15 de enero de 2022

Una familia ante la historia

Al igual que en Limonov (2011), en donde Emmanuel Carrére usa un personaje real pero secundario de la historia rusa para mostrarnos algunos de los lugares intelectual o políticamente más interesantes de la segunda mitad del siglo XX, como Nueva York, París, los Balcanes en pleno conflicto o la desintegración de la unión soviética; o al igual, por ejemplo, que en El hijo del Chófer (2020), en el que Jordi Amat sigue a un periodista convulso y problemático, personaje real, a través del cual nos muestra los hilos de la política catalana desde el final del franquismo hasta no hace mucho; o tal y como sucediera en El sueño del celta (2010) con Robert Casement, diplomático inglés que acabó abrazando la causa nacionalista irlandesa, gracias a cuya vida Vargas Llosa nos muestra las crueldades en el Congo Belga de Leopoldo II y las del Putumayo peruano perpetradas por la Peruvian Rubber Company, en una narración en dos niveles temporales, más compleja que las dos anteriores; Juan Gabriel Vásquez ha escrito con Volver la vida atrás (2021) otra excelente novela en la que, a través de la vida de la familia Cabrera, nos abre una ventana a la España de la guerra civil, la mentalidad de la revolución cultural china y la experiencia en la guerrilla colombiana. Es decir, estamos ante obras de no ficción que recrean, con mayor o menor libertad, la vida de personas reales que, sin ser grandes figuras, han estado en lugares y momentos de gran interés y, por tanto, han sido testigos de situaciones históricas. La elección de un protagonista real pero secundario, y con innegable atractivo, es un recurso clave e inteligente, ya que en caso contrario el componente literario de reconstrucción, en parte ficticio, difícilmente se habría desplegado frente a una figura de primera línea debido al probable naufragio ante las necesidades historiográficas, y el contorno histórico, tan importante en estas novelas, correría el riesgo de difuminarse ante la altura del personaje. 

Esta novela de Juan Gabriel Vásquez destaca sobre las tres mencionadas, muy buenas todas, precisamente por un elemento literario de primer orden como es la estructura narrativa, con lo que recoge el guante de la de Mario Vargas Llosa, llevándola aún más lejos. Al contraste del nivel del presente narrativo, durante una visita a Barcelona del director de cine Sergio Cabrera, con el recuerdo de su vida y la de su padre Fausto, marcadas ambas por la ideología revolucionaria, se unen los contrastes generados por otros saltos temporales internos y espaciales, gracias a los cuales conocemos lo que también le sucedió a su hermana María Elena y a su madre Luz Elena, con sus historias paralelas entre los cuatro personajes, en un armazón estimulante y aún más complejo que el ensayado anteriormente en su novela El ruido de las cosas al caer (2011). Nos enteramos así de la vida del director de películas como Golpe de estadio o La estrategia del caracol, que trascendieron las fronteras colombianas para convertirse, esta última, en una esas películas que tanto nos gustó a los amigos de la facultad, y en la que su padre, Fausto Cabrera, conocido actor colombiano nacido en Las Palmas de Gran Canaria, hace del viejo anarquista español que convence a los demás residentes para llevar a cabo una peculiar protesta vecinal. En este viaje de Sergio a Barcelona para una retrospectiva sobre sus películas se une la reflexión sobre su obra cinematográfica con el dolor por la muerte de su padre, el dolor por el momento difícil con su esposa y el dolor por el giro que ha tomado la política colombiana tras el referéndum sobre las conversaciones de paz del 2016, convirtiéndose esos pocos días en el punto al que retornamos cada cierto tiempo entre historias de su pasado y su familia, sus frustraciones y fracasos, y como no, también, de la narración de una parte del siglo XX desde los testimonios privilegiados de sus experiencias, que en la escritura de Juan Gabriel Vásquez se convierten en un gran fresco emocional, histórico y narrativo. 

Si bien el corazón narrativo reside en Fausto y Sergio Cabrera, la novela se retrotrae a mucho antes, con el abuelo Domingo Cabrera, en una de esas historias tan comunes de los canarios de principio del siglo XX que se iban a Cuba, Venezuela o Colombia, muchos para establecerse definitivamente en la America hispana. Sin embargo, el abuelo Domingo regresa a España casado y la vida de Fausto Cabrera y su familia queda marcada irremediablemente por la guerra civil española. Mucho de lo que le sucede entonces, cuando es niño o cuando se adentra en la juventud, tendrá una relevancia posterior, ya que la narración ha sido hilvanada de tal forma que nos recuerda sucesos del pasado en momentos posteriores, como postes que sirven para comparar y contrastar ideas o emociones, y para generar unidad dramática. Pero si algo une a esta historia, vertebrada a través de Sergio y los recuerdos familiares que le fueron contados, es la cuestión ideológica, que da sentido a todo su periplo por distintas partes del planeta y, consubstancial al viaje y las experiencias, como en las grandes aventuras, también el cambio de mentalidad y perspectiva del héroe. Una de las enseñanzas que el lector puede extraer, no explícita, es la relevancia del peso de la familia, la marca indeleble de la que partimos y con la que dialogamos quizá toda la vida. De la guerra civil española surgió en Fausto esa consciencia que cristalizó en la militancia en el partido comunista, de ahí la aceptación posterior del viaje a China, en el que embarca a su familia, y la razón de muchas de sus decisiones, marcando para siempre el destino de sus hijos al dejarlos estudiando solos en china o unirse a la lucha armada de las fuerzas revolucionarias colombianas. Es también, claro, el viaje de la ingenuidad y la esperanza doctrinaria, compartida con tantos otros, a una mirada más compleja y desengañada, menos ideologizada, o quizá también el absurdo de ese periplo, pero esas son reflexiones que quedan para el lector.

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