He releído Los detectives salvajes para intentar entender porqué la primera parte de esta novela de Roberto Bolaño quedó fijada en mi imaginación como una de esas raras lecturas capaces de, literalmente, hacerme sudar, transportado por una experiencia que hacía desaparecer la frontera entre el libro y el lector. Para mi sorpresa he constatado que no se trató de un rapto juvenil, cuando mis intereses personales podían evocar con mucha más facilidad las preocupaciones del narrador y los temas del relato, sino que experimenté el mismo estado hipnótico y exultante de la primera vez ante una narración capaz de captar y representar el estado de ánimo de la juventud, o por lo menos ciertas emociones de la juventud, como Salinger hizo en su famosa novela con la adolescencia, y evocar en una aventura llena de personajes y escenarios recurrentes sus ansiedades, expectativas, valores, deseos y frustraciones.
Ilustración: Jack Vettriano, The Billy Boys (detalle). |
Hay sin embargo una mirada compleja, llena de ironía, sobre los muchos personajes que este narrador va encontrándose y buscando, y sobre sí mismo. La abierta aceptación de su ignorancia, sus confusiones, sus meteduras de pata. Se destila humor en las situaciones y una habilidad mordaz para contornear a los personajes (Bolaño demostró con creces su fecunda y apabullante capacidad de crear personajes en La literatura nazi en América), pero también una mirada compasiva hacia la juventud creadora y hasta una soterrada defensa de la literatura como rebeldía, quizá el único reducto de belleza en un mundo triste, en el que tanto unos y otros se infligen dolor y los hechos nunca son como quisiéramos. Los desvelos por perder la virginidad se transforman en trastornos emocionales tras haberla perdido. El amor y el sexo no se corresponden. A quien quieres no te quiere, a quien no quieres te quiere. La felicidad nunca dura más de unos días, incluso si se alcanza la plenitud de pasar el día escribiendo, leyendo y acostándose con la amante. El amor es un misterio del que cualquier noción resulta un obstáculo para entenderlo, parece decirnos, y hay que aceptarlo tal cual ocurre.
Pero son quizá los hechos que se precipitan en tan solo dos meses, la cantidad de personajes que van y vienen para luego reaparecer cuando menos creíamos, la pornografía integrada en el relato sin efectos erógenos, y los elementos de suspense más o menos insignificantes que van diseminándose a lo largo de la narración, los que aportan un ritmo vertiginoso a este diario que cristaliza, finalmente, en unas escenas propias de una aventura de acción en las que, sin embargo, el narrador resalta con burla lo anodino de la situación. La prosa no llama la atención: Sin ser frases enflaquecidas, son de una brevedad ajustada a la de un joven poeta de diecisiete años que escribe un diario, pero su tono se impone debido a su perspicacia, su humor sereno y sus estados de ánimo, la sinceridad de sus limitaciones y el descubrimiento paulatino, junto con el lector, de esa gente con la que empieza a relacionarse. Un relato que no me importará darme el gusto de releer más veces.
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