nos plantea pues qué podemos hacer para obligar a estas grandes empresas multinacionales a que no colaboren en la explotación infantil, que además resta posibilidades laborales a sus propios padres, y dejen de formar parte de la cadena trágica que condena a los niños a la esclavitud en vez de ir al colegio para su desarrollo adecuado, tal y como además reza la declaración de los Derechos del niño. Ehsan Ullah Khan se decanta por la lucha pacífica y anima a la protesta contra estas empresas, por ejemplo enviándoles correos electrónicos o manifestándose frente a los establecimientos que vendan productos realizados por niños esclavos, y a un cambio en los usos del consumo orientado a compras más informadas sobre el origen y fabricación de cada producto. A los representantes de Inditex con quienes se reunió en Madrid les formuló una pregunta ingenua e ingeniosa: “¿Por qué compran a fábricas en países lejanos pudiendo dar trabajo a cinco millones de parados en España?”. La respuesta, según cuenta, tan grotesca como alarmante, fue: “Porque los españoles son unos vagos”.
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