Susan Sontag afirmó en una conferencia en 2002, “On Modern Literacy”, que el éxito de las grandes lenguas de comunicación y conocimiento, en especial el inglés pero también el francés y el alemán, había condicionado de tal forma el acercamiento a la literatura universal que, por ejemplo, varias de las mejores novelas de finales del siglo XIX, aunque traducidas y conocidas, apenas eran mencionadas, referenciadas o estudiadas debido a que éstas habían sido escritas en una lengua como la portuguesa, que aunque cuenta con muchos hablantes no es una de las principales lenguas de transmisión cultural. Al escuchar su pertinente reflexión me he congratulado de oír a un intelectual del mundo angloamericano hablar de una realidad que los escritores no pertenecientes a la lengua inglesa venían notando desde hacía tiempo. El inglés impregna el mundo académico de las humanidades y, sobre todo, el de la ciencia, en donde es requisito indispensable, vehículo de intercambio ineludible para los investigadores del planeta. Se ha convertido en el eco moderno del conocimiento y, en cierta medida, también de la transmisión crítica en las artes. En concreto, Susan Sontag hablaba de una novela de Aluísio Azevedo, O Cortiço, y dos de Joaquim Machado de Assis, Dom Casmurro y Memórias Póstumas de Brás Cubas, de la que Carlos Fuentes escribió en su ensayo La gran novela latinoamericana que era la mejor novela escrita en la América latina en el siglo XIX, destacando su modernidad humorística, su continuismo con la gran tradición novelesca europea de los siglos anteriores y la excepción que esta obra significa en su tiempo.
En efecto, se trata de un narrador que nos cuenta su vida durante su velatorio, y cuya condición de muerto refuerza la actitud despegada hacia su experiencia recientemente vivida, posicionándose a una distancia a veces humorística, otras sentimental, y casi siempre sin tomarse muy en serio, con una actitud liberal capaz de burlarse de sí mismo y de esa clase privilegiada en la que nació y vivió, pero sin dejar de ser relativamente comprensivo con los demás seres. Sus amores, su familia y amistades, su vida bohemia de estudiante en Coimbra, su regreso a Brasil e incluso sus motivaciones políticas y frustradas aspiraciones paternales, no reúnen ningún elemento de tragedia, según él mismo nos hace ver, pero sí momentos serios de intensidad emotiva, de tristeza, de emociones contradictorias y pasiones que duran años, mezclados con cierta melancolía alegre, de tono humorístico, que permite también un distanciamiento de las actitudes literarias románticas que marcó un antes y un después de esta obra considerada la primera novela realista brasileña. Ese humor no sólo se percibe en lo contado sino también en cómo es contado, en los experimentos textuales de la obra, la cual según el propio narrador “se adotei a forma livre de um Sterne”, de cuyo Tristram Shandy podemos entrever múltiples influencias en sus breves capítulos intercalados, en su tono habitualmente jocoso, en la conversación entre amantes que no dice nada y lo dice todo, o en un capítulo titulado que, sin embargo, queda en blanco. El ingenio de su autor y el carácter de su narrador quedan pues plasmados en la forma de esta novela que tanto atrajo a escritores como Susan Sontag y Carlos Fuentes.
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