A pesar de las muchas opiniones de críticos y escritores sobre el Hamlet de Shakespeare, Lev S. Vygotski se asoma a ellas retratando sus limitaciones, con una mirada que pretende describir las tensiones internas que explican el efecto de la tragedia antes que criticar sus supuestos defectos y contradicciones. No en vano, la lista de críticos y escritores críticos con esta obra es bien larga, con algunos nombres insignes como el de Tolstoi, y eso que Vygotski se circunscribe mayormente al ámbito ruso y no nombra, por ejemplo, a T. S. Elliot en su libro de ensayos The Sacred Wood, quien consideraba el Hamlet como la Mona Lisa del arte, una obra mediocre que sin embargo acapara exageradamente la atención de los aficionados. Y es que lo enigmático del personaje de Hamlet, cuya función tipológica es tan poco clara en comparación con otros de Shakespeare, ha hecho que muchos consideraran la obra como un fracaso. Incluso entre quienes no la juzgan duramente existe un afán frustrante de justificarla, de comprenderla, de darle sentido, que subraya a menudo el carácter oscuro y ambiguo de la obra. Según la clasificación de Vygotski, hay quienes creen que Hamlet se demora en su venganza por razones de su personalidad dubitativa o las contradicciones entre sus emociones y actos, y por otra parte quienes creen que lo hace para encontrar la ocasión propicia, pero para él ambos ofrecen explicaciones cuyas insuficiencias quedan en evidencia con el análisis de las demás escenas de la obra. A Tolstói le concede el mérito de haber sido el primero en atreverse a expresar, con razón, que Shakespeare no da una motivación psicológica convincente a gran parte de las acciones e intrigas de la obra, que muchos de los personajes resultan inverosímiles y que a menudo aparecen incongruencias entre el carácter del protagonista y sus acciones.
¿Entonces cómo juzgar Hamlet? Vygotski resalta que entendiendo las convenciones del teatro isabelino y sus recursos técnicos se aclaran muchas de las cuestiones de la composición y la extrañeza moderna como audiencia, y nos ofrece algunas comparaciones de estas con prácticas teatrales contemporáneas. Este debe ser el primer paso antes de abordar la tarea principal del análisis, que es llegar a una composición de la pertinencia estética del dispositivo artístico. Si Shakespeare escogió usar el material sobre la venganza que subyace a esta tragedia -Hamlet, Laertes y Fortimbrás son vengadores de sus respectivos padres- apartando los enlaces evidentes que aseguran la cohesión de la historia, es que debía tener una intención especial para ello. La fe y la benevolencia de Vygotski en Shakespeare no es ciega ni idólatra, es la de un crítico analítico y empático que quiere entender el efecto mesmerizante de una obra aunque esta no apruebe los criterios realistas o de cualquier otro tipo que apliquemos a ella fuera del tiempo en la que la obra fue realizada. Para Vygotski, cualquier método o mecanismo artístico puede entenderse mejor desde su dirección teleológica -su función psicológica- que desde su motivación causal, que podría explicar un hecho literario pero jamás una estética. Teniendo en cuenta la distorsión temporal en la obra para encajarla en las exigencias del tiempo escénico, tanto de la duración de los acontecimientos, de las incidencias cotidianas y de las acciones, Vygotski resalta la culminación de la tragedia como una línea recta que Shakespeare nos muestra en todo momento, haciéndonos conocedores de su finalidad -la venganza contra el asesino de su padre-, pero cuya gratificación demora, por lo que somos aún más conscientes de las digresiones y meandros, como si el inglés se hubiera propuesto desviar el curso de la historia pasando de una línea recta a una retorcida y sinuosa, describiendo una órbita oblicua.
¿Pero para qué sirven pues tantas vueltas? Vygotski nos anima a comprender el sentido, a partir del conjunto, de la función asignada a esta curva. ¿Por qué, según él, el autor, con una audacia nunca vista antes, obliga a la tragedia a desviarse de su línea recta? Los amargos reproches del protagonista ante su falta de decisión tendrían como finalidad recordarnos que la historia no evoluciona como debiera. Tras cada monólogo, nos dice, esperamos que el curso de la acción se enderece, hasta que un nuevo monólogo vuelve a extraviar la acción. Es aquí cuando Vygotski conecta con una idea ya aparecida en su análisis de la fábula sobre el efecto estético de la contradicción entre el mensaje supuesto de esta y lo que realmente dice. La estructura de Hamlet se definiría pues por dos fórmulas contrapuestas sencillas: La historia nos cuenta que Hamlet mata al rey para vengar la muerte de su padre mientras el argumento o trama nos cuenta que no lo mata, y cuando finalmente lo consigue es por razones distintas a la venganza. La obra no haría sino burlar nuestras expectativas, incumple una finalidad prometida tensando nuestras emociones al respecto. Cuando se llega al objetivo tantas veces anunciado descubrimos que se ha conseguido a través de un camino distinto. De hecho, los caminos divergentes y antagónicos -matar y no matar- convergen en el culmen de la escena final. Un tanto más especulativo, aunque igual de sugerente, es su idea final de que Shakespeare construye su tragedia a través de los ojos de Hamlet a la vez que con los ojos del autor, de tal forma que consigue convertir al espectador en el protagonista y en aquel que lo contempla. Para Vygotski esto introduce un nivel psicológico totalmente nuevo en la tragedia. La triple contradicción en la historia, en el argumento y en el protagonista aportarían un elemento nuevo al género de la tragedia y convertirían la obra en la vívida experiencia estética que ha transcendido durante siglos.
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