15 de septiembre de 2013

Los filósofos desvaídos

El treinta y uno de mayo del 2003 Jürgen Habermas y Jacques Derrida publicaron en el Frankfurter Allgemeine Zeitung y en Libération un artículo titulado en la edición francesa “Europe: plaidoyer pour une politique extérieure commune” en el que llamaban la atención sobre la necesidad de una política exterior europea unificada. Criticaban el independentismo de algunos estados miembros al meterse en una guerra como la de Irak sin consenso con sus socios europeos, deseaban una Europa que sirviera de contrapeso a la hegemonía política y económica de Estados Unidos, aspiraban a un orden cosmopolita y alababan los dos logros principales de Europa en este medio siglo de posguerra: Una gobernanza más allá de las fronteras nacionales y la creación del estado del bienestar. Y, por supuesto, subrayaban el belicoso y horrendo pasado de Europa como el hecho fundacional de la unión, en su gran mayoría formada por Estados nostálgicos de sus extintos imperios. Ese mismo día Umberto Eco publicaba “L’Europa incerta tra rinascita e decadenza”, Gianni Vattimo “Casa Europa”, Adolf Muschg “Kerneuropa”, Richard Rorty “Demütingung oder Solidarität" y Fernando Savater “Europa, necesitada y necesaria”

La iniciativa, que había sido mantenida en secreto, apuntaba a un mismo objetivo. Eco se centró en los lazos comunes de los europeos y la necesidad de una política exterior y de defensa unificada si queremos ser el tercer polo de influencia en el mundo. Vattimo puso la esperanza en una nueva constitución que quedó en nada y en la idea de que la unión debería llevarnos a un gobierno que emanara del parlamento y no de los presidentes de los Estados. Muschg se preguntaba qué nos unía, resaltaba las llagas de las guerras mundiales y el complejo de culpa sublimado en el ideal de una Europa común. Richard Rorty, como estadounidense, entraba a analizar la política norteamericana con respecto al viejo continente, cómo nos veía aquella administración, sus intereses, metas y tretas, y afirmaba que era un error grave pretender mantener a toda costa la hegemonía de su país en un mundo multipolar. Savater, por su parte, llamaba a los valores de la ilustración, el laicismo en una Europa común, la instauración de un sistema de defensa propio que nos libere de la dependencia de terceros y una continuidad del sistema del bienestar y de las garantías jurídicas para todos. 

Una iniciativa de este calibre, llevada a cabo al unísono en algunos de los periódicos de mayor prestigio del continente, pasó sin embargo prácticamente desapercibida. No fue noticia de portadas de prensa ni salió en los telediarios ni fue comentada en los programas de radio, tampoco fue muy citada por los lectores más afines a estos filósofos ni generó debate público. Aunque algunos gobiernos simpatizaran con las propuestas de estos pensadores, como señaló Tony Judt comparándolo con el papel de los intelectuales en generaciones previas, ninguno de ellos fue llamado a consulta, ni siquiera para hacerse una foto ventajosa para los líderes, ni tuvieron una influencia definitiva en las políticas nacionales o europeas. Cierto es que sus posiciones contra la manera unilateral en que se había decidido la invasión de Irak estuvieron en consonancia con una gran mayoría de la ciudadanía, pero eso no quiere decir que fueran ni influyentes ni mucho menos decisivos en la mentalidad ciudadana. En cuanto a su apuesta clara y rotunda por Europa sigue siendo, diez años después, una esperanza que no parece avanzar.

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