Fueron Muñoz Molina (El País,15/11/11) y Eduard Punset (Redes,26/6/11), quienes me pusieron en la pista de Steven Pinker. Este canadiense, profesor en Harvard, aspira desde su especialidad de psicología evolutiva a repensar nuestra visión de la naturaleza desde el punto de vista científico, teniendo en cuenta sus avances, y a dar una visión amplia de nosotros como animales provenientes de un proceso evolutivo cuyo legado forma parte del equipamiento genético con el que venimos a este mundo. Aquí radica la intención fundamental de su libro The Blank Slate (La tabla rasa), el combate contra ideas antiguas que sin embargo están en el fondo de parte del pensamiento universitario de las humanidades en EEUU, como la concepción de la tabula rasa de Locke o el buen salvaje de Rousseau, aún a sabiendas de que fueron la base teórica de muchas de nuestras luchas por la igualdad y justicia entre los hombres. El mismo esmero puesto por Pinker en desmontar la idea de la tabla rasa, con una exposición brillante y un extenso conocimiento, lo pone también en rebatir que la falsedad de esta teoría justifique erradicar muchos logros de nuestra civilización moderna, enraizada en las ideas ilustradas aunque algunas de ellas sean falsas, ya que estos se sustentan igualmente en el sentido moral y en el contrato social casi innato que, como seres humanos, adquirimos ya desde pronto.
Gracias a Pinker nos adentramos en dilemas y tensiones de nuestra naturaleza desde una perspectiva científica, que confronta con las ideas culturales, religiosas y políticas en las que hemos vivido. Es crítico con las corrientes intelectuales que se impusieron en el mundo académico humanístico en las que se caía en una negación posmoderna de la naturaleza humana, claramente equivocada a la luz de los datos científicos, y también con muchas creencias religiosas, provenientes de épocas en las que se carecía de los conocimientos actuales, así como con las ideas que subyacen a las distintas facciones políticas, tanto de derechas como de izquierdas, y que, aunque han ido cambiando con el tiempo, siguen basadas en concepciones erróneas de nuestra naturaleza. Algo más que tópicos caen con la sensatez y la recopilación erudita del autor. Pinker no es tan ingenuo como para creer que la ciencia esté libre de errores, envidias o intereses personales, pero se trata, eso sí, de un método que debe ser justificado, demostrado y sometido a un control ajeno antes de ser publicado, y además, por supuesto, puede ser revisado y rebatido siempre y cuando sea con rigor y pruebas. Interesarse por ella, como sugiere el autor, es como mínimo una obligación para cualquier hombre que aspire a entender un poco, y dentro de nuestras limitaciones, cómo venimos equipados al mundo y cómo lidiamos con él.
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