15 de abril de 2011

A casa

De José Saramago nos quedan sus libros, todas sus palabras que nos hicieron sentir, reír y, sobre todo, pensar. También queda el recuerdo de quienes lo conocieron y su casa en Tías, A casa, un lugar tranquilo y elevado desde donde se contempla la costa este y la orografía volcánica de Lanzarote mientras, al fondo, no tan lejos, las arenas de las playas en la isla vecina brillan como cristales que reflejaran la intensa luz africana. En su jardín de picón, lleno de plantas cuidadas por él, traídas algunas de su querida Portugal, hay una piedra que llamaban la piedra grande, junto a la cual él y su mujer Pilar del Río se sentaban por las tardes a contemplar el inmenso atlántico. Dicen quienes lo trataron que a Saramago le gustaba el viento, y el viento de esta tierra es parte de su paisaje, y que también le gustaba tocar las rocas y la materia de la que están hechas las cosas. 

En su casa, llena de cuadros y objetos que coleccionaba, muchos de ellos relacionados con intereses que plasmó en sus libros y algunos otros con objetos religiosos cuya belleza apreciaba, está su primer despacho, en donde escribió Ensayo sobre la ceguera, entre libros viejos y ediciones modernas de clásicos, fotos de escritores a quienes admiraba (Tolstoi, Proust, Kafka, Joyce, Pessoa) y sus discos de música clásica, que escuchaba antes de sentarse a escribir. También tiene películas en las estanterías, no muchas, que estuve cuchicheando para enterarme de qué le gustaba ver al maestro. Pero el grueso de sus libros está en una casa contigua, construida posteriormente, donde se erige una bella biblioteca de unos once mil tomos, cómoda y luminosa, que fue el lugar de trabajo de Saramago hasta su muerte. Vale la pena acercarse a visitarla, sentarse en sus sillones, aunque sea por unos segundos, y ojear los libros que compró, cuidó y leyó durante su vida. 

Para visitar ambas casas hay que pagar una entrada que incluye guía y que cuesta dos u ocho euros dependiendo de si se es residente en Lanzarote. Por ahora las autoridades locales se han encargado de cubrir el gasto de la persona que cobra y Pilar del Río aporta el resto, pero parece evidente que si quieren ser sostenibles tendrán que vivir de sus propios ingresos, que también incluyen los de una pequeña librería al final del recorrido. Si funciona, si consiguen atraer a gente y mantenerse a flote, quizá se convierta, además de en un recuerdo del escritor, en un hermoso lugar de encuentro cultural para la isla y de visita para quienes vienen de fuera.

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