15 de marzo de 2014

El vanguardista feroz

Animado por la lectura vertiginosa de Trans-Atlántico abrí lleno de expectativas otra novela de Witold Gombrowicz, Cosmos. La lectura no me resultó tan embriagadora como la anterior, quizá porque ante la primera sentí la excitación del descubrimiento, pero no por ello dejé de admirarme de lo que me pareció que Gombrowicz estaba intentando. Como en cualquier fenómeno psicológico llevado al paroxismo, la necesidad de darle sentido a todo, desde los detalles más nimios, nos asoma a la locura. El narrador y su compañero de habitación se obsesionan con darle sentido a lo que no lo tiene, buscar interpretaciones y explicaciones donde no hay relaciones causales y encontrar combinaciones simbólicas donde manda el azar, poniendo a prueba la credulidad del lector. Sin embargo, esta obstinación en darle sentido a los signos aparentemente más arbitrarios acaba por cambiar la realidad, alterándola con las acciones de los personajes crédulos, aunque hayan sido motivados por combinaciones sin significado para los demás.


Desde el punto de vista artístico los detalles elegidos no son una simple muestra al azar. Tanto la perturbación que producen las manos de una mujer joven, la fijación en ellas como partes casi desligadas del cuerpo, así como la concatenación de símbolos y señales nos recuerdan a la mecánica del surrealismo, que Gombrowicz parece enfrentar a la realidad en dura pugna. Mientras tanto las descripciones morales a partir de los rasgos físicos de los personajes nos acercan a la parodia y lo grotesco como en un cuadro de Grosz. Estas relaciones de su obra con las vanguardias se multiplican ante características como la sexualidad reprimida a punto de estallar y la dilatación narrativa en cavilaciones de un personaje que ignora sus propias motivaciones, desconectado de sí mismo, en donde se llega a cuestionar el término mismo de historia para lo que se nos está contando. Pero si esto no es una historia, ¿qué es pues? Lo es. Disparatada, obsesiva, visceral, pero también por momentos divertida como los diálogos propios del mejor teatro del absurdo.

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