Hay libros que al pasar los años siguen ejerciendo sobre nosotros una especie de sortilegio, de tal modo que con cada lectura, como al mirar repetidamente el cuadro de un maestro o el cielo estrellado, encontramos en él ideas, figuras, trazos, emociones o astros que no habíamos visto anteriormente; la promesa de que la próxima vez aún veremos más. A mí me ha pasado esta vez con los narradores de Light in August, una de las grandes novelas de William Faulkner. La mayoría de los sucesos los conocemos por algún personaje que se los cuenta a otro, por lo general a uno de los principales, en un continuo cambio de narradores capaz de pasar desapercibido si no estamos bien atentos. Pero al contrario que en otras de sus novelas más complicadas, ésta podemos seguirla sin riesgo de despistarnos, ni por los cambios de narradores ni por la dislocación temporal de los acontecimientos ni por las analepsis para contarnos la vida de sus protagonistas antes de los pocos días en los que en realidad transcurre la historia, ya que las distintas voces que tejen la narración van sustituyéndose unas a otras, en ocasiones casi imperceptibles, con el fin de narrar los hechos tal y como habían ido sucediendo. Es como si estuvieran allí, presentándose como importantes para luego retraerse a un segundo plano y finalmente evaporarse dándole el testigo a otro para ir contando la historia de manera oblicua, nunca fiable del todo ni exenta de prejuicios y chismorreos, pero con mayores implicaciones colectivas.
Ilustración: Marion Post Wolcott. |
Por encima de los múltiples narradores hay un narrador que describe y opina sobre sus personajes, e incluso aporta reglas psicológicas sobre el ser humano, como si hubiera sido rescatado de una época previa a Flaubert. Pero no siempre sabe más que sus personajes, en ocasiones su supuesta omnisciencia se revela incapaz de abarcar todo su mundo, y sabe menos o tan poco como ellos. A menudo nos oculta la información y la retrasa creando suspense, o nos la adelanta en un momento en que aún no entendemos su alcance. A veces se acerca a sus personajes, los siente por dentro y nos revela sus pensamientos y emociones más profundas, otras veces se aleja de ellos para mostrarnos sus siluetas en movimiento recortadas en el camino, como una cámara de cine apostada en la lejanía, para contarnos a continuación, en el intervalo de una sola frase, el diálogo seco y suspicaz de sus protagonistas. Un narrador que puede llegar a ser o confundirse con la voz del pueblo o de la ciudad, tan imposible como versátil, tan indefinida como compleja. Un narrador que, sobre todo al principio, sobrevuela a los múltiples narradores para ofrecernos el fresco de un mundo de trabajo duro y buscavidas desarraigados, atravesado hasta sus entrañas por el racismo y la intolerancia, de un puritanismo tenebroso y unos personajes por lo común ambivalentes, creados como contrapuntos o paralelos unos de otros, entre quienes unos pocos parecen predestinados al mal y otros pocos a una ingenua bondad cuya pureza contrasta con el mundo en que habitan.
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