Si hubo una novela que destacaría entre las leídas durante el confinamiento de mayo a junio de 2020, esa fue sin duda Vida y destino de Vasili Grossman, que me aconsejó mi compañero Isidro, ahora jubilado. En este gran fresco de mil cien páginas acudimos a distintas historias aparentemente inconexas que van entrelazándose según avanza la novela hasta darnos cuenta de que, en un plano de fondo, sigue la historia de los miembros de la familia Sháposhnikov, mientras que en el plano más cercano tenemos una narración novelada de inspiración periodística -Grossman fue uno de los primeros periodista en dar testimonio de los campos de concentración nazis-: de los distintos aspectos de la batalla de Stalingrado, de los soldados y los altos mandos de ambos bandos, de los supuestos rebeldes y los comisarios políticos soviéticos, de los campos de concentración de los fascistas y los gulags comunistas, de las miserias y sufrimientos en la retaguardia, y del miedo y la cobardía a no ser considerado suficientemente soviético y admirador del Estado totalitario que ejemplifica en los miembros de las instituciones científicas o en ese nacionalismo ruso que tras la victoria de la Segunda Guerra Mundial genera o agudiza un ambiente de exclusión hacia otras muchas etnias e identidades, en concreto contra los judíos. Los hechos que narra son tan espeluznantes, aunque contados con pudor, que no hace falta añadir patetismo ni intrigas amorosas ni descripciones violentas, ni reacciones histéricas en los personajes o exuberancia de estilo, para advertir la tragedia y mantener el ritmo de la tensión dramática. Ante la fuerza de lo narrado uno deja de pensar en el inmenso y complejo armazón narrativo de esta novela, mientras lo despojado de su estilo cobra valor, no como pose impotente o reacción ante el refinamiento, sino como necesidad para contar la guerra y la miseria, al igual que ese modesto violín en medio del descanso de la larga batalla resulta más profundo y conmovedor que los grandes maestros y las grandes obras en tiempos de paz.
Lo que diferencia esta obra literaria de una periodística es, en la mayoría de los casos, la forma oblicua de contar los momentos más terribles, como el asesinato masivo en un gueto judío, en donde la narración sigue a un personaje, con su visión limitada pero llena de emoción, soportando la carga máxima de horror pero también la esperanza de supervivencia incluso en la mayor desdicha. A veces hay algún capítulo intercalado a modo de resumen histórico o crónica periodística pero son muy pocos y breves, y llegan como un auxilio para poder respirar y tomar perspectiva ante tanta tensión. Leyendo esta novela, y siempre teniendo en cuenta mi ignorancia y falta de perspectiva en la literatura y cultura rusa, me pregunté si esta obra no sería un eslabón o punto de referencia para que luego Svetlana Alexiévich escribiera su periodismo de altura literaria, haciendo de la inspiración en obras pasadas el acicate de una evolución o un intento de ir un paso más allá o más acá. Pero la referencia a la que Grossman alude es obviamente de su pasado, Guerra y paz, el único libro que al parecer llevó en su bolsillo durante sus años como periodista de guerra y que releyó varias veces. Al contrario que Tostoi con la guerra de 1812, Grossman vivió en primera línea como periodista la guerra que narra, aunque la grandeza de una ficción, y esto Grossman nos lo da a entender también, no radica en su inspiración periodística ni en la experiencia bélica del autor. Las referencias a obras literarias o del arte son escasas pero puestas en contraposición con el escenario de la guerra, rodeadas de este contexto que parece ponerlo todo a prueba, desde la moral hasta la estética, cobran un sentido renovado. Se habla de los grandes de la literatura rusa del siglo XIX, de Dostoyevsky y del ya mencionado Tolstoi, pero es a Chejov a quien más se alaba por la inmensa cantidad de personajes diversos a los que da vida y por el espíritu democrático condensado en su obra al preocuparse por el hombre sea cual fuera su condición, justamente lo mismo que podría decirse de esta novela de Vasili Grossman.
Estas referencias a grandes escritores están en boca de personajes, y como tales no son la opinión del autor, pero al contrario que en otros tantos temas de la novela no hay elementos que las contradigan o contrapongan. Lo cierto es que cada capítulo está planteado como una unidad esencial y autónoma que, justo como un cuento de Chéjov, suele tener un giro final de sutiles dimensiones gracias al cual, y con el elemento de la sorpresa, asoma un sentimiento o una idea que no habíamos tenido en cuenta ya que la narración nos había llevado hacia otro lado. En este sentido Grossman consiguió unir una estructura tanto o más compleja que la inspirada por la obra de Tolstoi con una serie de capítulos que, como tales, se asemejan a veces a los cuentos de Chéjov, tanto por su gran cantidad y variada procedencia de personajes como por el sutil efecto final entre la sorpresa y la revelación, capaz de captar las paradojas y contradicciones de la existencia. Al principio creí que esta necesidad de construir cada capítulo como una breve historia equilibraba el caos de una narración poblada de personajes de la que tardaba en encontrarse el hilo familiar subyacente, por lo que el lector se sentía flotando sin saber a dónde asirse, como si asistiera a escenas magníficas e historias aterradoras de la guerra, sueltas y dispersas, sin poder enlazarlas, salvo por el ímpetu periodístico de mostrar la mayor cantidad de ángulos y lugares posibles, y aunque todo esto no deja de ser cierto, gran parte de la desorientación inicial era causa de no haber leído antes la primera novela de esta trilogía, menos conocida hoy -creo que con razón- pero igualmente voluminosa, Por una causa justa. Aún así, el lector encontrará líneas dramáticas claras a partir de la segunda parte de Vida y destino, cuando los capítulos se agrupan en los de la batalla, los de los científicos, los de la retaguardia o los de los campos, de tal forma que se vislumbran los personajes principales e incluso, en segundo plano, las relaciones que hay entre ellos, hasta que en la tercera parte se estrecha la historia, se recogen los hilos que el escritor ha soltado, y el corazón late en vilo ante la resolución de los acontecimientos.
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