15 de febrero de 2016

Christopher Hitchens y el ateísmo

Había tardado en abrir el libro de Christopher Hitchens God is not Great: How Religion Poisons Everything, porque no creía que aportara ninguna razón nueva para ser o dejar de ser ateo y, además, sería uno de esos libros inútiles que, por su naturaleza, sólo leen quienes ya están convencidos de sus ideas. El libro esgrime argumentos bien conocidos por quienes han leído las obras más importantes del pensamiento de los últimos siglos, pero añade, como de refilón, un matiz que me pareció de inmediato interesante de resaltar ya que había encontrado en las palabras de Hitchens una explicación sencilla y lúcida sin la cual me extraviaba en caminos sin salida cuando me planteaba la equiparación de las ideas opuestas sobre la existencia de dios. Hitchens nos recuerda algo tan simple como que no creer no es una creencia y, por tanto, no puede igualarse por oposición creer en un dios determinado con no creer en tal dios, ya que quien no cree no está estableciendo una creencia propia, sólo está afirmando que el relato divino que se le cuenta ni satisface sus exigencias racionales ni sus necesidades emocionales ni los criterios, si los hay, derivados de su conocimiento histórico, científico o filológico, por lo cual se abstiene o desecha la creencia en ese dios (un argumento en la línea de Bertrand Russell). 

A partir de ahí las ideas principales con que defiende el ateísmo son reconocibles. Por una parte, la imposibilidad de demostrar que las personas sean peores sin la religión y el miedo al castigo divino, es decir, la afirmación de que la ética es posible sin la religión (debate en el que el utilitarismo de Hume y el rechazo de Kant a cualquier fundamentación externa gracias a su imperativo categórico moral tuvieron mucho que decir), y apunta incluso hacia lo contrario cuando afirma que en muchas ocasiones se ha encontrado en la religión coartadas para imponer el dominio de manera hartamente inmoral a creyentes de otras religiones, heterodoxos y descreídos. Por otra parte, la rebelión contra la idea de la religión como consuelo de los ignorantes que, de otra forma, los pobrecitos, no serían capaces de soportar los sufrimientos de este mundo (lo que Marx criticó con un símil narcótico que no voy a repetir). Hitchens, a pesar de haber tratado cordialmente con muchos religiosos, es intelectualmente beligerante. Según él, un falso consuelo no te lo puede dar sino un falso amigo, sólo un vanidoso podría creerse que estamos en este mundo por un plan divino y sólo un arrogante podría arrobarse esa capacidad de entenderlo y explicarlo todo gracias a la idea de un ser superior. Lo dice como si no hubieran existido también ateos falsos, arrogantes y vanidosos. No es de extrañar pues que sitúe el misterio y el asombro ante la existencia y contemplación del mundo, esa duda que encoge y a la vez eleva al hombre ante lo desconocido, como patrimonio de los ateos, quienes se sabrían ignorantes y a la vez curiosos en busca de una verdad precaria pero estimulante. 

Tanto Christopher Hitchens como Camille Paglia, ambos ateos, defienden el estudio de la religión y su historia por razones parecidas. Ella lo considera imprescindible para comprender una historia del arte construida en gran parte sobre narraciones cristianas, cuyas obras sólo cobrarían pleno sentido en el contexto original de la iglesia, toda ella una obra de arte en sí misma, de la que muchas veces han sido extirpadas. Él asegura en la introducción de una antología suya de textos de grandes ateos, The Portable Atheist, que cualquier cultura y educación que se precie debe reflexionar sobre los orígenes de sus tradiciones y su literatura, lo que incluye la religión. Paglia, sin embargo, afirmaba que el libro de Hitchens tenía un índice muy sugerente del que podía haber salido una obra maestra, pero que su desarrollo le había decepcionado debido a ese impulso rápido propio del periodismo al que estaba acostumbrado el autor, carente de un estudio en profundidad. Sea como fuere, no cabe duda de que la larga experiencia periodística de Hitchens, llena de viajes y vivencias en muchos de los conflictos de su tiempo, en donde presenció a demasiada gente utilizando la religión para justificar barbaridades (Irlanda del Norte, la antigua Yugoslavia, países en Oriente Medio), es precisamente el impulso fundamental de un libro como este, escrito por una figura admirada y a la vez controvertida del mundo anglosajón, aunque creo que poco conocida en nuestros países hispanohablantes, capaz de llenar auditorios y, como puede comprobarse en los varios podcast de audio y video de participaciones suyas en debates y entrevistas accesibles gracias a internet, hacer que el público aplaudiera, pataleara o riera a carcajadas.

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